No vamos a descubrir la fórmula del agua ahora diciendo que la justicia muchas veces va demasiado lenta o no termina siendo todo lo diligente que debería ser. Que en ningún país la justicia funciona a la perfección es un hecho contrastable, pero ese argumento no nos puede servir como excusa para no darle una vuelta al tema y ver en qué podemos mejorar.
Tipificar para solamente parecer moderno.
En su momento lo que estaba tipificado como una falta de hurto pasó a denominarse delito leve de hurto. En teoría esa nueva tipificación daba una idea de mayor gravedad al hecho delictivo cometido y, con el cambio de nombre se suponía que algún efecto debería haber causado, pero nada seguimos igual o peor.
Ha quedado patente que aunque se cambien las tipificaciones o denominaciones de lo que se considera un hecho delictivo, reprochable y punible, para muchos delincuentes sigue saliendo prácticamente gratis continuar con su carrera criminal.
Hechos inconcebibles.
No puede ser que una persona a la que le constan numerosos antecedentes penales por diferentes hechos delictivos, juicio tras juicio siga en libertad como si nada. Con tanta benevolencia por parte de la justicia el delincuente en muchos casos ve reforzada su creencia de que lo que está haciendo es lo correcto.
Está claro que sin una pena que sirva como un severo toque de atención a lo que es una conducta reprochable, en cierto modo da alas y anima a todo aquel que transgrede la ley a seguir adelante por ese camino en la vida.
Los números importan mucho, las opiniones de los profesionales importan más.
A la hora de tratar este tipo de cuestiones es fundamental hablar de los números que engrosan las estadísticas delincuenciales policiales o judiciales, pero para quien no está autorizado a desvelar cifras y datos como corresponde si se quiere hablar con el rigor necesario, esto puede resultar una tarea bastante complicada. Siendo sincero con vosotros, os confieso que más que esas complejas e indescifrables estadísticas me interesa infinitamente más el continuo malestar y la incomprensión que siente quien dedica su vida a luchar contra la delincuencia y la criminalidad, ya sea en el ámbito policial, o en el de la justicia. Éstos profesionales no solo sufren con una burocracia agotadora, sino que para colmo, tienen que aguantar el bochorno de escuchar el discursito tan conocido de:
“Los delincuentes entran por una puerta en el juzgado y salen por la otra”
¿Cuántas veces han ido los agentes al juzgado, y en vez de encontrar seriedad y formalidad, han contemplado una comedia? Eso sí, sin pizca de gracia para ellos. Es una situación altamente frustrante, ya que más que asistir a un juicio, parecen estar representando un sainete.
Esas circunstancias se dan con cierta habitualidad, bien porque el delincuente no se haya presentado por no haberle venido en gana asistir (igualmente no hay sanción para él, cosa distinta que para el agente que no acuda ante su señoría cuando es requerido para ello, a éste le sale caro), o porque cuando lo hacen, es con su “particular abogado”. Uno de esos que enfadan a quienes ejercen la defensa con absoluta profesionalidad. “Particulares abogados” con maneras poco ortodoxas que enervan a sus colegas de toga cada vez que con histriónicas intervenciones proyectan una imagen de la abogacía un tanto equivocada.
Es vergonzoso y humillante que un delincuente con más de treinta o cuarenta detenciones (como poco), por la comisión de hechos delictivos similares (Hurtos, robos con violencia, robos con fuerza, estafas, etc), no ingrese en prisión. Igual alguno piensa que si todo fuese así las cárceles se nos llenarían de delincuentes con delitos menores, pero es preferible castigar como se merece a quien transgrede la ley que dejarlo en la calle campando a sus anchas y volviendo a reincidir.
Ejemplos sonrojantes.
No puede concebirse que un condenado varias veces por robos con violencia, o incluso el autor de más de ocho abusos sexuales en las inmediaciones de un colegio mayor queden en libertad una vez pasan por delante del magistrado.
¿Tanto trabajo policial para nada? ¿Tanto dolor gratuito de las víctimas?
La ciencia policial tampoco es exacta, pero el derecho y las leyes hablan por sí solo. ¿Cuántas veces más tiene que ser detenido y condenado un delincuente para que sea efectivo el peso de la ley sobre él?.
Preguntas como esa, se hacen a diario policías, fiscales, abogados y demás afectados por la incesante actividad de la delincuencia común y la pasividad de una justicia sobrepasada. Poner puertas al campo es sumamente complicado, pero ya que tenemos un código penal estrictamente parcelado, creo que es necesaria una aplicación de esa ley y ese código penal, más ajustada y equilibrada.
Podríamos seguir poniendo cientos de ejemplos de casos conocidos en los que hay unas medidas sancionadoras descompensadas en las que la sociedad queda desprotegida y desamparada por la justicia en favor de aquellos que obran contrario a derecho.
Es tiempo de exigir justicia y equilibrio, no solamente a quien tiene la potestad para impartirla sino a quien legisla para ello. En este desafío en el que el delincuente reta a la ley y a la sociedad debería ser este primero, y no los segundos quienes llevasen todas las de perder.
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