Existen historias emocionantes e historias que emocionan, la que os presentamos hoy desde la redacción de h50, es de las segundas.
El autor prefiere permanecer en el anonimato. Es comprensible. Sólo desea mostrar el amor que siente por un amigo que le salvó la vida y acaba de irse. Es un honor publicarlo, sin quitar una coma, tal y como nos lo ha pedido.
Hola Serafín, como bien sabrás acabo de perder a mi gran amigo de cuatro patas, él era más que un perro para mí, él fue quien me salvó la vida y me gustaría publicar lo que te voy a enviar a continuación en H50, si los de arriba lo creéis oportuno. Gracias de antemano.
*Una historia real de policías, suicidio y perros…*
Lo que voy a narrar en esta historia personal es la realidad de parte de mi vida, una historia triste, que en ciertos momentos tuvo tintes trágicos, pero también de esperanza.
Soy policía en una ciudad de la Comunidad de Madrid desde hace unos 15 años, y he desarrollado la totalidad de ese tiempo mi cargo en la unidad de seguridad ciudadana, ya sabéis, de los de patrullaje preventivo y avisos a toda velocidad con luces y sirena donde terminas revolcado por los suelos con los malos.
Este trabajo te da muchas alegrías, vives muchas situaciones en las que te sientes útil y orgulloso de ser policía, pero como todo en esta vida, tiene su cara negativa, demasiadas vivencias ajenas tristes, traiciones profesionales y muchos varapalos con compañeros que creías que eran amigos.
Por aquel entonces, hace unos 13 años, con pocos años en el cuerpo, vivía sólo y me llevaba todo lo negativo, todo el sufrimiento vivido en los avisos a lo personal, no desconectaba las 24 horas del día de mi trabajo, siempre pensado que pude hacer algo más y mi cabeza siempre asumía las tristezas ajenas casi tanto como propias. Os podéis imaginar, así día tras día, acumulando todas las desgracias dentro de mi sin soltarlas.
Hay épocas buenas y épocas malas, pero mi etapa negativa se convirtió en mi costumbre, mi día a día, y eso hizo que no solo mi vida laboral fuera un sufrimiento, también se juntaba con mi vida personal, vivía solo, sin pareja sentimental y el contacto que mantenía con mi familia era mínimo, siendo sinceros, casi nulo, y lo poco que nos veíamos siempre acababa en discusión porque mi vida era un caos.
Veía cada día como la vida de las personas de mi alrededor avanzaba, mientras la mía estaba estancada, como pez fuera del agua, o como algún compañero me dijo “eres como un salmón, vas a contracorriente”, mientras los demás hacían su vida con su pareja sentimental, tenían hijos… yo por mucho que lo deseaba tras avanzar un paso, retrocedía dos o tres.
Esa era mi vida, mis días de libranza sumido en la oscuridad, no veía salida para mi situación, bueno si, una salida radical y trágica para mí, me quería quitar de en medio. Tenía la herramienta apropiada para ello, un medio que me garantiza que no iba a sufrir más y mi muerte sería rápida… mi pistola de seguridad personal.
Llevo 13 años sin contarle esto a nadie, no me atreví a pedir ayuda, ni a mi entorno personal, y mucho menos en mi ámbito profesional, el suicidio entre policías es un tema tabú, existe pero institucionalmente no se quiere ver, mucho menos atajarlo. Y el que tiene coraje para decirlo, está el resto de su vida estigmatizado en el cuerpo, una comisaría es como un vecindario, al final todo se sabe, para lo bueno, y sobre todo, paro lo malo.
Raro era el día que finalizaba el turno con ganas de volver a casa, sabía lo que me esperaba, lágrimas y soledad, a dar vueltas a la cabeza sobre lo poco que pintaba y las pocas ganas de vivir que tenía. Esto, noche tras noche, y siempre terminaba con la pistola en la mano, al principio sin cartucho en recámara, pero al final, siempre el arma preparada para dar el último paso…
Cada día tenia que buscar una razón para no apretar el disparador, y creedme, las excusas para no pegarme un tiro en la cabeza eran cada vez menos y las ganas de desaparecer mayores.
Recuerdo una noche, la recordare toda mi vida, tras mucho llorar, tras mucho sufrimiento acumulado, esa noche con el cañón de la pistola apoyado en la sien, con cartucho en recámara, estaba preparado para llegar al final, pero algo me hizo soltar el arma en el último momento y salir corriendo a la calle llorando como un niño, donde dos compañeros de policía que estaban patrullando por la zona me vieron tan mal que se detuvieron a mi altura y tras unas preguntas y ver mi placa de policía, creo que pensaron que mi situación no era la idónea para dejarme solo. En mi interior y con el tiempo, ahora creo que esos compañeros sabían que quería poner final a mi vida, y no me abandonaron, esa noche exploté, entendí que necesitaba ayuda profesional.
Al día siguiente fui al médico privado y tras contar un poco de la historia me derivaron al psiquiatra de urgencias, y tras una larga charla, me cito para otras muchas citas de seguimiento, siendo el diagnóstico depresión mayor con episodios de ansiedad grave, que me tuvieron separado del servicio activo durante meses.
En una de esas charlas con el psiquiatra, me recomendó adoptar un perro, y así lo hice! Dios que gran decisión fue esa, ese perruno dio un giro radical a mi vida, me cambio de principio a fin, la tristeza se tornó en alegría, la soledad en compañía, la monotonía en variedad, de no salir a la calle, de repente salía a todas horas porque mi nuevo amigo, mi nuevo compañero requería mi atención, mi cariño y el me devolvía todo eso multiplicado por mil.
Cada noche llegaba a casa con ganas de ver al nuevo miembro de mi familia, abrazarle, llenarle a besos y darle gracias por aparecer en mi vida, el se convirtió en esencial en mi recuperación.
Hacía mucho que no sentía ese amor puro, sincero y fiel de ese binomio y ese perro apareció en mi vida de la forma más inesperada y necesaria, saltando de alegría cada vez que volvía a casa… Esas nuevas sensaciones, que ya tenía olvidadas, eran un chute de energía emocional para mi vida.
Recientemente leí a un compañero twittero, que ha tenido que dormir a su perro por un tumor en el corazón, decir en las redes sociales algo que para mí son una verdad absoluta “¿cómo despedir a su compañero que le había salvado la vida?”, en mi caso puedo asegurar que mi perro me salvo la vida, él tiene gran culpa que no siguiera con mis ganas de morir.
Ese amigo que se convirtió en mi binomio, mi perrihijo (como el compañero lo llamo) mi familia, que por caprichos del destino alguien lo puso en mi camino y que me salvo la vida.
Animo a todos esos compañeros que les sea familiar la situación por la que pase, que pidan ayuda y al mismo tiempo que ayuden a otro ser vivo, que adopten un perro o cualquier animal que les guste, no tienen nada que perder y muchísimo que ganar. La esperanza es lo último que deben de perder y a mí me llego en forma de perro.
Si has llegado hasta el final, muchas gracias por leerme, han sido 13 años de silencio, y aunque no revelé mi identidad real, ha sido todo un alivio contar mi historia personal. Todo tiene solución 👮🏻♂️🐶💪🏻 #SEMPERFIDELIS
Todo mi apoyo cariño y comprensión.Te entiendo y comprendo perfectamente.
Has salido fortalecido. Ante pruebas tan duras. Y mas tratándose de tu salud mental.
Un abrazo muy muy fuerte. Y disfruta de tu perro que tanto te ha ayudado y de tu fortaleza, paso a paso.
Por a ver pedido ayuda, eres fuerte. Y sigues caminando
Gracias por compartir tu historia, qué valiente!. La soledad nos hace renacer y movernos, pero en la vida es fundamental pedir ayuda y buscar soluciones, porque si algo sé es que “todo pasa”.
Un abrazo compañero, la felicidad está en ti. Afortunado de tener un perrito así, es tu ángel.