He estado hoy en la comida de despedida de un fiscal: Guillermo Álvarez pasa a engrosar la lista de jubilados – jubilatio, alegría, tiempo libre, capacidad de programar sin plegarse a horarios ni a que te autoricen los días moscosos-. Esa “jubilatio” muchos la viven como un paso a la inutilidad. Guillermo, buena persona, trabajador y agasajado por sus compañeros de forma masiva, no creo que caiga en ese error. Jubilarse no es estarse quieto, amuermado, en el orejero y viendo la caja tonta. Jubilarse es cambiar de actividad. Guillermo fue alabado durante la comida por el pleno de la Fiscalía de Alicante que glosó, unánimemente, su disponibilidad, su espíritu de servicio, su preparación y su bonhomía como corresponde a un hombre de San Martín de Valdeiglesias. Un hombre machadiano, en el buen sentido de la palabra bueno, a pesar de la mala fama que arrastran los fiscales, sobre todo entre los delincuentes.
Los fiscales arrastran mala fama entre el hampa como la Policía, la Guardia Civil, los funcionarios de prisiones, los jueces y todo el que defiende el orden jurídico, salvo excepciones, que de todo hay en la viña del Señor – ¡Llévame pronto!-. Y ojo que, sobre la defensa del orden jurídico, hay mucho que hablar y no coincide siempre con lo que afirman o defienden quienes ocupan los sillones creyendo que son suyos. A veces, ocupar el sillón y el coche oficial y la secretaria y el despacho con moqueta y el chófer, y la escolta y la cohorte de expertos en genuflexiones y aplausos, hace buena aquella afirmación – creo que de Montesquieu, de que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Dadas las fechas en que estamos – 23 F- solo hay que investigar un poco sobre quienes prepararon, alentaron y usaron aquel golpe de estado – que a mi me pilló en la cárcel de Benalúa, hoy edificio de juzgados-. Creí que no saldría vivo del evento, al ver cómo allí, dos fascistas, cuando Tejero daba bandazos como pollo sin cabeza por el Congreso, se presentaron, pistola al cinto, “para lo que hiciera falta”.
¡Ayyyyyy, señor: la corrupción. Llévame pronto! Mira que he manejado dinero en mi vida de trabajador público y aquí ando a punto de dormir en un cajero automático. Siempre he tenido clara una realidad que, la fotógrafo de mis portadas literarias – la mejor del universo- transformó en refrán: “el que da, recibir espera y el que toma, a dar se obliga”.
¿Usted cree que un narco, un empresario, un traficante de infuencias, un…lo que sea ¿da de manera absolutamente desinteresada? Si cree eso, está en un error de bulto. Si un empresario – es un ejemplo, no imputo a nadie- a usted político o allegado al político, director, consejero, asesor, asistente o lo que cojones sea, le hace un regalo de entidad – no una entrada para el Hércules, o un pincho de tortilla en la plaza del Mercado-. Si usted con ese regalo – en plan Roldán, que comenzó sus andanzas en Navarra y verán por qué lo digo- se compra unos pisos o unos terrenos, sepa que va a estar siempre con el nudo de la corbata apretándole el pescuezo, sepa que va a pegar gatillazos a troche y moche cada vez que se acuerde del regalo y de quién se lo hizo. Sepa que va a tener que recurrir al trankimazin en las noches de insomnio y sepa que… – como le he dicho mil veces a mis chorizos en las cárceles- no trae cuenta porque todos esos regalos son envenenados. Si usted ha tomado, se obliga a dar, o sea, a utilizar su cargo para compensar al “regalador”. ¿Cree que una comisión de cien mil pavos, o de cinco mil o de medio millón, no queda anotada en la contabilidad del que la entrega? ¿Cree que se la da por amistad, por su cara bonita, porque usted le cae bien? ¿No cree que es por su cargo y, en consecuencia, por las posibilidades de rentabilizar el regalo? ¿A Roldán -navarro- le daban la pasta por ser un tío guapo, a Bárcenas, a Granados o a Naseiro también? El que da, recibir espera, dice mi fotógrafo, la mejor del universo.
Llevo veinticinco años oyendo hablar de Ábalos como referente y poder fáctico del socialismo valenciano. Yo desayunaba todos los domingos en el Venecia, con un jubilado José Luis Lassaleta que, considerándose de Izquierda Socialista, daba catecismo en el desayuno citando profusamente a Ábalos y a Vicent Garcés. Ábalos llegó y se le ha visto en los telediarios seguido siempre de cerca por un señor detenido e imputado en la Audiencia Nacional – otro más- por un asunto millonario de mascarillas. Koldo García – presumamos su inocencia-, ¿ qué pinta un señor portero de discoteca – dicen que era-, aizkolari, sin oposición alguna, vigilante jurado, escolta, concejal socialista en Navarra y ejemplo de militancia, que pinta de asesor en Fomento, de Jefazo de Renfe y metido en contratos de mascarillas con el problema del Covid? No entiendo nada. Claro ya tenemos al PP clamando – aquí, en política todos aprovechan la mínima oportunidad- contra la corrupción como si en ellos no hubiera. ¡Qué pegajosa es la pasta! Mucho más para quien duerme en un cajero automático con otros tres indigentes.
La sumisión al poder – dejemos el tema porque huele a podrido como las novelas de aquel cura “parguelísima” que nos ponían de modelo en mi colegio, siempre rodeado de chavales a los que quería muchísimo- la sumisión al poder hace que uno comulgue sin problema con ruedas de molino. Esta semana lo he visto de nuevo. Sale en un telediario una señora de impecable presencia, segunda fila del partido socialista que afirma como si hablara la voz de su amo: la ley de amnistía no ha tenido nada que ver en la bajada que ha sufrido el Psoe en Galicia. A partir podemos creer que los burros vuelan y que todos somos guapos, jóvenes, inteligentes y ricos. Los socialistas lo van a ver en las próximas elecciones vascas y europeas porque ya no valen los augurios fallidos de Tezanos, el sociólogo de cabecera. La sumisión al poder hace que uno sea capaz de pronunciar las frases más ridículas y contrarias a la evidencia: la ley de amnistía no ha tenido influencia en las elecciones gallegas. Admitamos pulpo como animal de compañía.
Hablaba yo ayer mismo con una abogada magnífica, guapa, con la cabeza muy bien amueblada y comentábamos un caso de una madre perversa – las hay, no solo hay hombres perversos, también hay mujeres y yo les puedo dar varias docenas de nombres, después de cuarenta años en las cárceles-. Bien, una madre perversa, trabaja en sesiones de mañana, tarde y noche para poner a sus hijos en contra del padre de las criaturas. En medio de la conversación amistosa le digo: eso que me cuentas es un síndrome de alienación parental de libro. Y ella responde contundente: eso no se lo puedes decir a un juez porque es un síndrome muy controvertido. Muchos dedicados a las ciencias de la conducta no lo aceptan.
Querida mía: le respondo, sintiéndolo, con todo el cariño de que soy capaz, que es mucho. También quemaron a Miguel Servet por afirmar que la sangre circulaba por el cuerpo y no lo aceptaban. Tampoco aceptaban que la tierra se movía y por eso quemaron a Giordano Bruno a punto estuvieron de hacerlo con Galileo. Por eso, los sumisos al poder, aunque lleguen a una convicción tras el estudio, a veces, se niegan a expresarla en público para no sufrir las iras de los grupos dominantes.
Hoy, empoderad@s ignorant@s, niegan que exista ese síndrome de alienación parental porque el poder le ha ordenado que lo nieguen – un progenitor se trabaja a los hijos a conciencia para ponerlos en contra del otro-. Ese síndrome existe. Por mucho que se empeñen en negarlo al más puro modo nazi. Acuérdense de Joseph Goebbels, ministro de propaganda hitleriano: repitamos una mentira mil veces y acabará convirtiéndose en verdad.
Repetimos la mentira una y otra vez y nos convencemos a nosotros mismos. Al principio sabemos que es mentira, pero poco a poco, entramos en nuestra trampa y acabamos creyéndola. El poder, los grupos de presión, la propaganda oficial han logrado su propósito, estamos sometidos, formamos parte del batiburrillo acrítico y borreguil.