Sonata interior es la primera novela participativa por entregas que publica Fran J. Fradejas para h50. Esta iniciativa concede al lector la posibilidad de decidir la marcha de los acontecimientos a partir de sus comentarios. Al final de esta publicación podrás añadir tu sugerencia para continuar la intriga de los acontecimientos.
Me desperté sobresaltado. Una serie de números resonaba en mi cabeza sin saber por qué: 271037, 271037, 271037… Me levanté de la cama y me dirigí a la cocina, donde me preparé un café bien cargado. Sentía mi mente embotada, era incapaz de pensar con claridad. La extraña secuencia se repetía una y otra vez en mi interior, presionando contra las paredes de mi cerebro… 271037, 271037, 271037…
Me vestí rápidamente y salí como alma que lleva el diablo a la calle. Tenía la esperanza de que el rumor procedente del exterior amortiguaría el insistente repiqueteo… 271037, 271037, 271037…
Así fue. Tras abrir la puerta de mi casa, me inundó el ruido del tráfico, los pitidos de los coches, los motores y frenazos… Y el sonido ensordecedor de los números en mi cabeza desapareció; respiré aliviado, todo parecía volver a la normalidad.
Anduve varias horas sin dirección aparente, hasta encontrarme, sin saber cómo, parado sobre la arena de una playa, una playa en la que nunca había estado, pero que me era tremendamente familiar. Paseé por ella sin prisas, escuchando a las olas romper junto a la orilla. A lo lejos, el mar se unía con el cielo en una comunión perfecta de texturas y colores. Observé a las gaviotas, rompían el viento con su delicado vuelo, elevándose sobre el mar sin agitar apenas las alas. El aire salado impregnaba mis labios.
De pronto, el sol se oscureció y el cielo amenazó lluvia; las primeras gotas de agua no se hicieron esperar y comenzaron lentamente a salpicar mi cara. Aceleré el paso y, finalmente, me lancé a la carrera, sin saber muy bien a dónde dirigirme.
Llegué a un tramo de acera que flanqueaba imponente una gran avenida; la seguí sin levantar la mirada del suelo, sin observar a nada ni a nadie. Una extensa hilera de edificios cortaba el final de la calle. Detuve mi carrera bajo uno de los balcones que se elevaban al lado de una distinguida portería de aire modernista, allí recobré ligeramente el aliento. Respiré durante varias veces, exhalé el aire y volví a expulsarlo lentamente hasta que mi cuerpo comenzó a recuperarse.
En la pared de la portería, junto a una hilera de timbres de aspecto antiguo, una placa dorada, con un pequeño ejército de letras negras escupidas sobre ella, llamó mi atención. Fijé mi vista en estas y al enfocar…, ahí estaba de nuevo la extraña secuencia que había emborrachado mi mente momentos atrás: 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 271037, 27… los números parecían alzarse ante mí con la desmedida soberbia de quien está acostumbrado a ostentar el mando.
Comencé a correr hasta desvanecerme. Desperté en la fría sala de una conocida clínica psiquiátrica.
—Por favor, sea sincero, contésteme con franqueza, ¿Qué me pasa doctor?
—Mmmm —dijo el médico—. Veamos. ¿A usted le dice algo esa secuencia de números?
—Absolutamente nada —repuse.
—Bueno, bueno, lo principal es que no se preocupe, que no le dé importancia a lo que me ha contado —me dijo—. Voy a prescribirle unas pastillas que le ayudarán con su problema, tómese dos cada ocho horas, le tranquilizarán. Nos volveremos a ver en tres días para ver cómo le ha ido.
—La visita son 350 euros, puede pagar a mi secretaria a la salida —concluyó.
—¿350 euros por menos de tres cuartos de hora que, encima, se ha pasado bostezando? ¿Está usted loco?
—Buenas tardes caballero —volvió a decirme el psiquiatra, mientras me abría la puerta de la sala—. Pida hora con mi secretaria para dentro de tres días.
—¿A.. a.., acepta cheques? —le pregunté a la asistente con el nerviosismo propio de quien sabe que va a perder 350 euros a cambio de absolutamente nada.
—Solo efectivo caballero —repuso esta—. Si no lleva suficiente, puede bajar al cajero y volver a subir.
En mi mente se disparó la idea de bajar y no volver jamás a la consulta. A fin de cuentas —pensé— aquello era una auténtica estafa. Así que, mirándola a los ojos, le contesté sonriente a la joven:
—¡Perfecto!, bajaré y subiré enseguida a liquidar la cuenta.
—Claro, no hay problema —dijo el psiquiatra desde la puerta de la sala—. Mientras tanto, deje, por favor, su DNI a mi secretaria. Hasta dentro de tres días. Buenas tardes.
Consternado, obedecí y le hice entrega de mi documento de identidad. Al otro lado del pequeño mostrador, la secretaria me miraba atenta, con una blanca sonrisa.
Cerré la puerta y bajé al cajero, sin despedirme siquiera. Una vez abajo, esperé a que una venerable anciana, con pelo blanco y un elegante bastón, terminara de repasar su cartilla. Apesadumbrado, retiré los 350 euros que me reclamaba el loquero, tras lo cual, volví sin prisa alguna a la consulta.
—Veo que ya está de vuelta —me dijo alegremente la joven, mientras me mostraba su considerable torrente dental.
No le contesté, solo alargué hacia ella, con pesar, mi temblorosa mano, con los siete billetes de 50 euros todavía calientes.
—Hay que ver lo bonitos que son estos billetes de cincuenta —volvió a martillearme la secretaria—. ¿Necesita factura?
Me di la vuelta cabizbajo y, sin contestar, abrí la puerta y salí de la consulta con la impresión de haber malgastado inútilmente una tercera parte de mi sueldo mensual.
—Señor, señor… —le oí decir a mis espaldas—. Creo que debo darle hora para dentro de tres días.
—Déjeme en paz señorita —repuse.
—Pero señor, es por su propio bien —me apremió.
—¿Le va bien a las 16:00 horas? —continuó, martilleándome ella, mientras me perseguía dos pasos por detrás de mí, escaleras abajo.
—¡Que me deje tranquilo, le he dicho!
—Pero señor…
En el momento en que atravesaba la puerta de salida, un lujoso automóvil, ya metido en años, se detuvo ante mí.
—¡Suba!
Una persona que hace tiempo dejó atrás su juventud, ataviada con un enorme mostacho que casi impedía ver sus facciones, abrió la puerta trasera del coche, a la vez que me invitaba a entrar en él.
—Suba hombre, ¡dese prisa!
(…)
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Sonata for flute and piano. Composer Ivan Sokolov. Flute Irina Stachinskaya, piano Mikhail Turpanov.
¡Hola! ¡¡Me encanta la idea!! Allá voy…
“Mientras decidía si subir o no al vehículo, escuché una fuerte explosión a mis espaldas seguida, segundos después, de una segunda detonación…”
Es la mafia italiana! No hay mejor terapia que pertenecer a esa gran familia
¡Hola! ¡Me encanta la idea! Allá voy…
“Mientras decidía si subir o no al vehículo, un motorista pasó a gran velocidad y le hizo entrega al conductor de un objeto que me pareció ser una pequeña porcelana de estilo oriental…”
Ella, quitándose el mostacho le dijo: es el? -Afirmativo. Es el cabrón que me robó todo, ahora ya sabes donde tenemos que ir para preparar el contraataque. Y tras un ligero rechinar de los neumáticos salió zumbando en dirección a la playa…
Nose porque pero sin pensarlo dos veces me tire dentro del coche como si no hubiese un mañana maldiciendo al doctor que se había llevado mi tercera parte de sueldo. El hombre del mostacho sonrió y le dijo al conductor(enorme, de color y sudoroso) al puerto. Mil pensamientos me venían a mi cabeza mientras recorría las calles semáforo a semáforo giro a giro.. pero solo a uno le preste atención: 271037
Atónito y sin saber muy bien cómo reaccionar mis piernas fueron más rápidas que mi cerebro y me ví dentro del coche , al lado de aquel hombre al que no conocía.
¿ Quién es usted ? ¿ qué está pasando ? ¿ por qué ?
Me dijo su nombre y su fecha de nacimiento , el 27 de Octubre de 1937 ….
Una vez a salvo, le pregunte que qué quería de mi, no soy más que un simple desconocido para el.
Me contó que no era un simple desconocido para el, me conocía de mucho tiempo atras y que era normal que no lo recordase ya que manipularon todos los recuerdos que yo tenía.
Subió al coche huyendo de la secretaría y de su voz. En la parte trasera había un individuo de mediana edad, bien vestido. Le dijo que sabía lo que pasaba en su mente y que la serie numérica era una forma de comunicación alienígena.
Los alienigenas le hicieron subir al coche. Sin tiempo para procesar nada, le explicaron que ese numero que le comunicaron por telepatia era un aviso. La tierra podria destruirse el 27 del 10 de 2037 y necesitan su ayuda para evitarlo
En aquel momento noté que la rabia que rugía en mi interior se desvanecía. No sabía quién era ese hombre, pero una fuerza interior me empujó hacia adentro. Apenas me había acomodado en el interior del asiento trasero, cuando sonó mi teléfono, era la llamada de un desconocido, quise rechazarla, pero mi dedo se deslizó sobre la pantalla en dirección contraria, de lejos escuché una voz… paledecí, hubo un silencio que se interrumpió con mi respiración agitada, mi miedo se transformó en pánico… otra vez esa secuencia 271037 !
En aquel momento noté que la rabia que rugía en mi interior se desvanecía. No sabía quién era ese hombre, pero una fuerza interior me empujó hacia adentro. Apenas me había acomodado en el interior del asiento trasero, cuando sonó mi teléfono, era la llamada de un desconocido, quise rechazarla, pero mi dedo se deslizó sobre la pantalla en dirección contraria, de lejos escuché una voz… palidecí, hubo un silencio que se interrumpió con mi respiración agitada, mi miedo se transformó en pánico… otra vez esa secuencia 271037 !
– Con veínte euros hubiese sido suficiente..
Todabia no había salido de la consulta y en mi cabeza seguía martilleando la voz de la secretaria que casi me atropella un coche, al mismo tiempo se abre la puerta y del interior me invitan a subir , y sin saberlo voy a ser testigo de un acontecimiento relacionado con los números de están en mi cabeza…..
La oscuridad era menor con la luz de la luna llena