Manuel Avilés*
Avisé en mi artículo anterior de que buscaba una novia solo para hacer la justicia que me ha sido negada. Si, negada inexplicablemente después de una vida aperreada, jodida con mil quehaceres cada uno más complicado que el anterior, llamado siempre para resolver problemas de “altísima responsabilidad”. Lean las memorias que le estoy haciendo a Eslava Galán o las de Juan Alberto Belloch y verán lo que vale un peine.
Un botón de muestra: estaba tan feliz – trabajando veinticuatro horas todos los días del año. Atendía el teléfono al que llamaban las maltratadas a cualquier hora del día o de la noche- y me llama un ministro. Manuel, te necesitamos. Cuando un ministro te dice eso, es peor que malo, porque significa que te van a meter un marrón del calibre 357 Magnum. Necesitamos un típo viejo – gracias por el piropo, yo tenía cincuenta y dos años-, con mala leche – gracias de nuevo-, con el colmillo retorcido y que no se asuste. Ese jabón ya es síntoma de que el problema tiene cojones. Y no puedo contar más porque entonces fastidio las memorias antes de terminarlas y el editor no las publica.
Con un par de mafias carcelarias y un desastre de organización que ni la primera República de Estanislao Figueras – las memorias. Y ya no lo digo más- me fui allende los mares a trabajar como siempre, veinticuatro sobre veinticuatro horas para deshacer entuertos. Ya les contaré, pero esto tengo que decirlo ahora para mantener el interés y porque, si no reviento. Hubo un revuelo serio en los periódicos y al bajar del avión me esperaban varios periodistas al pie de la escalerilla. El sicario ultrafascista aún no había escrito nada de mí en el libelo tan ultra como él. Dios los cría y ellos se juntan. Los proetarras del EGIN se habían hinchado en idéntico estilo fascistón. La primera pregunta en la frente: ¿Qué opina usted de esa noticia, primera página en mil sitios, sobre el sexo oral que le ha practicado un funcionario a un preso colombiano? Hombre – respondí, preparado como iba para no inmutarme ante lo escabroso- hay que querer a los presos y tratarlos bien, pero no hasta ese extremo.
En esos niveles andaba el desastre en aquel sitio. Un funcionario se echaba como novio a un preso y le hacía un trabajo fino en el aseo. ¡La madre que me parió y mecagoentoloquesemenea! ¿Creen que tengo material para esas memorias o me lo invento?
Me falta mucho porque todo esto no es sustancia para entrar en la cárcel y yo voy a ir, ya lo aviso como llevo tiempo diciendo. Por eso busco novia, porque me hace falta un sostén – con perdón- en el exterior, una infraestructura. Ella se casa. Los dos nos casamos y como el día de mi paso por el crematorio está cerca, se queda la pensión y vive como la maharajá de Kapurtala por ese matrimonio de amor del bueno. Y yo no me revuelvo en la tumba ni mis cenizas se agitan, porque los cuernos “post mortem” no cuentan.
Por favor no me escriban las que lo han hecho ni otras asimiladas. Se me pone en contacto una señora llamada Laodorelys. En mi vida he oído que nadie se llamara así aunque ahora los nombres parecen inventados por el enemigo. Laodorelys tiene sesenta y seis años y, con todo el dolor de mi corazón, tengo que decirle que la busco de cuarenta. Por lo de la pensión que ya tengo dicho y que no hay que volver a explicar para no levantar la liebre al ministerio correspondiente.
Verás, Laodorelys, con esa edad, parecida a la mía, no arreglamos nada. Palmo yo y palmas tú a la vuelta de la esquina. Con eso no le hacemos ni cosquillas al ministro de hacienda de turno para vengar la putada que me han gastado, que es lo que pretendo. Por otra parte, si sigo haciendo propaganda del evento, me van a acusar de mala fe procesal, de fraude de ley y de tener la voluntad torcida a la hora de contraer matrimonio, que ahora en los consulados de Cuba y la República Dominicana y demás sitios similares, antes de celebrar las nupcias, te preguntan gilipolleces tales como en qué lado de la cama duermes, cómo se llaman tus futuros suegros, si te gusta practicar la postura del misionero y si el que va a ser tu marido ronca por las noches. Todo eso para asegurarse de que no es una boda de conveniencia para pillar pasaporte de la Unión Europea, que no sabes tú cómo se ha puesto ahora de quisquillosa la diplomacia.
Además de para Laodorelys, tengo algún mensaje para otras que me escriben, que esto parece ya el consultorio de Elena Francis. ¡Quien cojones me mandaría a mi buscar novia por el “feisbu”, en lugar de ir a una agencia matrimonial o a un cursillo de bailes de salón o apuntarme a senderismo como se ha hecho siempre!
Julesdorit, no me creo que estés enferma, ni que tengas una herencia pendiente de cobrar y necesites quince mil euros para mover al notario hasta África. Si tienes la evidencia de una fortuna por heredar como la que dices, no hay notario que se resista y no anticipe el trabajo sabiendo lo que le queda por cobrar. Lo que me dices, Julesdorit, huele a timo que tira para atrás. Difícilmente cuela por muchas fotos que me mandes en camiseta. Entiende que a mi edad busco novia pero quiero una chica formal y no una miss camiseta mojada, que puede resultar ser un negro de Ghana, de ciento treinta kilos, en lugar de una francesita dulce y delicada con talla de modelo de lencería erótica.
A Jennywinston, tengo que decirte casi lo mismo que a Julesdorit. Sé de sobra que los ancianos somos presa fácil para el engaño. Todo el mundo está dispuesto a escuchar aquello que quiere oír. ¿Cómo te vas a enamorar de mi locamente, tumultuosamente si ni siquiera me has visto? Tampoco te creas que soy Brad Pit, que hay que tener los pies en el suelo. No estoy gordo como un cebón ni calvo como una bombilla de las antiguas, pero los años se notan en las patas de gallo y en las canas por mucho que quieras tirar de Grecian dos mil y de las mechas que se empeñan en darme el parguela peluquero al que voy cada quince días. Jennywinston, me resulta imposible creer que seas militar norteamericana, que mandes fotos de un pibón en uniforme de faena – los conozco porque soy de los pocos que quedan vivos, que han hecho la mili-, que estés destacada en Siria y necesites que te mande quinientos pavos para salir de un atolladero. Una sargento americana destacada en Siria – país en guerra con un par de huevos- se levanta seis mil pavos al mes por lo menos, y no tiene donde gastarlos porque en la cantina de los cuarteles los precios están por los suelos y en mi época, los litros de cubalibre, valían menos de un dólar. Soy viejo, pero no gilipollas y busco novia no por cuestiones de urgencia orgásmica sino por motivos jurídico-reivindicativos. A ver si me vas a confundir con las pobres que se cargó el paquistaní en Morata de Tajuña, que uno, viejo y todo estudió criminología en el paleolítico, con sobresaliente de nota media. Cierto es que entonces andaban los dinosaurios por la tierra, pero donde hubo, siempre queda algo y aún me acuerdo de Lombroso y hasta de Freud y los instintos reprimidos.
Y aquí me tienen. Decepcionado. Busco novia de cuarenta años, tirando por arriba. Dulce y no conflictiva. Sin exigencias. Solo para vengarme de la injusticia de que habla mi artículo anterior.
Ya verás como Sánchez, con las catalanas al caer, me va a dar el disgusto de irse otra vez a reflexionar por culpa de algún bulo. Imparto un taller literario en la Universidad de Alicante y no lo cobro. Imparto un taller literario en la Universidad de Almería y no lo cobro. Presento 357 Magnum, con casi doscientas personas en la cena de gala, vendo cien libros en la presentación, y no cobro ni medio euro. Todo por la mierda de la jubilación. A los funcionarios jubilados nos condenan al orejero y a ver la tele basura porque, todo da a entender, que así nos volvemos gilipollas rápido y palmamos pronto.
Sánchez, pendiente de Puigdemont que se jacta de “tener arrodillado al estado”, no arregla nada, por si lo arrodilla otra vez, y seguimos cotizando el impuesto por el trabajo cuando no trabajamos nada. A ver si la banda de vejestorios – somos diez millones- espabilamos, montamos un partido en condiciones y le enseñamos a Sánchez, a Feijoo, a Puigdemont, a los bildus y los peneuves lo que vale un peine. Yo, mientras tanto, no pierdo la esperanza de esa novia dulce y no conflictiva que me haga no añorar las huríes de los paraísos moros. El paraíso y el infierno están aquí