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Segundo DESTINO, puedo oír los colores (Sinestesia)
Consulta en Santiago, a las 17:00 horas.
—¡Entra!, ¿qué tal estás? —pregunta la psicóloga.
—Horrible, tengo miedo de hacer daño a la gente, por si acaso he quitado los cartuchos del cargador de la pistola —responde el guardia civil.
—¿Dónde lo habíamos dejado la semana pasada?
—Te había contado que le habían picado el billete a un compañero en Barcelona
—responde el agente.
—¿Tienes miedo de que te maten? —pregunta María José.
—No, tengo miedo a morir solo —contesta el agente.
Volvieron a retumbar los nervios y habló el guardia civil:
«De Barna al norte.
Se ha desatado el ODIO, he dormido mal. Saca la pistola, móntala una y otra vez para que se escapen los cartuchos por el lateral, quince veces, y se quedará ese hierro negro recién pavonado con la boca del infierno abierta.
Suplica más balas, ya no quedan, míralas esparcidas por el suelo. Rompes la normalidad. Dibujas la anormalidad. Despellejas el aliento, para sentarte cansado en el pavimento y rebuscar en el fango de los pensamientos; las penas y los dolores de estas venas de aquí, ¡sí!, las de tu garganta; ¿se pueden romper?, te despersonalizas y se desata de nuevo el ODIO, que no es ODIO, es MIEDO.
¿Miedo?, tienes miedo a pudrirte, a matar, terror a subirte al tejado y no ser capaz de controlar un ODIO que no es ODIO, es sencilla y llanamente miedo a la vida, pero miedo a la muerte no.
La mala suerte sabe a hiel, podría haber nacido en otro momento, o lugar. Te explicaré lo que tienes que hacer cuando vengan a matarte.
Se está encapotando el cielo del cuartel. Los que te rompen el corazón con un coche bomba se han escondido; se han escapado cruzando la muga; por el monte y la nada.
Buscados en Urnieta; también en Oyarzun. Dormían los cobardes. Son las tres de la mañana, ¿duermen?, ¿pueden dormir después de asesinar? Cuando los cogemos, nos miran de reojo; hacen cenefas con sus necesidades; lloran y lloran volviendo a llorar sin parar.
Nos lanzaron contra una pared pintada con letras de escombro, con subfusiles y pasamontañas. Una soga en la recámara siempre…».
«Examen final en la Ikastola
Yo no quiero morir, tú no quieres morir, él no quiere morir. Trenzado de pensamientos atropellados que hablan de defunciones, óbitos, decesos y trances forzados. Forzosa vorágine de túneles; obligadas oquedades con finales luminosos. Deflagración en espera, paciente y desinhibida cuando los inhibidores no funcionan.
Los guardias civiles descendían con marcial paso las escaleras para confirmar el destino, escrito estaba en un lugar tenebroso y adjudicado a un uniforme de diario. Sentimientos lluviosos, fríos y extraños, que punzaban desde fuera hacia el interior de los estómagos. Un boletín, y el asunto oficioso pasaba a ser definitiva y tristemente oficial.
Dejábamos atrás una parte de la vida al abrigo de los que nos querían, madres, padres, hermanos, familia y amigos, para marchar a ese tenebroso lugar llamado norte, término empleado en los años en los que la regla de tres era muy simple, uno de cada veinte no volvía a casa. A partir de ese día nunca de espaldas a las cristaleras, si un agente se mantenía ocupado, el compañero vigilaba. Tu espalda es la mía, mi nuca la tuya. Hemos aprendido a mirar el reverso de todo, las piedras, las flores, los libros, los hombres. Otear desde lejos la cara oculta de esa pregunta a la que nadie respondía, ¿por qué tantos muertos?, ¿para qué?
En una avenida de Donostia, llamada de La libertad, antagonismo puro a la situación que se vivía, la mañana se enreda con el suspense de no saber cuándo moriremos. Dicen los más viejos que allí no la teníamos.
En Rentería, el cielo eternamente oscuro se iluminó de pronto, el fogonazo de luz dejó el asfalto teñido con la sangre de siete civiles, ¿nos esperaba la muerte?, aún no, frustración de los malos, la trampa bomba había explosionado antes de tiempo.
Y volvimos, porque de todo se sale y se vuelve, menos de la muerte.
Tengo pesadillas»
La próximo miércoles, a las 17:00 horas, me sigues contando —dice la psicóloga, dando por finalizada la sesión de hoy.