Se avecina un otoño caliente y no tiene nada que ver con ese mantra posmoderno del cambio climático. La subida de temperatura será localizada, en Cataluña, y temporal, hasta que cese el ruido indepe, ya que al final más pronto que tarde algunos en ocho segundos se quedarán helados y no precisamente de frío.
Tras el paso sin pena ni gloria de la Diada en Cataluña y sin un horizonte de estabilidad gubernamental en España, los amigos de la barretina y la estelada se empiezan a organizar para volver a agitar las calles. Dejando de lado los lemas separatas y las extravagantes pancartas reivindicativas como la insultante de “Puta España”, este año los nostálgicos de los peligrosos postulados de Companys creen que la republiqueta está más cerca y la verdad es que hay muchas papeletas para otra efímera proclamación.
Entre unos y otros están hinchando un globo que es muy probable que a mitad de la fiesta se desinfle. Sobran los motivos para ser tan sumamente pesimistas que incluso podemos llegar a resultar unos agoreros o “cenizos”. La clave para ello está en analizar bien los argumentos que forman la base de tanta utopía nacionalista, y es que existe una notable incongruencia entre los discursos y soflamas panfletarias que se lanzaban desde las diferentes instituciones días antes de las elecciones del 23 de julio y lo que se viene escuchando últimamente debido a la descarada mendicidad de votos para una investidura.
Lo que al principio se nos quería mostrar como una “Cataluña Disney” en la que la convivencia social podía venderse como un referente respecto a otras comunidades autónomas españolas, ahora resulta que allí se vive en un conflicto social permanente y es imperiosamente necesario poner una solución…
Llamémosle amnistía, referéndum de autodeterminación o independencia.
La irresponsabilidad de quienes ostentan el poder es tal, que en vez de ayudar a apagar el fuego, se afanan en echar más gasolina y contribuir a avivarlo. Cada gesto y cada declaración desafortunada ayuda a subir la temperatura a una olla express que no sabemos por dónde puede saltar. Cuando ya no haya remedio a tanto despropósito y esté todo perdido, tirarán de los de siempre para improvisar una solución.
La única diferencia que veo de un futuro uno de octubre de 2023 en comparación con el de 2017 es que me da la impresión que el papel de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado ante tal hecho solamente sería prácticamente testimonial. Me refiero concretamente al papel de la Policía Nacional y la Guardia Civil, pues con “las fuerzas de ocupación” fuera de juego a la policía autonómica catalana le tocaría desempeñar un papel bastante más activo.
No creo que veamos de nuevo un despliegue de Policía Nacional y Guardia Civil en Cataluña, ya que los intereses de los protagonistas de tanta ignominia son incompatibles con esa medida. Bajo mi humilde opinión preferiría que fuese así y evitar que los policías tuviesen que vivir enlatados en un barco muertos de asco y mal comiendo. Reitero mis palabras anteriores sobre que es mi opinión personal, ya que éstos policías están hechos de otra pasta y fieles a sus principios y en cumplimiento de un nuevo mandato judicial, si hiciese falta volver, lo harían de nuevo incluso tragándose tanto las pedradas y los cócteles molotov de los manifestantes como los insultos de los gobernantes que les llamaban “Piolines”.
Ya pocos se acuerdan de esos valientes policías y guardias civiles que por defender el estado de derecho se entregaron tanto, que algunos después de su angustioso paso por el hospital no sólo finiquitaron una misión sino que debido a las secuelas físicas consecuencia de los ataques y de las brutales agresiones terminaron con su carrera profesional.
Por mucha independencia, por mucha estelada, por mucho odio a España y a cuánto la representa, hay una cuestión que no se puede disimular. Cuando la pantomima haya terminado y los asistentes a las manifestaciones regresen a sus casas, lo que les esperará en las calles será la vuelta a la rutina y a la más absoluta inseguridad ciudadana que desde sus instituciones se ha permitido y engordado.
Al despertar al día siguiente seguirán compartiendo Raval con mafias de narcos, Bonanova con los okupas o Las Ramblas con las peligrosas bandas de asaltantes. Ésa delincuencia al igual que las ansías de independencia son producto puramente Made in Catalonia.
Sigan distraídos con su divertida ensoñación, pero luego no se echen las manos a la cabeza.
P.D. Si los radicales separatistas osan de nuevo repetir la jugada… Que piensen que segundas partes no son buenas…
¡La republica no existe! ¡idiota!