Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
Manuel Blanco Romasanta, más conocido como “El hombre lobo de Allariz” o “El sacamantecas” fue el primer asesino en serie español documentado como tal. En esta columna de h50 Digital Policial ya he hablado de él en otra ocasión. Romasanta mató a diecisiete personas, fundamentalmente mujeres y niños. Nacido en 1809 como mujer en la aldea orensana de Regueiro, fue bautizado e inscrito como Manuela. Por su más que probable hermafroditismo, en su juventud adoptó la identidad masculina y se cambió legalmente el nombre por Manuel, lo que evidencia que tuvo de pasar algún tipo de control oficial para superar el trámite. A los veintiún años se casó con una moza de la misma parroquia, que murió al poco de puertas adentro.
Hombre lobo caníbal
Romasanta apenas medía 1,37 metros de estatura y aseguraba padecer licantropía; creía convertirse por las noches en hombre lobo. Así, con engaños llevaba de viaje a sus víctimas por los bosques y allí las mataba sin compasión.
Según él, era además antropófago; es decir, caníbal. En el juicio del año 1852, declaró que debido a su naturaleza “lobishome” comía trozos de cadáveres de sus presas humanas. Luego, ya sin la maldición de la Luna, les extraía el unto o grasa corporal que vendía como buhonero en el norte de Portugal a precio de oro como “ungüento milagroso”, si bien hay investigadores que aseguran que este comercio sucedió muy ocasionalmente y que el hecho de la antropofagia continuada ofrece serias dudas.
La primera víctima de Romasanta, al menos que conste judicialmente, fue un alguacil en el pueblo leonés de Tremor de Abajo, huyendo el malhechor enseguida por el actual municipio cepedano de Villagatón-Brañuelas, tal como testificó en la instrucción la dueña de la taberna brañuelense en la que el gallego estuvo reposando.
Pena de muerte
Cuando después de largos años de correrías sangrientas por el noroeste, al fin lo detuvieron en la provincia de Toledo donde había huido fugitivo por estar en busca y captura, el juez de Allariz, una vez de vuelta el reo a Galicia, lo condenó en 1852 a la pena capital por sus diecisiete crímenes, de los que únicamente reconoció nueve en el interrogatorio. A la postre, la reina Isabel II le conmutó el garrote vil por la cadena perpetua. Le confinaron en el legendario fuerte penitenciario del monte Hacho en Ceuta, donde los peores convictos de la península iban a morir en sus celdas inhóspitas. Romasanta falleció intramuros en 1863, dadas las duras condiciones del cautiverio.
La tumba de Romasanta
Hasta aquí la introducción al perfil criminal de Manuel Blanco Romasanta. Vayamos pues al quid de la cuestión: ¿dónde está enterrado Romasanta, protoasesino serial, visionario y “Hombre lobo de Allariz”?
En los últimos tiempos, algunos historiadores, criminólogos, policías academicistas y aficionados al misterio han intentado arrojar luz sobre el paradero de los restos de Manuel Blanco Romasanta utilizando técnicas modernas de indagación. Sin embargo, hasta el momento no se ha encontrado certeza sobre su lugar de enterramiento.
Hace un par de años, aprovechando mi intervención en un curso en la UNED de Ceuta, investigué también el caso, avalado por la Sociedad Científica Española de criminología. Con todo, en la nueva cárcel ceutí de Mendizábal, que reemplazó a la anterior en 2017, no constan datos.
Tampoco figura ningún apunte de Romasanta en los legajos del cementerio municipal ni en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, donde por entonces se daba sepultura a los condenados que sucumbían intramuros.
Y nada en lo concerniente a la inhumación del preso en el registro de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias en la calle Alcalá de Madrid. Nada. A Romasanta se lo ha tragado la tierra. Literalmente. Acaso en el abismo del inframundo.
Otras teorías
De tal modo, ¿qué teorías razonables podemos barajar, más allá de la decepción de las misiones improductivas?
Hablando con los funcionarios de la prisión de Mendizabal me confiaban su hipótesis particular: los carceleros de la época se habrían puesto de acuerdo para que la tumba de Romasanta no fuera reconocida en el futuro, dados sus crímenes horrendos y la popularidad morbosa que despertaba. Una especie de “damnatio memoriae” o condena de la memoria romana.
Otra posibilidad a tener en cuenta sería, al hilo de lo anterior, que, en efecto, los sepultureros hubieran creído más conveniente darle tierra en una fosa común sin certificar y que el tiempo hiciera su trabajo de indolencia. Tiene mucho sentido.
¿Posible traslado del cadáver?
Por último, aunque menos respaldada por el principio de prudencia, otra conjetura se basaría en que los restos de Romasanta fueron trasladados a su lugar de origen, en Galicia. Según esta especulación, algún familiar podría haber hecho gestiones, enormemente costosas, para que el cuerpo viajara a sus orígenes tras su muerte en la fortaleza del Hacho. Aunque no existen registros que confirmen la versión, es una posibilidad remota que algunos ensayistas han considerado; bajo mi punto de vista con escasas probabilidades de consumación.
No obstante, hay que tener en cuenta que en Galicia las tradiciones funerarias son muy profundas, y la idea de que un “hechizado” tan notorio como Romasanta pudiera haber sido enterrado en su terruño de nacencia le confiere cierta intriga.
¿Hombre lobo caníbal o loco de conveniencia?
¿Era realmente Manuel Blanco Romasanta un asesino en serie psicópata que utilizó la licantropía como excusa para sus crímenes espantosos, o se trataba en verdad de una víctima, enfermo mental, que lo llevó a creer en su propia transformación como lobo depredador? Estas preguntas, junto con el misterio de su tumba, probablemente seguirán sin respuesta, lo que contribuye a que el enigma de su leyenda perdure como una protoespecie de “Jack el Destripador” del noroeste español.
Y, en efecto, el hombre es un lobo para el hombre.