Se celebraba el debate de las elecciones andaluzas y la candidata de Vox, Macarena Olona, intentaba explicar algo obvio: que no todas las culturas son respetables y que además, ciertas culturas deben ser combatidas; con todas nuestras fuerzas, añado yo. De fondo, se escuchaba la voz de la candidata de Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez, llamando racista y xenófoba a Macarena, ante la indecente pasividad de los moderadores de la televisión pública que también permitirían más tarde la acusación de cómplice de terrorismo machista a la candidata de Vox.
Europa lleva décadas recibiendo inmigración desbordada de territorios donde la ablación, los matrimonios concertados de niñas, la poligamia o la lapidación, son perfectamente legales o habituales. Permitir la penetración en nuestro país de culturas donde la mujer es poco menos que un trapo es colocar a tu hija en una diana diaria, hacerla jugar a una ruleta rusa macabra donde la próxima puede ser ella; y cuando esté rodeada de una manada de salvajes, la ideología no le servirá de nada. Mientras, personas indecentes, siguen culpando al heteropatriarcado; es decir, a sus padres y hermanos, del hecho fáctico de que nunca una mujer caminó con tanto miedo por las calles de nuestro país como ahora.
El aumento exponencial de ciertos delitos violentos como las agresiones sexuales grupales o los robos con violencia, han coincidido en el espacio y en el tiempo en Europa con los procesos de inmigración desbordados en todos los países donde ese aumento se ha producido. Primero Suecia, luego Francia y ahora en España. Por el medio, muchos otros. La ciencia policial nos indica una relación directa entre esas dos variables, constatada por procesos empíricos, porque eso es la ciencia. No sirve con que tengas una teoría, es necesario que te caiga la manzana en la cabeza para demostrarla. Que la inmigración ilegal desbordada de países que nada tienen que ver con la cultura occidental ha desbordado también la violencia en esos países se puede comprobar empíricamente con datos.
Para las élites económicas, esa nueva inmigración es la mano de obra barata que necesitan para seguir con sus multimillonarios negocios, el esclavismo del siglo XXI liderado por las mafias, las de inmigrantes y las de políticos de la UE. Los mismos partidos socialistas y socialdemócratas que permitían este proceso, escondían luego a los inmigrantes en barrios alejados de sus votantes, en un acto repugnante y racista que acabó convirtiendo las periferias de las ciudades en guetos y, de paso, en infiernos para los vecinos de toda la vida, tachados inmediatamente de xenófobos si se les ocurría levantar la voz para pedir barrios seguros.
Los que hemos estudiado estos procesos de criminalidad desde hace años, hospedados en Saint Denis o Secondigliano, sabemos también otra cosa. Todos los políticos que llamaban racistas a los que avisaban del problema, pasaron a copiar el discurso de los “racistas” cuando todo estalló en sus respectivos territorios, afectando ya de manera directa al voto, y por lo tanto a sus poltronas. Así, los líderes suecos, daneses o franceses como Macron, llevan ya tiempo hablando sin tapujos de fracaso del multiculturalismo, creación de sociedades paralelas y medidas férreas de control de la inmigración ilegal. Sólo tenéis que consultar la hemeroteca.
¿Creen ustedes que han visto la luz?
No, han visto las tinieblas. Han visto peligrar sus cargos, y es entonces, sólo entonces, cuando han reaccionado. Mientras las agresiones sexuales se incrementaban exponencialmente en sus países, negaban la situación y la escondían, hablaban de casos particulares desligando cualquier relación del crimen con la inmigración desbordada de África y Asia. Sólo cuando vieron que podían perder su sillón, viraron el discurso. Ha pasado en todos los países europeos, y nada nos puede hacer dudar de que pasará aquí.
Dentro de una década, cuando todo explote y sus sillones y enormes salarios se vean comprometidos, el discurso de Bonilla, Marín, Espadas o Teresa Rodríguez, será el mismo que el de Macanera Olona hoy. Para entonces, ¿Cuántas niñas habrán sido agredidas sexualmente? ¿Cuántos jóvenes habrán sido apuñalados hasta la muerte? ¿Cuántas bandas criminales van a crecer hasta apoderarse de barrios enteros y someter a los ciudadanos hasta el extremo de tener miedo a pasear por las calles que les vieron nacer?
Macarena Olona se ha cansado de repetir que nada tiene que ver con la raza, sino con la cultura. Da igual, racista.
Macarena Olona se ha cansado de repetir que nada tiene que ver con la nacionalidad, sino con el origen. Da igual, xenófoba.
En Rotherham (Inglaterra), entre 1997 y 2013, clanes mafiosos paquistaníes abusaron sexualmente de manera sistemática de más de dos mil niñas con el conocimiento de toda la administración, que tapaba y negaba la situación bajo pretexto, como luego se conoció por informes policiales y administrativos de “no crear tensiones étnicas”, “los autores tienen características sensibles en términos de diversidad” o “es preferible que no zozobre la nave multicultural”. Lo entrecomillado no es opinión, está en los informes para justificar la pasividad de la administración ante aquellos hechos salvajes. Todo el mundo tenía miedo a que le llamaran racista y eso hiciera peligrar su puesto. Macarena ha perdido el miedo. Cuanto primero lo pierdan todos los españoles, más seguras estarán nuestras hijas.
La actitud de los políticos de centro y derecha durante cuarenta años ha sido agachar la cabeza ante cualquier acusación de racismo, a veces incluso pedir perdón. Hemos amamantado a toda una generación de chavales que a todo lo que no entienden o no comparten lo llaman facha. Macarena ya no pide perdón, levanta la cabeza y responde: Racista, tu padre. La vida es una cuestión de actitud.