Al igual que Moro, el perro del pueblo de Fernán Núñez, y otros animales que han cambiado el destino y la forma de pensar de la gente, nadie sabe a ciencia cierta cómo llegó Tombili a las calles de Turquía. Unos dicen que apareció un buen día, casi sin crear ruido, sin hacerse notar, sin que nadie se diera cuenta, y desde ese momento se quedó. Otros postulan que, en su haber tiene un lugar y fecha de nacimiento en el exterior de una casa próxima; pero que nació libre, libre como la brisa de la mañana, libre como un rayo de sol al amanecer o como una gota del rocío de la noche.
Y como libre nació, libre eligió su destino, y libre acabó abandonando este mundo.
Sea como fuere, Tombili fue una gata callejera, cariñosa y zalamera, extremadamente carismática, a la que todo el mundo quería y cuidaba. Una gata que buscaba siempre el calor del humano, y se comportaba con este, más como un humano, que acorde al cuerpo de felino con el que Dios le dotó en el momento de nacer.
Tombili vivió once largos años, llenos de felicidad que, aunque parezca poco tiempo, es una eternidad para un gato callejero que tiene que lidiar diariamente con coches, perros y un sinfín de peligros, incluso con una mala alimentación, no siempre acorde con su metabolismo estrictamente carnívoro.
En el caso de Tombili, el alimento nunca fue un problema, ya que enseguida se ganó la amistad y el amor sincero de un carnicero cercano, que le daba las sobras de la carne que despachaba en su establecimiento.
Y ocurrió que, era tan grande el apetito de Tombili y tanta la carne que el carnicero le suministraba, que la gata engordó hasta adquirir más del doble del peso indicado para un gato como ella; algo que con los años desembocó en una insuficiencia renal que acabó en poco más de un mes con su vida, dejando huérfanos y con el corazón destrozado a muchos de los habitantes de Estambul con los que la gata jugaba a diario.
Desde el mismo momento de su fallecimiento, sus amigos depositaron flores en el lugar donde la gata solía tumbarse a ver a los humanos pasar. Días más tarde, con el fin de evitar que su memoria se perdiese en el olvido, se creó una petición en la plataforma Chance.org, para que fuera esculpida una estatua en su honor. Así, aunque la gata ya no estuviera viva, haría que su recuerdo perdurase y el dolor por su perdida fuera menor.
La petición fue un éxito, las personas que conocían a la gata y las que habían oído hablar de ella la firmaron y difundieron, alcanzándose más de 17.000 firmas y haciendo que un escultor local, tomando como modelo a un gato muy parecido a Tombili, y estilizando ligeramente su figura, creara una preciosa estatua. Para hacerla se pensaron en diferentes materiales, pero al final se optó por realizarla de bronce, un material muy duro, ya que así podría soportar sin problemas las inclemencias del tiempo.
El día 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, y Día Internacional del Animal, fue inaugurada la estatua y colocada exactamente en el mismo sitio donde la gata solía tumbarse. Bajo la escultura, una placa conmemorativa, explicaba una parte de su historia. A la inauguración asistió una gran cantidad de gente, que obsequió con flores la memoria de Tombili.
Poco podía imaginarse el escultor que, una estatua creada para durar casi eternamente, fuerte y robusta, no fuera capaz de resistir el vandalismo. Poco tiempo después de ser inaugurada, la estatua fue robada.
El lugar quedó de nuevo vació, sin vida, envuelto en la más absoluta tristeza, hundido en la pena de quién pierde para siempre a su mejor amigo. La calle no era igual sin la escultura de Tombili. El recuerdo de quien había vivido para alegrar la vida de los habitantes de Estambul había desaparecido y una parte del corazón de los que fueron sus amigos había marchado con ella.
La gente se movilizó, se imprimieron panfletos pidiendo ayuda para recuperarla, los medios de comunicación se hicieron eco, e incluso la embajada de Rusia en Turquía se interesó por la estatua. Todo fue preocupación, pero a la vez, todo fue unidad. El cerco se estrechó, y sus captores, viendo que tenían la partida perdida y a toda la opinión pública en contra, optaron por devolverla. Y así lo hicieron, una buena mañana, la estatua apareció en el mismo lugar de donde la habían sustraído, eso sí con algún desperfecto sobre su piel de bronce, “cicatrices de la vida”, probablemente habría dicho la gata.
La escultura fue reparada, y volvió a ser colocada en el lugar de honor que siempre le correspondió, el banco de piedra donde Tombili descansaba cada día, y veía, con esa tranquilidad que solo un gato puede transmitir, el mundo; saboreando el pasar de la vida, sin sulfurarse, piano, piano…
A día de hoy, la estatua sigue expuesta en el mismo lugar, no faltan flores, ni turistas que se hagan fotos con ella, y lo que se pretendió, que la memoria de la gata más famosa de Turquía siguiera viva por siempre, se consiguió con creces.
Tombili descansará tranquila y en paz, y mirará hacia abajo con una enorme sonrisa, a sabiendas de que ha tenido una vida plena y lo importante que ha sido y siempre será para sus amigos humanos de Turquía.
Para quien desee acompañar la lectura de este articulo con la música que sonaba de fondo mientras lo escribía, os dejo a continuación el enlace.
Autor: Fran Fradejas