Esta es una historia de amor y odio, a una ciudad invivible, pero insustituible; Allá dónde se cruzan los caminos, dónde el mar no se puede concebir […] pongamos que hablo de Madrid.
Con estas palabras que suscribo letra por letra, el sabio de Úbeda definía el Madrid de los ‘70. Cincuenta y un años después, plus minus, os voy a hablar de Madrid, de mi Madrid. Ahora que C.G.M. mediante dejo esta ciudad odiada y amada a partes iguales.
Han sido algo más de diez años cosidos a retazos en esta villa capitalina, que han dado para mucho en la vida de un inexperto Policía que llegaba a una ciudad recién jurado, con apenas veinticuatro años recién cumplidos y con un bagaje vital paupérrimo, el cual se sentía un poco como Paco Martínez Soria en la película “La ciudad no es para mí – “a falta de las gallinas (aunque realmente llevaba pollos/gallos en la cesta de mimbre) –. Qué le vamos a hacer, uno que es de Provincias oiga “usté”. Y si a eso le sumamos que no sabía ni cómo funcionaba el metro, que apenas había visto un par de punkies en mi vida “Hulio”, ni skins, ni parejas homosexuales disfrutando de su condición con total libertad, sin que nadie los mirase raro, como sucedía por entonces en muchos sitios, pues imagínense ustedes.
Realmente este decenio ha dado para mucho: laboralmente hablando he estado destinado en tres unidades diferentes, a saber; Brigada Móvil – Policía en el Transporte, Sala Titán 0 y finalmente O.N.D. (Oficina Nacional de Deportes), todas ellas dependientes de la Comisaría General de Seguridad Ciudadana, en las cuales he pasado por momentos buenos y muy buenos, otros malos y seguramente algunos de los momentos más tristes de mi carrera profesional, pues he tenido que sufrir la pérdida de dos compañeros de Unidad y Grupo.
Uno de ellos en acto de servicio, vilmente asesinado en la estación de cercanías de Embajadores, – a quién le debo una emotiva publicación en este mismo medio, como homenaje, si los directores del canal me lo permiten – y, por otro lado, una fatalidad, o negligencia más bien, nos privó de una compañera maravillosa, cuando traía al mundo lo que ella siempre había anhelado tener, una hija.
Solamente quiero decir que, a pesar del tiempo, aún me acuerdo de ellos, y así seguirá siendo. Fueron días muy duros, momentos aciagos que te marcan para toda una vida. Es algo que siempre estará ahí, en tu recuerdo, y no lo puedes evitar. Eran, son y serán siempre tus compañeros, tus amigos, con los que compartí, viajes de trabajo, desayunos, comidas y grandes momentos.
Unido al trabajo, siempre aparece la figura de los jefes que a quién más y a quién menos, todos los que pertenecemos a la Escala Básica, esta figura nos influye de un modo decisivo, puesto que en sus manos estamos nosotros, simples peones – en la mayoría de los casos – de sus decisiones.
Sinceramente he tenido de todo en cuanto a mandos policiales y desde la humilde opinión de un servidor, he tenido auténticos desastres – todo ello, repito, desde mi punto de vista; – desde jefes que no sabían ni cómo te llamabas o siquiera que pertenecías a su grupo de trabajo hasta otros que no se molestaban ni en escuchar tus sugerencias y opiniones para mejorar el servicio. Otros que ni siquiera se interesaban por saber en qué consistía tu labor, simplemente querían que lo hicieras y ya. No molestes.
Siempre he creído en la máxima, o al menos yo, de que: “la tropa contenta, rinde más”. Pero si bien he mencionado esos desastres, también existen los del lado contrario, porque he tenido la suerte de conocer grandes profesionales, entre ello a dos jefes (entiéndase Escala Ejecutiva ambos) que además de ser grandes jefes han demostrado ser mejores personas y tener calidad humana, al tratar a su subordinado, como si de un hijo se tratara, con comprensión, atención y aliento, en los días difíciles, sin perder nunca la perspectiva de su responsabilidad, exigiendo, cuando hay que exigir, y premiando cuando hay que premiar, y ello es digno de loa. Auténticos líderes.
De los compañeros, no tengo ninguna objeción pues al contrario, el buen ambiente ha sobresalido por encima de todo, a pesar de que uno era y es muy tercuzo y mohíno – ya conocen ustedes de la hurañía de la gente del norte – siempre ha habido con quién tomar una cerveza, un hombro dónde llorar o alguna colleja a tiempo cuándo hacías algo mal en alguna intervención, pero todo ello siempre desde el cariño y el afán de la mejora profesional y personal.
Laboralmente, he vivido intervenciones de todo tipo, como aprehensiones de lo que para mí fueron importantes cantidades de droga – contando que nunca he estado en unidades de Policía Judicial –, las célebres J.M.J., Operaciones paso del Estrecho, dispositivos de las finales de Copa de S.M. el Rey, Final de la UEFA Champions League, manifestaciones tensas como las famosas Rodea el Congreso, entre otras y probablemente, como último servicio que haré, destinado en Madrid, ha sido la participación en el dispositivo de la Eurocopa 2020 en Sevilla, entre otras a destacar.
Gracias a todos los que de una forma u otra me habéis forjado a lo largo de estos años. Gracias de corazón a todos esos COMPAÑEROS con los que he compartido vivencias y anécdotas y a los que desgraciadamente nos abandonasteis antes de tiempo, deciros, que no se os olvida, porque no hay ningún solo día que no me acuerde de vosotros.
Este adiós no maquilla un hasta luego, porque aunque te vayas de Madrid, una parte de ti siempre se queda aquí; esta ciudad, con su gente, sus amores, sus noches, sus risas, sus cogorzas (no vamos a ocultar nada a estas alturas de la vida), acaba moldeando el corazón de cualquiera, y termina haciendo de algo que veías como un exilio, lejos de todo lo que conocías, el hogar del refugiado, el cual se vino con una maleta de ilusiones y esperanzas, pero que se va ahora con un saco de recuerdos y una hija, que harán que vea hoy con cierta morriña, y desde la distancia, una ciudad que le acogió como a un hijo y lo despide como a un hombre.
Hay una frase muy cierta que dice que echar de menos el pasado es como correr detrás del viento, pero no les voy a negar que cuando esa brisa te sopla en la cara y te trae de vuelta esos recuerdos, esgrimir una mueca de nostalgia es inevitable.
Ahora que empiezo a poner en cajas de cartón los recuerdos de esta etapa vivida, concluyo diciendo, que las despedidas no son para siempre; las despedidas no son el final. Simplemente quieren decir que te echaré de menos hasta que nos encontremos de nuevo, porque el lugar que finalmente acabas amando se convierte en tu hogar, un hogar que nuestros pies pueden abandonar, pero no nuestros corazones.
¡Hasta pronto Madrid! Gracias por lo vivido, por los recuerdos, y por ver tantas veces a mi Atleti campeón.
A la Ciudad de Madrid, sus gentes y en especial a todos esos miles de Policías que la cuidan y protegen para que sea tan especial.
Alberto Crespo González
Una despedida muy muy emotiva de un hombre de bien. Enhorabuena Alberto por ese corazón que dejas ver tan a las claras. Da gusto tener que ver con gente como tú. Espero q te encuentres cómodo en tu nuevo destino. Yo, pertenezco a educación y ciencia y poco más o menos pasamos x lo mismo, cambio de colegio, cambio de ciudad y vuelta a empezar. Suerte.
Suerte en tu nueva etapa compañero, Madrid es una muesca en el corazón de los que hemos vivido allí tanto tiempo.
Desde los 85 años Madrileños has hecho que se me erice el vello
GRACIAS ALBERTO
Buen profesional