Manuel Aviles*
Los grupos de poder se empeñan en modificar el lenguaje a su medida. Yo era joven – andaban los dinosaurios por las calles, Franco estaba vivo, los policías eran grises y yo dormía en mi casa, pobre, como ahora duermen los rumanos y los moros: seis hermanos en una habitación-. Después de los sucesivos expolios a que he sido sometido – no hablaremos de eso, batallas pasadas de abuelo cebolleta- yo tendría que seguir durmiendo en un piso patera de los que hay varios en mi bloque: dos rumanos, un moro, dos negros y un piel roja, o sea yo-. De hecho, duermo ahí.
Retomo el discurso que se me ha ido la bola. Cuando era joven, estudiaba filosofía en la Universidad de Granada. Quería hacer el doctorado en Epistemología, como Le Lhutiers, y…un fracaso más para añadir a mi “ridiculum vitae”. “De inmediato reaccioné, y allí mismo en la pista la enfrenté y le pregunté si era aristotélica o tomista. No paramos de bailar, nuestros labios se atraían y empezamos a hablar… de epistemología…. Qué bonito mi amor, hacer juntitos los dos, cada día, epistemología”. Acabé en la cárcel.
La filosofía no me ha servido de nada porque el primer día que llegué a la cárcel de Benalúa, hoy Palacio de Justicia, cuando los presos formaron en el patio para que el director participara oficialmente mi nombramiento, una parodia militar-cutre, vi frente a mí a una plebe derrotada, sucia, oliendo a sobaco y a pies, como un ejército diezmado y en fuga, y me dije a mi mismo. ¿Para qué tanto Hegel, tanto Kant, tanto Tomás de Aquino y tanto Ludwig Feuerbach? ¿De qué sirven los presocráticos y los platónicos, los mecanicistas y los estóicos? Esta gente tiene bastante con sobrevivir a este mundo cabrón que los estigmatiza y los aparta. Estaba equivocado.
En aquella Universidad, en la que se estudiaba, se aprendía, se investigaba y hasta se ligaba – yo no, era feo de cojones y no me comí ni medio rosco hasta el día de mi boda con una chica de la que jamás me tuve que separar. Si me hubiera quedado donde estaba, ahora no dormiría con un negro roncándome en la litera de abajo y un rumano en la de arriba.
Había, en aquella universidad, una profesora de lengua española – en filosofía se estudiaba lengua española y nadie se cortaba las venas por estudiarla y llamarla así-, María Izquierdo Rojo – nombre premonitorio pues fue diputada socialista al Congreso, cuando los socialistas eran un partido de Estado y no una banda servil con los puigdemones. PSOE. Pedro Sánchez Obrero – duda- Español – más duda-.
La profesora Izquierdo, rubia como la del Jaguar, dulce y sabia, aunque con un deje de mala leche. Encantadora que nos hacía caer la baba con sus explicaciones y golpear por debajo el tablero del pupitre, manteniendo las manos sobre él. ¡Que tiempos, ahora no golpea uno nada y para dar como a cajón que no cierra hay que usar el pie o la muleta!
Decía la Izquierdo, con aquella voz empalmante, que el lenguaje determina el pensamiento. ¡Cuánta razón! Uno piensa como habla y la manera de hablar influye de manera determinante en la forma de pensar. Por eso los grupos de poder – izquierdas, derechas, ultras, fluidos, binarios, feminazis, mariquitas, eclesiásticos, machistas, feministas, homófobos …- y toda la ya ralea que anda sobre la faz de la tierra, se empeñan en controlar, adoctrinar y dominar de principio a fin el lenguaje. Pensamos como hablamos.
Hay una guerra auténtica por el lenguaje. Antes se decía maestro, de “magister”, el que más. Ahora profesor de EGB y le han cambiado el nombre de nuevo porque esa educación no existe por antigua. Se decía practicante y ahora ATS, que me hago un lío con las siglas y la BAC – biblioteca de autores cristianos donde yo leía la Suma de Santo Tomás- ahora significa brigada de autores cochambrosos.
Ahora domina el inglés. Vamos a tomar un tentempié y le llaman “brunch”. Vamos a correr y le llaman “running”, una gilipollez. No les voy a meter una clase de lingüística, que sería osado por mi parte, pero si te descojonas de risa hay que decir: estoy LMAO. Esto es inglés y se traduce como “laughing my ass off”. O sea, me parto el culo de risa. ¿Cómo se les queda el cuerpo?
En medio del totum revolutum de la política, viene la rubia del jaguar otra vez al balneario – a esto hay que llamarlo spa- y me dice que, muy probablemente siguiendo las instrucciones emanadas de la autoridad, se compre un Lamborghini, que es el coche que el máximo mandatario ha puesto de moda y que los Jaguar ya están obsoletos y muy pasados de moda. Esta rubia se está pasando. Ni me toma ni me deja y me tiene mareado y esperando no sé qué.
La rubia no para y me ha cogido como si yo fuese el Oráculo de Delfos, el que tiene que ser consultado siempre y en cada momento. Esta rubia – que yo creo que es morena y usa peluca cuando quiere e igual está hasta calva- se ha leído “Los idus de marzo” y se sabe de memoria las maniobras de César para saltarse las gilipolleces de los sacerdotes y arúspices que interpretaban si los pollos sagrados comían o no para autorizar la batalla. Todo eran, como ahora, maniobras de los políticos, enredos para distraer a la plebe y permanecer en el poder.
Ahora la clave está en el sostenimiento del apoyo catalán para que el gobierno no caiga. Todo lo que no sea eso es “pecata minuta”, una cuestión sin importancia, porque si el gobierno se va al garete y hay que convocar elecciones, el discurso cambia.
En medio de este equilibrio inestable, todos los políticos andan utilizando el lenguaje de la mejor manera que saben y mi rubia del Jaguar – o del Lamborghini si se lo compra- se ha personado en mi tanatorio eventual a pedirme aclaraciones como si yo fuera el padre Claret, confesor de Isabel II, que tenía contestación divina para todo.
¿Tú crees – pregunta la rubia – que lo que han pactado con los catalanes, los esquerras y los puigdemones es legal? ¿Cómo lo definirías?
Querida rubia – contesto porque aún no me ha dado su nombre y en tráfico no me responden si les pregunto por la matricula del Jaguar. Yo no tengo ni puta idea de derecho, ni de ninguna otra cosa. Soy un jubilado inútil que vive de la pensión del gobierno porque sigo fielmente la doctrina de mi abuela Tobalina, que creía que la pensión se la pagaba Franco. A mi me la pagan Sánchez y Montero. Desde mis cortas entendederas, sin querer erigirme en un Cicerón jurisconsulto, creo que cualquier ley tiene que ser general, es decir, igual para todos y no me vale comparar a Cataluña con Cuenca y Teruel. Por eso a Sánchez se le han rebelado desde todos los sitios. Todos los grupos contrarios, evidentemente, y algunos de los suyos a los que se va a encargar de ajustarles las cuentas porque para eso ha adelantado el Congreso del partido.
En el gobierno, diariamente, se reparte un argumentario y del primero al último tienen orden de defender la “financiación singular” que es lo mismo que la ley singular y lo mismo que la ley enchufada o privilegiada. Ya tenemos la traición del lenguaje y ahora no saben ni cómo llamarlo si acuerdo, consenso, concierto, enjuague o contubernio. Cada día me acuerdo más de Maquiavelo y de Gerald Brenan y como ya los he citado varias veces no lo voy a repetir más para que no me digáis paliza. Los socios revenidos del gobierno avisan una vez más en tono amenazante: “Si intentan rebajar el acuerdo, habrá consecuencias”. Querida rubia: así están las otras comunidades, nadie quiere ser preterido, nadie quiere ser segundón, nadie quiere, encima de pura, poner la cama. Dicho sea con perdón de las trabajadoras del sexo que a mi siempre me han parecido más honradas que muchos.
Prometo solemnemente: si Sánchez echara a los puigdemones y a los rufianes y convocara elecciones con dos cojones y en igualdad sin favoritismos ni enchufes, yo era capaz de votarlo.