Perdonen el plagio. No soy muy cinéfilo – mucho más lector- y creo que esta fue una película muy galardonada en la que trabajaba Javier Bardem. Mezcla, tengo entendido, de película del Oeste y de guerra entre narcos que tienen problemas con el dinero como siempre, que los narcos siempre resuelven sus diferencias y conflictos a tiro limpio. Para no plagiar a nadie podría haber titulado el artículo “a los viejos nos quieren liquidar” y también estaría en consonancia con las ideas que lo inspiran, que responden fielmente a la realidad.
La vieja Escuela de Criminología Crítica, en la que me siento integrado, pero ya fuera de tiesto, hace cuarenta años lo decía con claridad: vivimos en un mundo utilitarista. Solo vale lo útil, lo productivo, lo bello, lo sano, lo joven, lo inteligente. Esos son los valores. A lo que estorba y es una remora se le aparta de tres formas fundamentales: encarcelándolo, hospitalizándolo y psiquiatrizándolo. A esas hay que añadir una cuarta: instalándolo en la vejez, una residencia – si la hay que es casi imposible- o algún cotolengo en el que los almacenamos olvidados. Solo hay que ver los conflictos y las denuncias que ha habido, por ejemplo en Madrid cuando la pandemia. Los almacenamos porque no hay cojones de decir: somos nazis y los viejos nos estorban, gastan y entorpecen nuestro progreso. No hay cojones.
Usted tiene setenta años y no es – salvo rarísimas excepciones- experto en internet y en redes sociales. Se aburre y el internet es divertido pero difícil. No hay posibilidad de acceder a ningún sitio salvo por internet. Ni a los ayuntamientos, ni a los bancos, ni a la administración del Estado, ni a la decaración de la renta, ni al seguro de vivienda, del coche o de lo que sea… No hay ningún sitio en el que una persona atienda detrás de una mesa, con una cara visible y contestando las preguntas del abuelo. Hay que saber mil contraseñas. Imposible. Hay que controlar mil enlaces. Imposible. Hay que manejar mil páginas…. Y hay que pedir cita previa lo cual, parte de una patada al diccionario es una horterada porque todas las citas son previas y ninguna lo es a posteriori. No es un país para viejos.
El abuelo juguetón y aburrido tiene Facebock – yo también, no quería, pero los grupos moteros de Mallorca me lo hicieron porque lo usaban para quedar a hacer rutas y ahora lo uso para publicar mis libros y estos artículos-. Cuando publique mi última novela: “357 Magnum. Por ti me juego la salvación. Yihad, amor y muerte”. Me borro definitivamente.
De pronto, al abuelo, le entra una chica por Messenger. Hola mi amor. Y el vejestorio se viene arriba – recuerden mis artículos sobre los timos a los abuelos y cómo pasó la época del tocomocho, que de esto saben mucho mis colegas de la Revista Policial H50 Digital. Y la chica le manda un par de fotos e incluso un video más que picante diciéndole mi amor y las ganas que tiene de conocerlo. La chica de las fotos nadie sabe quién es ni la del video tampoco que hay miles de videos en internet con los contenidos que se quiera – grave problema para los chavales jóvenes del que la Criminología tiene también que ocuparse-.
El abuelo – llamémosle Genaro, para no estar todo el rato hablando del vejestorio- entra al trapo, hasta que la otra le pide expresamente: mándame una foto de tu p… Genaro se asusta. No quiere y afirma que es un señor mayor y no entra en esos juegos. Ya tenemos el lío – mis colegas de H50 Policial saben mucho de esto- porque la señorita, que a lo peor ni es señorita sino un mafias cualquiera, le suelta: Tengo tu video – mentira que Genaro no ha mandado ninguno- lo voy a publicar y se va a enterar toda tu familia, tus amigos, tus vecinos. Lo publicaré en todos los periódicos y en todas las televisiones. Y a Genaro le entran los siete males. Se pone cardiaco. No sabe qué hacer si ir a la policía, al juzgado, esconderse debajo del colchón o no quitarse nunca el disfraz de lagarterana que piensa ponerse de inmediato. No es un país para viejos.
Hoy Genaro se ha levantado con un trancazo importante, le duele todo el cuerpo, está atascado y ha pasado la noche tosiendo. Va al médico y lo atiende estupendamente. Rápido porque tiene una cola de tres pares, pero bien. El médico es un crack – cerca de la vejez, le faltan cuatro a cinco años para entrar en el colectivo- pero critica al sistema. Genaro, le dice afable: Le voy a recetar unas cuantas cosas para el malestar, para la tos y para el atasco. Y le manda Couldina efervescente – que tiene aspirina-, Fluimucil y Flutox – para paliar las toses- y una inyección de Trigon depot porque Genaro tiene uno pólipos en las vías altas que le dificultan la respiración. Perfecto el médico, su diagnóstico y sus recetas.
¡Oh dolor! La Couldina, el Fluimucil y el Flutox, no están financiados por la Seguridad Social y Genaro tiene que dejarse mas de treinta pavos en la farmacia. Tendríamos que hablar con Irene Montero para que metiera estos medicamentos en la misma ley que sí financia, por ejemplo, el cambio de sexo o la hormonación. Este no es un país para viejos. Hormonarse es importante y se financia porque hay que estar contento con el sexo que se elige, pero pasarse la noche tosiendo, no poder respirar o estar desguazado, eso hay que pagarlo en el Estado del Bienestar en que nos encontramos, ¡Genaro, que no te enteras! El Trigon depot, un corticoide para los pólipos lo han retirado de las farmacias -Lean, por favor, La rebelión de los buenos, de Roberto Santiago y aprendan algo sobre mafias de medicinas-. En las boticas no hay Trigón. Si el médico se enrolla – es un buen tipo, generoso, simpático y altruista- te manda a un hospital fuera de la Seguridad Social y allí te lo pinchan, Genaro, pero te cuesta 15 pavos. Y por 45 euros, tienes tus medicinas para el “catarrazo” que te has pillado porque has cogido frío por andar en gayumbos en casa con estos cambios de tiempo. Tampoco es tanto, Genaro. ¿Qué son 45 euros en una pensión de 800? Un chollo. No es un país para viejos.
Pensando en Genaro, la mujer lo ha dejado y se ha ido a vivir con una hija a Tomelloso, la semana pasada que fui a Valencia, estuve viendo a una monja que estudiaba conmigo en Granada – abuelita ya también- y que era la sensación de la Universidad. Paralizaba las clases en los pasillos del Hospital Real – ahora Rectorado y antes aulario separado por tableros de aglomerado-. Le pido a la monja, abuela pero madre superiora que conserva la “auctoritas” y la belleza intactas, una plaza para Genaro. La monja dice que sintiéndolo mucho no es posible y me suelta un rollo, liado y complicado hasta el extremo, sobre subvenciones, centros concertados y la clave de todo: La Generalitat. No es un país para viejos.
Genaro y yo vamos a protestar pero dudamos cómo hacerlo. Hay varias posibilidades: atracar un supermercado con armas blancas para ir a la cárcel donde nos atenderán seguro. Buscar un sitio en el que nos vendan una pistola de segunda mano y pegarnos un tiro ante la Delegación del Estado de Bienestar del Gobierno o quemarnos a lo bonzo ante el Ministerio de Igualdad por la igualdad que nos ha proporcionado en el final de nuestros días.
Estamos preocupados por la guerra de Ucrania, por la de los Israelíes con Gaza, por las pateras que llegan en tropel a nuestras costas, por los niños que ven porno en sus teléfonos y se creen que así son las relaciones entre los seres adultos, por las mafias de todo tipo, por los políticos mentirosos, por los trincones, por las promesas incumplidas… y no digo para no cansar. Con tanta preocupación no nos damos cuenta de que estamos sobrando. No es un país para viejos.