Hay un montón de gilipollas – que no me conocen en absoluto- y piensan de mí que, más que un play boy, soy un long play. Un chulo de playa, de los de marcar paquete con un bañador minúsculo, intramuscular, intravenoso, con el Marlboro o el Winston – imprescindibles- y el mechero clíper cogido con la cinturilla, y con un peine de gitano de la cárcel de Benalúa para arreglarme el tupé varias veces por minuto. ¿Imaginan la estampa? Pues así más o menos.
¿De dónde habéis sacado esa imagen superficial y falsa? ¡So memos – y no digo otra vez gilipollas para no repetirme, que sigo las normas literarias de Azorín y Borges-. Hombre – insisten los gilis- es que en las fotos del feisbu, siempre estás acompañado de mujeres guapísimas.
¿Y? ¿Tú te crees todo lo que ves? ¿Crees que monseñor Mariposo, con bonete y esclavina y una pinta de parguela que espanta, con el sortijón granate de palmero de Peret, es un místico del siglo XVI, aunque no sea más farsante que otros obispos? ¿Crees que los políticos solo piensan en el bien común cuando toman sus decisiones y cada mañana planean cómo hacer más felices a sus fámulos? ¿Cuando dimiten o se retiran a reflexionar, no lo hacen acaso buscando una palanca en algún sitio para brincar más alto? Esto son dudas y no la metódica de Descartes.
Mira chaval. Sí, el del encefalograma plano: cuando hay mujeres guapísimas con el “357 Magnum. Por ti me juego la salvación”, es por mil y un motivos, pero ninguno obedece a mi ser play voy o long play que es inexistente.
Las mujeres leen y escriben mucho más que los hombres. Vete a cualquier club de lectura: veinte mujeres y un pobre despistado que andaba por allí. Ve a una presentación literaria: un pobre divorciado que no sabe dónde ir ni tiene seis euros para una cerveza en la Plaça dels Cavalls, y aterriza por allí desorientado a ver qué encuentra. Treinta mujeres leídas que se saben, a poco que las aprietes, hasta la Iliada y la Odisea.
Más motivos de belleza: la modelo de la portada, es un pibón estratosférico, una poeta de raza de la que oiremos hablar. Habrá que hacerse una foto con ella…¿ O es que somos bailarines de la nebulosa ridícula eurovisiva? La del vestido ceñido azul eléctrico – sigo con la presentación del 357 que tantos os encela- es la mejor fotógrafo de la galaxia, capaz de sacarme guapo incluso a mí que soy primo hermano de Quasimodo. Otra, con un hombro al aire y un vestido negro que corta la respiración, extremeña, sencilla a la vez que explosiva, escribe relatos eróticos y te pone una parte – corporal innombrable-, como el pescuezo de mi compadre El Cigala cuando canta las lágrimas negras. ¿Y las médicos? Te sacan de las garras de La Parca cuando estás a punto de rendir ante el altísimo, y no pierden la sonrisa y te dejan con la miel en los labios pensando: esta…la quiero siempre a mi lado aunque no me esté muriendo. Hubo otra – sigo con el 357 Magnum- que no sé quién es para mi desgracia. Puede que abogada por la pinta intelectual, con clase, con capacidad de mirarte por encima del hombro, poniendo ojos de miope, con la elegancia de Madame Duclos en la Bastilla y hacerte suplicar: llévame contigo, aunque sea para barrer y fregar los platos. Dos veces he soñado con ella desde entonces y no le he cogido ni la mano: inmensa, etérea, inalcanzable, potente como los chorros del río Mundo después de una dana violenta de las que inundan los secarrales manchegos.
Long play…. Pobre de mí, que en mi adolescencia, con pocos años y menos posibilidades, hacían guateques en mi pueblo y no conseguí bailar ni una vez. Tampoco sabía, pero conseguirlo nunca. El cura, al volver al colegio interno tras quince días de vacaciones, preguntaba: ¿Has bailado? Yo respondía acojonado: no, padre. Seguro que has bailado, insistía aquel buen hombre reprimido y represor. Como se ponía pesado para hacerme confesar, le decía la verdad: padre, no he bailado porque ninguna ha querido, pero lo he intentado, de modo que pecar de pensamiento y de deseo, sí.
Ese es el poder de la literatura – hablo de esa mujer casi irreal por su belleza, la de la sonrisa iluminante y la mirada escrutadora y sabia-. La literatura es mucho más potente que el dinero y hasta que la política. La literatura permanece a través del tiempo, He ahí el poder de ser inmortal – si escribes algo que no sea obviedades, frases hechas y gilipolleces más planas que la novia del pivot de Arcahueja, que suspiraba continuamente por poderse operar lo que tira más que dos carretas. La literatura te trasciende como Laura ha trascendido a Petrarca, como Don Quijote a Cervantes y como Madame Bovary a Flaubert.
La literatura es refugio para sobrevivir, para blindar el Alzheimer, que este alemán es un cabrón que se lo lleva todo por delante. Para olvidar el asqueroso mundo del chismorreo y la política – perpetua y enconada lucha por el poder y nada más-.
Ahora mismo, tras las elecciones catalanas, vemos el percal: Aragonés se va por el batacazo de su Esquerra, Junqueras se siente fuerte pero quieren echarlo y se resiste, Feijoo aguanta el tipo y dice que está creciendo, Abascal permanece en silencio a verlas venir y esperando a que escampe. Sánchez tiene la sartén por el mango, saca pecho afirmando que España va como un cohete – recuerden el España va bien de Aznar- y ya le ha enseñado a Illa que puede usarlo como moneda de cambio.
Leo que Illa avisa de que apoyar la investidura de Puigdemont sería ir en contra de la voluntad de los ciudadanos. Le han tocado haciéndole ver la posibilidad. Estoy seguro. Junts per Cat, se ha convertido en Puigdemont per Cat. Todo en favor del líder mesiánico que vuelve del exilio con sus huestes prestas a entronizarlo. Salvador Illa ha ganado, le ha sacado siete escaños al fugado en el maletero, al golpista de octubre del 17, pero… lo mismo ha pasado otras veces y los pactos se retuercen lo que haga falta. El interés esencial no es el Palacio de la Generalitat sino el de la Moncloa.
Sánchez deja “bajar el souflé” – es profesor de Maquiavelo- y acecha a ver qué es lo que le conviene para actuar en consecuencia. Todo esto me huele a rancio. Que me paguen la pensión a fin de mes y se dejen de bobadas o me tendré que tirar al monte y empezar mi cadena de atracos con el cuchillo de Rambo en ristre – mi amigo Antonio, letrado ilustrísimo me apoda Rambo cuando no soy más que un feo “escuchumizado” que no le aguantaría ni medio asalto a ningún boxeador mediano. Con el machete dentado ya es otra cosa.
Vuelvo al asco de la política y me largo inmediatamente. Hoy he disfrutado con la literatura como remedio. Un amigo, magistrado de lo Contencioso en Alicante – esos que juzgan y deciden los pleitos contra la administración- ha publicado un libro delicioso. Tomen nota, Javier Latorre: Cortos. El engaño silencioso.
Empieza con un juicio y uno no toma conciencia del asunto hasta que nota que estamos tratando de un tiburón financiero, un consejero de un gran banco que – psicópata frío de ánimo y desalmado- juega con los ahorros y el dinero que la gente ha podido restar a su vida de cada día para enriquecerse sin medida y sin el menor remordimiento. El fiscal ataca sin piedad. El tiburón se ve perdido, baja las manos como los boxeadores que ven el combate desde el suelo y desde las hostias que están recibiendo como panes y por todos los sitios. El tiburón chulo y prepotente nadando entre millones, se desarma y canta por soleares.
Javier Latorre, sabe de qué habla cuando trata de movimientos financieros y de jugar a la Bolsa. Hay en el libro una enseñanza profunda en esos terrenos resbaladizos de las altas finanzas. Me ha atrapado sin tener ni puñetera idea de Bolsa porque – depredado como he sido reiteradamente- jamás he comprado una acción de nada. Milagro es que no viva en un piso patera, compartiendo habitación de literas con dos moros, un rumano y otro de Ruanda.
En la Bolsa nada es verdad, todo son rumores y mentiras…. Es francamente fácil manipular el precio de la acción para los profesionales del mercado – en el que entran incautos que no saben nada de nada y creen que se van a hacer ricos en unos días-….Un conocido banco hizo una ampliación de capital y dos de su consejeros, el día antes de hacerlo, vendieron todas sus acciones. El precio de la acción se desplomó y esos mismos consejeros – los que saben, no los incautos- volvieron a comprar acciones de la misma compañía. He ahí el juego que desvela magistralmente el autor de “Cortos. El engaño silencioso”. Es un juego de trileros controlado por los peces grandes.
Es novela, pero… está pasando casi cada día.