MATAR O MORIR. CASIMIRO VILLEGAS.
Le pasó a un policía local de Sevilla pero podía haberte pasado a ti… o a mí, o a cualquiera que tenga un arma legal en su domicilio… incluso al que no la tenga.
Al final, Casimiro somos todos.
Es uno de los instintos más primarios del hombre, defender lo suyo, defender su morada y a su familia ante el peligro inminente, y esa defensa se lleva a cabo siempre hasta las últimas consecuencias, sin la más mínima posibilidad de que el estado de estrés al que se llega te permita valorar ni siquiera por asomo la proporcionalidad que luego sí se te exigirá en sede judicial, enjuiciada por personas que jamás han experimentado lo que siente el cuerpo ante un ataque que pone en riesgo toda tu vida en apenas unos minutos.
En palabras del policía nacional Daniel García Alonso, perito en el uso de la fuerza: “no se puede recrear una situación de supervivencia, sólo experimentarla cuando ocurra”.[i]
Parece increíble pero en España los asaltantes no tienen reglas mientras que los que se defienden del asalto sí, y ojo con no cumplirlas, caerá sobre ti todo el peso de la ley.
Así que la escena es la siguiente: duermes con tu mujer en tu casa de campo cuando oyes un ruido en el salón. Bajas pensando que no será nada, como siempre, y al encender la luz te encuentras a tres encapuchados.
A partir de ahí, el caos.
Comienza una lucha feroz de mordiscos, puñetazos, gritos de horror de tu mujer, estrés, ansiedad, sangre, muebles rotos, voces que dicen“mátale”….
Todo eso lo vives en cuestión de segundos, y a ti te piden proporcionalidad en la defensa mas resulta que por la situación creada te ha sido imposible ver si alguno lleva un cuchillo o no, si alguno tiene un arma escondida o no, si hay más gente fuera, si vienen a violar y matar o sólo a robar…
Tu cerebro en ese momento activa unos resortes básicos de supervivencia, todos ellos dirigidos a anular la amenaza que tienes en frente. No es que tú seas una mala persona, es que las órdenes que llegan de la cabeza a través de impulsos al resto de órganos de tu cuerpo son las que son, no las puedes controlar.
Una parte importante de los órganos de tu cuerpo dejan de manera automática de funcionar. La energía que el cuerpo ahorra en ese proceso la manda a través de bombear sangre a las extremidades, brazos y piernas, por ser estos quienes activan los instintos que permiten huir o pelear.
A partir de ese momento ya es imposible si quiera medir la fuerza física que empleas en para repeler la agresión. Les pasa a muchos policías cuando son acusados de excesiva contundencia.
Cuando un ser humano se enfrenta a un cara a cara con la muerte el cerebro racional pierde el control en la toma de decisiones, imponiéndose la parte más atávica, la más animal.
Neurológicamente hablando somos una persona distinta, y ante una situación anormal no tenemos respuestas normales, de esas que escribirías en el caso práctico de tu examen de penal en la facultad de derecho. No funciona así.
Muchas de nuestras respuestas ante una situación de estrés de combate pueden parecer irracionales valoradas a posteriori, pero tenían su razón de ser en el momento de la confrontación: sobrevivir.
La proporcionalidad solicitada por nuestras leyes es una ficción jurídica que sirve a los malos y condena a los buenos. ¿Cómo se valora la proporcionalidad en una lucha salvaje que surge de manera repentina y se materializa en términos de resultado en apenas segundos o minutos?
Si la fuerza aplicada es escasa puedes acabar muerto, si es excesiva condenado… ¿en serio te piden que seas proporcional en una situación así?
Tu cerebro optará siempre por la segunda, la que te permite sobrevivir.
¿Son proporcionales los disparos por la espalda?, según la legislación no, pero ¿cuando eres consciente en realidad del cese de una amenaza en un ataque grupal e inminente? ¿Es que no puede el que huye darse la vuelta? ¿Es que no puede salir hasta el coche que espera fuera, coger allí un arma y volver?, ¿cuantas oportunidades tengo que darle al malo para que mate a mi familia antes de poder matarlo yo a él?
Pedirnos proporcionalidad en situaciones así es ponerse de parte de los delincuentes y dejar a los pies de los caballos a las víctimas, tú no sabes ni cómo ni con qué intenciones llegan ellos a tu casa, pero te piden valorarlo antes de aplicar tu respuesta.
El cerebro no te dejará valorar nada. La respuesta cerebral a una amenaza de muerte es eliminar la amenaza, punto.
El debate de tertulianos ha imposibilitado una explicación real de las conductas de los asaltados bien por desconocimiento cuando no por puro cálculo político.
Que nuestro ordenamiento jurídico hace aguas es una obviedad que Casimiro Villegas ha puesto encima de la mesa con su juicio. Aun saliendo exculpado, la condena de Casimiro y su mujer será muy superior a los tres años de cárcel como mucho que pasarán entre rejas sus asaltantes.
Ocho años a la espera de juicio, todos los bienes embargados, un intento de suicidio, dos enfermedades psicológicas crónicas, noches sin dormir, ansiedad, estrés… no tendremos dignidad como sociedad si no cambiamos ya esta locura.
El caso Casimiro puede actuar de catarsis. Un policía local de Sevilla puede poner a todo un país frente a sus contradicciones y cambiar las cosas.
En EEUU y otros países con legislaciones mucho más avanzadas en esta materia que la nuestra rige la llamada Ley Castillo. Mi casa mi castillo, y todo lo que pase dentro en caso de asalto violento lo debe asumir el asaltante, y al que defiende su morada se le da una medalla, no un calvario judicial.
Es tan importante lo que está en juego que incluso en la mitad de los pocos estados americanos donde rige el Duty to Retreat (el deber de huir antes de matar si es que puedes hacerlo), este no opera cuando el asalto ocurre en el hogar donde el ser humano tiene “special right to be”.
Ojalá nunca me pase a mí, pero si ese día llega los asaltantes deben saber que defenderé mi morada y a los míos hasta las últimas consecuencias, es una de las cosas más nobles que puede hacer un hombre.
#CasimiroSomosTodos
[i] El Enfrentamiento Policial Armado. Daniel García Alonso. Netpol.
Autor:
Samuel Vázquez Álvarez es el Coordinador General de la plataforma Una Policía para el Siglo XXI. Actualmente desarrolla una ponencia en el Congreso sobre la L.O.P.S.C. Conferenciante en diversas Instituciones, sobre el desarrollo de un nuevo modelo policial.
Se define como un policía de calle, destinado en los Grupos Operativos de Respuesta (G.O.R) de la Policía Nacional, orgulloso de trabajar al servicio del ciudadano.
Su último libro, Justicia Poética de la editorial Avant, refleja su biografía profesional. “Es un relato de policías de verdad, de policías de la calle, los primeros en llegar y los últimos en irse. Una historia reflejo del trabajo diario de unos agentes que no siempre ganan, no siempre lo hacen bien, y que a veces tienen que ir un paso más allá para lograr una justicia mejor que la legal, la justicia poética”…