Vivir en una comunidad tan acomodada y elitista como la Unión Europea no te garantiza librarte de vecinos complicados y molestos.
Las relaciones entre España y Marruecos no siempre son lo amigables y cordiales que deberían ser. Para ser dos países vecinos supuestamente aliados, constantemente se encuentran en los extremos de una cuerda que siempre está tensa más de la parte marroquí.
Cuestiones tan irritantes como las turbulentas relaciones internacionales entre España y el régimen autoritario marroquí las dejo para los amantes de la diplomacia o el espionaje, aquí nos interesa mucho más la seguridad y la lucha contra la delincuencia.
Siempre que se hace referencia a las relaciones entre ambos países por cuestiones de seguridad, se pretende vender la imagen de Marruecos como un aliado que con frecuencia tiende su mano para batallar contra el terrorismo yihadista y el narcotráfico. Nada más lejos de la realidad, pues a la mínima de cambio y coincidiendo con alguna molestia del otro lado promueven “jornadas de fronteras abiertas” dando pie a conocidas avalanchas de inmigración ilegal.
La Unión Europea, y más concretamente España de manera directa, se preocupan demasiado por mantener sus fronteras bien vigiladas realizando unos controles exhaustivos mayoritariamente de tipo migratorio. Ésos controles también suponen un filtro y un freno para los grupos criminales dedicados al tráfico de drogas y demás especialidades delictivas.
Tanto a nivel policial como de inteligencia, el conjunto de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado ejercen su labor escrupulosamente con el fin de mitigar cualquier tipo de riesgo o amenaza.
Es de sobra conocida la relación existente entre grupos criminales dedicados al tráfico de drogas, la inmigración ilegal o la trata de blancas con otros grupos terroristas yihadistas. Tanto a éste lado del estrecho como en la zona del continente africano, policías, guardias civiles y militares se dejan la vida para mantener la seguridad y mantener a raya la delincuencia.
Ya en su día hablé del barrio de El Príncipe como zona “No Go” en España por ser cuna de terroristas abanderados de la yihad. Queda patente que los 14 km de mar que separan el continente europeo del africano no suponen obstáculo alguno para quienes mercadean con género ilegal. Una suerte de bandas criminales afincadas a uno y otro lado de la orilla del Mediterráneo negocian con diligencia colocando su mercancía en la puerta sur de Europa.
Los tratados que en el ámbito de la seguridad tienen firmados España y Marruecos parecen no servir absolutamente para nada. Las políticas migratorias o los fondos que desde Bruselas van destinados a la lucha contra la inmigración ilegal o el narcotráfico no tienen el efecto esperado en las zonas de acción específicas.
Está demostrado que lo único que funciona son los operativos policiales, y extrañamente se desmantelan sin motivo alguno.
Operativos en los que actúan grupos de élite y que cuentan con profesionales policiales excelentemente cualificados, hecho que contrasta con la precariedad de medios materiales y logísticos. No se puede ver combatir una guerra contra el narco y le contra el terrorismo yihadista sin medios dotacionales adecuados. Es vergonzoso que en vez de facilitar ese tipo de medios y mejoras a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se haga justamente lo contrario. Se regala a Marruecos patrulleras más potentes y modernas que las que usa nuestra guardia civil o se les facilita partidas millonarias o vehículos policiales mientras que los que utilizan aquí en España se pasan dos de cada tres días en el taller.
Un largo sinfín de barbaridades que la única explicación que tiene es rendir pleitesía sin límites a un rey que no es el nuestro.
La seguridad ciudadana, la inmigración, la prevención de la delincuencia son cuestiones fundamentales a tener en cuenta entre todos para garantizar la convivencia segura en nuestra comunidad. Pese a ésto, hay vecinos que por innumerables que sean los gestos de buena voluntad que se tengan con ellos, nunca estarán satisfechos y seguirán resultando molestos.
Por muy conflictivo que sea el que vive enfrente, mal vamos si somos nosotros mismos los que tiramos piedras contra nuestro propio tejado.
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