Pido disculpas por algunas de las expresiones, pero no estoy para delicadezas. Yo soy de la opinión de que un político del que depende un sector de la función pública tiene que, por cojones, conocer bien aquello que está dirigiendo, de arriba a abajo. Si eres Ministro de Sanidad, tienes que haberte metido en la dinámica de unas Urgencias, de una UCI, de un ala de oncología, de la atención primaria, pediatría, es decir, de la sanidad de bata, no de corbata.
Un político que aspire a ser gestor no puede ser como un taxista en la bolsa. No se, quizás esté diciendo disparates, pero, ¿era mucho pedir que el Ministro del Interior fuera un mando policial o de emergencias que haya sido respetado por su buena gestión al mando de diversos grupos de hombres y mujeres de los que depende nuestra seguridad?
Muchos dirán que la gestión no tiene que ver con la ejecución, otros dirán que no se de lo que hablo, y quizás alguno me de la razón. Lo cierto es que ni se ha planteado esta opción en nuestros ejecutivos. Yo hablo de lo que conozco, y hablo de la Policía Nacional.
Hoy hay mandos que lo son por méritos propios que realizan una labor de gestión de grupos magnífica, y ello a pesar de tener la obligación muchas veces de obedecer órdenes políticas de los Delegados y Subdelegados del Gobierno, unos más técnicos y otros más políticos, que de todo hay en la viña del señor. La política, por desgracia, lastra las labores técnicas operativas de unos cuerpos de seguridad que están infinitamente por encima de sus mandos políticos.
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, como partes integrantes tangencialmente del poder judicial, deberían gozar de la independencia que también debería tener el poder judicial, y no tiene desgraciadamente. Y digo esto porque no es nuevo el uso político de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad a través de mandos sin escrúpulos que vendieron su alma al demonio parlamentario.
Por suerte han sido los menos porque el uniforme forjado con el sacrificio y la sangre de sus héroes impregna de dignidad a quien se lo viste, y castiga severamente al que lo ensucia
Hoy tenemos un Ministro indigno. Esta frase es dura, pero estamos acostumbrados a oírla. Soberbio, pagado de sí mismo, mentiroso y profundamente antidemocrático. Castiga al justo y encumbra al injusto, todo lo contrario que debería hacer un gestor, antaño magistrado.
Parece que la manifiesta indignidad del Presidente del Gobierno impregna a todo su Gobierno, Marlaska incluido.
Marlaska, me dirijo a usted, ya que en el Congreso de los Diputados me tienen amordazado, “súbase a un zeta, patrulle, detenga, pelee, negocie, ayude, acate órdenes, aguante insultos, conduzca, corra, llore y ría, sea aquello que dijo ser: sea valiente, tenga huevos. Después, dirija”