Columna de Ricardo Magaz en h50 Digital Policial. “CRÓNICAS DEL NUEVE PARABELLUM”.
El pasado 1 de julio se cumplieron 26 años de la liberación del funcionario de prisiones Ortega Lara, secuestrado por ETA, al que cuatro terroristas mantuvieron durante 532 días en un cuchitril inmundo. Es el cautiverio más largo y cruel ejecutado por la banda criminal.
El destino quiso que por una serie de factores el funcionario no muriera en el interior del zulo subterráneo de siete metros cuadrados, como pretendían los etarras. La Guardia Civil lo rescató in extremis el 1 de julio de 1997 después de una laboriosa investigación que tuvo en vilo a la sociedad española y al propio Gobierno.
Conozco los pormenores del caso porque en aquella época me tocó, junto a otros colegas, ser portavoz de la Plataforma de Apoyo y Solidaridad con los Secuestrados (PASS), impulsada por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias y apoyada por organizaciones policiales. ETA mantenía secuestrado a un tiempo al empresario Cosme Delclaux.
Intentos de suicidio
Los etarras se cebaron especialmente con el funcionario de prisiones. Ante la desesperación por la tortura de estar enterrado en vida, Ortega Lara intentó adelantar su muerte suicidándose, pero no lo logró por falta de medios. Sabía que los terroristas le matarían tarde o temprano. Consciente de ello, ideó un sistema para despedirse de su familia: escribía en el papel aluminoso de los quesitos y se tragaba la bolita con la esperanza de que cuando le hicieran la autopsia a su cadáver la encontraran en el estómago y la leyeran. Terrible.
He visto estos días a José Antonio Ortega Lara en televisión, con una presencia excelente; además de alegrarme, he recordado aquella frase de superación de Concepción Arenal cuando dijo que todas las cosas son imposibles mientras lo parecen.
Adelante, amigo.