El caso de infiltrar a Sodupe partió de la idea de Aguirre y pese a la reticencia de Urrutia, el pulso lo terminó ganando el primero. Vale que Sodupe no era miembro del cuerpo, ni guardia civil, ni tampoco militar, y eso en este lado de la raya en la lucha antiterrorista suponía al menos tener unos mínimos de desconfianza hacia el nuevo infiltrado.
Todo iba a una velocidad vertiginosa y las instrucciones eran tantas que a Sodupe al principio se le atragantaba el trabajo. Con mil ojos puestos sobre él, iba pacientemente haciéndose con datos e informaciones de relevancia significativa. Su primer cometido sería hacer un listado de todas aquellas personas que de alguna manera u otra daban cobertura, apoyo logístico, o servían de tapadera a los terroristas. A simple vista parecía una labor fácil de llevar a cabo, pero el sentimiento de estar siempre vigilado y cuestionado, le generaba una relativa intranquilidad.
El momento clave
La prueba de fuego fue superada con éxito. Un agente de la Brigada de Información de Bilbao, bastante bien caracterizado, y mimetizado al detalle con quienes son la esencia del ambiente abertzale, entró en el batzoki “Karra”, y tras pedir una cerveza al camarero, se dirigió al baño para recoger una nota manuscrita. Esta misiva, escrita del puño y letra de Sodupe, había sido ocultada previamente por él, detrás de una rejilla de ventilación. Con el botín en el bolsillo, el agente abonó su consumición, y antes de recibir el cambio, empinó su cerveza, y en tres tragos la dejó tiritando encima de la barra, saliendo acto seguido por la puerta del local.
Una hora más tarde, Aguirre y Urrutia tenían delante suyo la nota en la que había una relación de diez nombres, todos ellos supuestos colaboradores directos con la organización terrorista. Bastó una rápida comprobación, y el veredicto fue positivo, Sodupe había cumplido y les había dado una información veraz. En los dos meses siguientes, habría más contactos, más informaciones, más nombres, y muchos más datos, que corroborarían el acierto de Aguirre con la infiltración.
La duda y el acierto.
Todos se preguntaban cómo un chaval con antecedentes por kale borroka, y aunque por poco tiempo, también perteneciente a la banda, ahora colaboraba tan activamente con la policía. Sin duda, aquella era una cuestión rara y nada habitual, pero daba resultados, y eso era muy tenido en cuenta. El tiempo transcurría, y las conexiones continuaban funcionando de manera ininterrumpida, aún así, pasaría alrededor de un año de intensa colaboración antes de lograr su mayor éxito.
Y al final, llegó el golpe de efecto. Gracias a la información facilitada por Sodupe, serían cazados cinco terroristas del comando Madrid, dejando esta célula mermada y sin capacidad alguna de reacción. Durante más de dos meses, el infiltrado, había ido haciendo acopio todos aquellos datos que le parecían interesantes, entre los miembros del núcleo duro del comando, se hablaba de un próximo atentado con dos coches bomba en Madrid, y esto le hizo encender todas las alarmas. Tanto los nombres de los terroristas, los coches que iban a utilizar, la dirección de un piso franco, y dos fechas posibles para la comisión de un atentado con coche bomba en la capital, engrosaban un informe detallado, que sería entregado a su enlace de la Brigada de Información de Bilbao.
Acción, reacción
A la par que la Policía Nacional desplegaba un dispositivo antiterrorista sin precedentes en la capital, en Bilbao se estaba realizando una operación simultánea para crear una cortina de humo y sacar “Berri” de zona hostil. Un grupo del GEO y agentes de la Brigada de Información, intervinieron con suma premura y mientras daban un zarpazo al comando Madrid, los agentes del tedax, lograban neutralizar los dos coches bomba que habían sido estacionados en los aledaños del Cuartel de la Guardia Civil de Batalla del Salado.
Con todo el “guirigay” montado, las noticias anunciaban a bombo y platillo la práctica desarticulación del comando Madrid, noticia que puso muy nerviosos y alterados a los que desde arriba manejaban los hilos de la organización terrorista ETA. Las noticias volaban, y cualquier reacción fuera de tiempo, podía suponer quedar en fuera de juego. Muchos de los miembros de los diversos comandos terroristas autóctonos del País Vasco, fueron dispersándose y buscando la frontera con Francia para pasar al otro lado. En el caso de “Berri”, sería diferente, pues tenía encargada personalmente la tarea de esconder dos lanzagranadas y varios explosivos en un zulo ocultado en una parte boscosa del monte de Artxanda, resultando este, un impedimento suficiente como para poner tierra de por medio.
Algunos de los integrantes con más peso del comando Vizcaya, veían como una temeridad el hecho de encargar el trabajo del zulo, en un momento tan complicado. Lo que no sabían, era que en cierto modo, le estaban poniendo fácil continuar con su tapadera, ya que, correr ese riesgo, ponía en valor la valentía y la lucha de un gudari comprometido. Este hecho tan relevante, le granjearía ganar peso en el comando y seguir actuando como un infiltrado, pasando totalmente desapercibido.
La jugada maestra previa
Antes de toda esta operación antiterrorista en Madrid, antes de la caza de los comandos que iban a atentar con los coches bomba, antes de la desbandada generalizada por miedo a futuras operaciones antiterroristas en el País Vasco, mucho antes de eso, “Berri”, pasó alrededor de tres horas oculto en la parte de atrás de aquel Peugeot 205. En ese coche aparcado en los alrededores de la estación de servicio de Ugaldebieta, siendo las 08:00 horas de un 23 de marzo de 1980, el inspector Aguirre y un agente de policía de la Brigada de Información de Bilbao, disfrazados de mecánicos, y con la ayuda del conductor de una grúa, transportaron el supuesto vehículo averiado a una nave industrial de Sestao. Un trampantojo, un actuación, un engaño, se podría llamar de cualquier manera, pero sin duda fue una idea muy ingeniosa para lograr tener no solo un contacto directo y personal con el infiltrado, sino el acceso mano a mano de una información altamente valiosa.
A ojos de todo el mundo, la grúa y dos mecánicos se llevaban un coche averiado, una tartana inservible cuyo final sería su muerte en el desguace, pero para el inspector Aguirre, para la policía, y para cuantos trabajaban muy duro en la lucha contra el terrorismo de ETA, ese traslado del Peugeot 205, suponía tener una oportunidad de oro de salvar muchísimas vidas humanas.
En la balanza, el equilibrio depende siempre del reparto del peso, y para el infiltrado tenía mucho más peso e importancia ser de utilidad a la sociedad y ayudar a evitar una masacre, salvando muchas vidas, que correr el riesgo de ser descubierto por sus compañeros de comando y terminar sus días con un tiro en la nuca y abandonado en el monte.
Esta es una minúscula muestra de las acciones de un infiltrado en una silenciosa lucha antiterrorista.
Por valientes como “Berri”, como Mikel lejarza “El lobo”, o como todos aquellos desconocidos y sin nombre y apellidos, hoy somos un poco más libres.