23 de Marzo de 1980 en las inmediaciones de una estación de servicio en Ugaldebieta – Bilbao
Ya habían pasado catorce días desde que había tenido su última cita con el inspector Aguirre, con tanto revuelo en el comando, no estaba la cosa como para andar jugándosela así como así. Acurrucado en el asiento de atrás de un viejo Peugeot 205, “Berri”, aguardaba pacientemente a que llegase el momento del contacto. El hecho de llevar más de tres horas escondido en un espacio tan reducido, se estaba convirtiendo en una insoportable tortura china, para un tipo tan alto y corpulento como era él, las estrecheces resultaban claustrofóbicas…
El inicio
Dicen que de buena casta le viene al galgo, pero ¿De qué casta?
Ignacio Sodupe Santillana (Nombre y apellidos ficticios), conocido en las filas abertzales como “Berri”, era el hijo pequeño de Isidro Sodupe, un bilbaíno obrero del metal, y de Micaela Santillana, una joven santanderina, orgullosa nieta de guardia civil. Ignacio Sodupe, era aprendiz de tornero en la empresa donde su padre trabajaba, la precaria situación económica de la familia, y sus pocas ganas de continuar con los estudios, propiciaron que desde bien joven supiera lo difícil que era llevar un sueldo a casa.
Ignacio Sodupe, o Iñaki para los colegas, había asistido a muchas manifestaciones abertzales en la zona del casco viejo de Bilbao, realmente lo hacía más sentimiento de pertenencia a su cuadrilla de amigos, que por el puro convencimiento de estar luchando por unos supuestos ideales libertarios. El caso, es que el joven iñaki, se movía como pez en el agua en aquellas algaradas callejeras, donde en alguna de ellas, ya había sentido sus carnes, el calor de la goma de los policías de la reserva. A pesar de ser un joven revoltoso, no era un loco rebelde, sabía muy bien que la juventud y el futuro se les estaba yendo entre la metalurgia, las litronas, la música punk, y la kale borroka. Se sentía un valiente, cuando entre quince o veinte quemaban contenedores o incendiaban algún coche, pero las dos veces que pisó el calabozo y una celda de aislamiento, más que un gudari, lo que había era un chaval que se había dejado llevar por el frenesí de lanzar cócteles Molotov, y al que todo aquello le quedaba tremendamente grande.
No pasó mucho tiempo, de la última detención, y dos tipos que decían venir de Bayona, le invitaron a pasar a “Iparralde” y hacer algo más importante que pegar voces y agitar las calles con gasolina y fuego, indirectamente, le estaban “invitando” a formar parte de uno de los comandos de ETA. El haber dejado de pasar relativamente desapercibido para la Policía y la Guardia Civil de la zona, era uno de los factores por los que le interesaba aceptar, pero estaba claro que esos dos tipos también tenían sus intereses. A priori daba mucho vértigo tomar la decisión de dejar su casa y su familia y meterse de lleno en un barrizal del que sería imposible salir, pero tampoco le daban mucha opción a pensárselo y mucho menos aunque diese una negativa por respuesta.
Ya en Francia…
Sin quererlo ni beberlo el joven Iñaki, se había convertido en un gudari profesional al que apodaron “Berri”. La instrucción era continua, pero aprendía rápido, lo que le permitió ganarse el respeto y la admiración de aquellos que lo ficharon. Con cinco meses sirviendo de avanzadilla y ayuda a otros terroristas, en el momento de cruzar la frontera con Francia, vieron que estaba maduro para formar parte del comando Vizcaya. Su primera misión en grupo, aparentemente debía ser la de trasladar a unos camaradas exiliados desde St Jean de Luz hasta Basauri, para de madrugada llevar a cabo un atentado contra una de las patrullas de Tráfico que la Guardia Civil tenía en esa zona. Lo que no sabía “Berri”, es que las cosas no iban a ser como él pensaba, y medio engañado por sus compañeros, a mitad de camino sería obligado a participar activamente en aquel cruel atentado. Si todo salía bien, con el asesinato de los agentes “Berri” perdería su virginidad en su faceta criminal, y ganaría puntos para promocionar y ascender dentro de ETA.
Con todo perfectamente planeado y preparado, llegó la hora de la acción, y fiel al refranero español, les salió el tiro por la culata. La carretera N-634 que conecta Basauri con Galdacano tenía un carril cortado por los restos de un camión accidentado, por lo que las cosas no iban ya según lo esperado. Los vehículos debían reducir la velocidad desde mucho antes de llegar al punto donde estaba la patrulla de tráfico, motivo que favoreció que los guardias civiles se percatasen de la presencia de cuatro varones en un vehículo con matrícula francesa, llevando piloto y copiloto un pasamontañas. Fue de manera instantánea, uno de los ocupantes sacó por la ventanilla lo que parecía ser el cañón de un subfusil, y antes de que les diese tiempo a apretar el gatillo, los guardias civiles se parapetaron detrás de sus motocicletas y abrieron fuego a discreción. Tras un incesante tiroteo, el vehículo se salió de la carretera cayendo por un terraplén y dando varias vueltas de campana hasta quedar bloqueado entre los riscos y los arbustos de una pequeña vaguada. cuando los agentes y los refuerzos llegaron al lugar donde estaba el vehículo de los terroristas, comprobaron que tres de los integrantes del comando habían muerto por las lesiones ocasionadas por el accidente, ya que ninguno de ellos tenía impactos de bala en sus cuerpos. El único terrorista que permanecía con vida, era el que ocupaba el asiento del conductor, y ya sin el pasamontañas cubriéndole la cara, levantaba las manos a la vez que imploraba que no le disparasen. Ese terrorista, era “Berri”, era el único que no iba armado. Le habían metido en una encerrona, y pudo haberle salido muy caro, el precio que se pagaba por tanta barbarie no podía salir gratis.
Magullado, y todavía con los pantalones mojados por haberse orinado encima, “Berri”, esperaba sentado en una silla y esposado, a quién iba a ser su particular inquisidor. El inspector de policía Aguirre, tenía mucho talante para dialogar, al igual que un par de narices para apretar hasta donde tuviese que llegar en un interrogatorio. De las tres horas que pasó en la celda con “Berri”, solamente fue necesaria media hora para sacarle información, utilizando el resto para tantearle y negociar llegar a un acuerdo de colaboración. Podía parecer difícil, pero para Aguirre nada era imposible.
Un carácter muy especial, su procedencia de los barrios obreros del metal, la facilidad para adaptarse a cualquier ambiente y otros muchos factores más, eran todo cuánto la policía necesitaba para utilizarlo como un infiltrado. El momento, el lugar, y la manera de hacerlo, ya vendrían con el tiempo.
Fuesen unos u otros los que le propusiesen algo, siempre estuvo condicionado a tener que aceptar.
No hubo el apretón de manos habitual, pero con el acuerdo cerrado entre las partes, y el visto bueno de los de arriba, se orquestó una opereta, para que todo pareciese normal, y se puso en libertad a “Berri”, sometiéndole no obstante a una estrecha vigilancia. Cuando te sientas a jugar la partida con alguien que lo hace con dos barajas, todas las precauciones son pocas si no quieres quedarte tieso antes de la primera mano.
Continuará….