Sea cual fuere nuestra forma de pensar, nuestra ideología, nuestra opción política, si somos hombres o mujeres libres, demócratas, humanistas, no podemos consentir que unos energúmenos, matones, fascistas, no solo impidan un acto electoral de un partido político, que cumple con los estándares constitucionales, no como otros, sino que cumpliendo las órdenes de unos comunistas de la más baja calaña, que viven como capitalistas, se apoderen de la calle con tácticas soviéticas y al toque de ataque impidan un ejercicio democrático, como es un mitin electoral de Vox en Vallecas (Madrid).
Hemos visto como unos vándalos, salvajes, matones, radicales de extrema izquierda, enemigos de la libertad, pero a la vez paniaguados, atacan brutalmente las ideas de otros por la fuerza de sus adoquines, pedradas, palos, botellazos y la utilización de todo tipo de instrumentos preparados para las algaradas callejeras, con métodos revolucionarios de principios del siglo pasado, pateando a la policía que trata de proteger a los asistentes y restaurar la legalidad, con el resultado de más de 20 policías heridos, mientras el Ministerio del Interior mira hacia otro lado. Lo suyo.
Y, no es una casualidad, ya que no vivimos en libertad. Vivimos en una sociedad intencionadamente asustada por la pandemia para que, al final, se imponga lo que algunos pretenden, un totalitarismo, un comunismo, un poder unívoco. Son los prolegómenos de la tercera guerra mundial no reconocida, aunque en parte aceptada por Occidente. Es la tercera guerra mundial que se trata de ganar con la crueldad comunista, como decía Nikita Krusched: “Cuan terrible es lo que los científicos guardan en su portafolio (…) No podemos esperar a que los americanos salten del Capitalismo al Comunismo, pero podemos ayudar a sus líderes electos para que les suministren pequeñas dosis de Socialismo hasta que un día despierten y se den cuenta de que están viviendo en Comunismo”.
Ahora, estos matones del siglo XIX, defendidos por Pablo Iglesias, son la nueva guardia pretoriana del totalitarismo. Detrás, cada vez mejor armados, están al acecho China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y largo etcétera de países antidemocráticos. Si no les hacemos frente, si no los paramos, se apoderarán de nuestro mundo e impondrán su poder único. Si somos seres humanos dignos de nuestra humanidad, si somos una cultura apegada a la libertad y a la dignidad, si somos un pueblo fiel a la democracia real, tenemos el deber imperativo de movilizarnos, de unirnos y de actuar para que estos criminales de la democracia no se salgan con la suya.
No podemos consentir que la barbarie se imponga en las calles pateando no sólo a la policía democrática, que forma parte del pueblo, sino a la libertad de elección de los representantes del pueblo. A estos matones de la democracia les digo que, aunque corramos muchos riesgos, no lo vamos a consentir.
Decía, en un impulso de sinceridad sobre la pandemia, Christophe Barbier, Consejero de Medios del presidente Macrom: “La angustia fue organizada por la administración y el poder político para que la gente no se rebelase. Y esto ha funcionado”. Pues bien, los totalitarios están analizando meticulosamente toda la confusa situación creada para sacar provecho y así imponer sus criterios autoritarios.
Por eso debemos recordar que si no hay libertad no puede haber seguridad, y la olla de presión, aunque sea a fuego lento, hierve. La presión social no se puede eliminar con actos vandálicos, propios de mafiosos para imponernos por la fuerza una ideología que no ha hecho otra cosa que traer guerra, destrucción y miseria. Atenta contra el pluralismo político, la libertad de expresión, de pensamiento y agrede todos los derechos inherentes a un ser humano y libre. Impide que el pueblo sea titular de su soberanía, de su futuro, de votar libremente, como lo están intentando en Madrid. Promueven el resentimiento, el odio, la envidia y los antivalores. Son los mismos que tratan de inculcar el desprecio hacia quienes han creado la riqueza, los llamados mayores, y se atreven a insultarles y culparles de todos sus males, llegando a decir: “Que se mueran, Que no voten”.
Pero, como decía Ovidio, la esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado. Pero, al final, el navío de la democracia lo rescatará del temporal si no decae en su lucha por vivir en libertad.