Que me debo a mis lectores es algo que tengo muy presente cada vez que me dispongo a escribir el artículo semanal. Las recomendaciones que me hacéis me ayudan enormemente, vuestras ideas y preferencias son muy tenidas en cuenta, y por ello, hoy os hablaré sobre un tema que estoy seguro que no dejará indiferente a nadie.
El lugar y el momento.
Nos situamos en un pequeño pueblo al lado de Durango, es un 24 de noviembre de 1983 y la incesante lluvia nos cala y entumece. El momento, reconozco que es uno de los más indeseables que me han tocado vivir, pues enterrar a tu compañero siempre es un trago excesivamente amargo. Somos cuatro policías, somos cuatro hijos, somos cuatro esposos, somos los que teníamos que estar, nuestro semblante es triste y serio, triste por la perdida y serio por la desidia. Un silencio sepulcral invade el pequeño cementerio, y solo es interrumpido por el sonido de la lluvia que acompaña acompasadamente al sollozo de dos mujeres, una esposa y una madre que en la soledad más dura lloran en oscuridad al marido e hijo al que los pistoleros de ETA han asesinado nada más salir por la puerta de su casa.
Los chivatos
Todos se conocen, todos se tapan y todos son iguales en culpa y responsabilidad del crimen.
Un vecino de toda la vida fue el que le señaló, uno con el que tantas veces de joven había jugado en el frontón. El hecho de ser policía le premió con el descrédito y la antipatía de los que eran amigos y compañeros de instituto. Ya no era Imanol, era un “txacurra” y eso no tenía perdón, daba igual cualquier buen momento vivido anteriormente.
No voy a relatar lo difícil que se les hizo la existencia en su pequeño pueblo, porque me quiero centrar en un hecho, que supone el ejemplo más acertado de lo que es la bajeza moral, y de lo inhumano, era un acto de una inusitada vileza, muy propia de aquellos que defienden y exaltan el terrorismo. Al lado de estos asesinos anteriores, están también todos aquellos que defienden la barbarie y del crimen, a la vez que callan cobardemente viviendo en la indiferencia.
Esta fría tarde de finales del mes de noviembre, el cuerpo de nuestro compañero y amigo Imanol, esperaba para recibir sagrada sepultura, pero hasta en esto, los cobardes acólitos de ETA, no perderían su oportunidad de volver a golpear fuerte.
Si ya es doloroso perder a un ser querido de una manera tan trágica y tan injusta, vivir en tus carnes, en pleno duelo, que no se te permita enterrar al muerto en el cementerio de su propio pueblo, es demoledor para cualquiera. El curioso detalle, de que ni el párroco que le dio la primera comunión y que le confirmó, tampoco quiera asistir al funeral, ni dedicar una oración por su alma, era insoportablemente desgarrador.
Un duro calvario
Tener que trasladar el cuerpo de Imanol a otro cementerio municipal diferente al de su natural Durango, y omitir ante los trabajadores del mismo, que el fallecido era el reciente agente de policía asesinado por ETA, trajeron problemas y complicaciones, que si bien en un primer momento fueron aparentemente subsanadas, tendrían consecuencias posteriormente para aquellos que cedieron a las súplicas de una familia y unos compañeros que solamente buscaban el descanso eterno de la persona a quien querían. Todo tenía un precio si no seguías el discurso las directrices que la mayoría imponía.
Eran interminables las palabras de descalificación para quien diciéndose ser ministro de Dios en la tierra, tuvo el cuajo de negarse a despedir a Imanol con una última oración. Una iglesia cómplice de quiénes señalaban, extorsionaban y asesinaban sin piedad a sus semejantes. ¿Dónde habían quedado los sermones en los que se hablaba de amor y fraternidad entre hermanos?.
La tetricidad del lugar, lo inexplicable de los motivos por los cuales estábamos allí, y no donde correspondía, todavía me causan escalofríos a día de hoy.
La mirada atrás
Han pasado cuarenta años, y cuando cierro los ojos, sigo viendo a mis compañeros frente a una fosa en la que cualquiera de nosotros podía haber terminado. Ni la lluvia, ni la oscuridad, ni la desidia, ni el odio impidieron que Imanol descansase en paz. Podrían imponernos castigos, golpearnos con puño de hierro, escupirnos al pasar por la calle, pero no serían los vencedores de tan cruenta guerra.
Ahora os digo, no fueron mis ojos los que vieron aquello, pero sí pongo voz a quien fue testigo directo de semejante infamia. Un testigo y una víctima, que no cesará en repetir esta historia para que nunca se olvide.
Para no generar malestar de ningún tipo, omitiré el lugar real donde sucedieron los acontecimientos, así como el nombre real del policía asesinado, repito, ni el pueblo de este hecho era Durango, ni su nombre Imanol, pero cabe recalcar que podría haberlo sido perfectamente. En ese mismo País Vasco que quiere venderse como una tierra abierta y cosmopolita, quedan demasiados rincones salpicados por la sangre y el terror de su protegida ETA. Durante décadas se dado una extraña normalidad a vilipendiar y deshumanizar a las víctimas, privándoles incluso hasta de algo tan justo como es su recuerdo.
No tengo una cifra exacta de cuantas viudas, cuántos padres, cuantos compañeros y amigos, padecieron una humillación tan severa, solo sé, que fueron demasiados.
La manipulación no cesa
El tiempo y la manipulación favorecen la desmemoria, pero hay cosas que no se olvidarán nunca, por mucho empeño que se ponga en blanquear a quienes promovieron, defendieron, jalearon y ejecutaron de manera sistemática de exterminio de todo aquel que pensaba diferente, siempre habrá quien saque a la luz historias reales como esta.
No hay visos de mejoría, incluso tiene pinta de que aún muchos anhelan volver a aquella etapa. Hablan de progreso y siguen anclados en sus añorados y mortíferos años de plomo, síntoma inequívoco de una continua enfermedad social.
Una sociedad que continúe intoxicada, es una sociedad predispuesta a su propia decadencia y posterior desaparición.
Me causa. Un escalofrío la lectura de este hecho tan horrendo tan repetido en tantas partes de España, sufrido por tantas VIctimas de políticos, policías guardias civiles y ciudadanos y que los distintos gobiernos sigan con la guerra civil tan culpables unos. Como Otros
Y estos crímenes y golpes de estado tan recientes que aún echan humo
Son perdonados y blanqueados para seguir todos ocupando sillones y excelentes prebendas
VOMITIVO PARA PERSONAS CIVILIZADAS
Yo ni perdono ni olvido. Como dice Eduardo, VOMITIVO PARA PERSONAS CIVILIZADAS