Después de meses cabalgando sobre las graves contradicciones en que han incurrido los gobiernos central y autonómicos, además de la propia OMS, adoptando duras medidas restrictivas que en muchos casos no han acreditado una mínima eficacia, aunque las hayan tratado de justificar todas. Lo cierto es que, en esta segunda ola a los denominados comités científicos, técnicos, clínicos, hasta de sabios les han otorgado un protagonismo todavía mayor, inusitado. De tal manera que hasta los han hecho infalibles, como dogmas de fe, realizando todo tipo de declaraciones ex cathedra. Al parecer, son los que ahora dirigen nuestras vidas, nuestras libertades, nuestra democracia. Los que transforman nuestros derechos en autoritarismo. Entonces, si así fuera, los ciudadanos necesitamos saber quiénes son realmente sus integrantes, sus currículos, si perciben emolumentos por su asesoramiento o por otros conceptos, incluidas dietas, más que nada para conocer si existe algún tipo de interés crematístico. Es lo mínimo que debemos saber, no ya por transparencia y justicia social, sino porque nuestras vidas están en sus manos.
Lo digo ya que la mayoría de los gobernantes manifiestan constantemente que sus decisiones políticas siempre están consensuadas con dichos comités técnicos de expertos en el Covid-19. Es decir, esos expertos que tantas veces se han equivocado en la adopción de medidas restrictivas de confinamiento, que han derivado en la grave situación económica que actualmente padecemos. Pues, ahora en esta Navidad vuelven a decidir si podemos salir de viaje. Si una Comunidad Autónoma, ciudad o pueblo va a estar perimetrada (cerrada). Si podemos salir de nuestras casas para reunirnos con familiares o amigos. También decidirán cuantas personas comeremos o cenaremos estas Navidades, Fin de Año o Reyes. Son los que decidirán si habrá cabalgatas de Reyes para que los niños puedan todavía seguir conservando una pizca de ilusión. Son los mismos que decidirán si los abuelos van a poder ver a sus nietos y abrazarlos. Hasta van a decidir si podemos tomarnos un café o comer en un restaurante. Bueno, eso es al menos lo que dicen ciertos gobernantes de medio pelo. Pero, no puede ser creíble, menos aún responsable, que un presidente del gobierno de España o un presidente autonómico consensue las medidas que decreta con dichos comités, que distan mucho de ser infalibles a tenor de sus resultados. Por cierto, Ayuso fue valiente y no cerró la hostelería en Madrid y tiene bastante mejores resultados que las CCAA que lo hicieron. A tal respecto, debo recordar las recientes declaraciones del Presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, Catedrático de la UCM, Dr. Díaz-Rubio: “En España ha habido demasiados bandazos”, “La Academia tuvo una reunión con el Ministerio y ya no ha vuelto a tener más. Durante toda la pandemia ha faltado participación de los expertos y los científicos”. Más que una contradicción.
Pues bien, la decisión política es una cosa y la participación en el asesoramiento técnico es otra muy diferente. Un gobernante responsable debe escuchar a sus asesores o comités, cuyos miembros no siempre tendrán las mismas opiniones para llegar a un consenso, y después adoptar la decisión política que únicamente a él le compete. Pongamos un ejemplo, el ministro del Interior tiene asesores en el Cuerpo Nacional de Policía y en la Guardia Civil a los que debe escuchar, pero las decisiones las adopta él, no las consensua con dichos expertos. Por ello, no puede permitirse que nuestros gobernantes hagan dejación de sus propias funciones revistiéndose con el escudo protector de los comités de expertos para tratar de derivar sus propias responsabilidades. Su autoritarismo no pueden camuflarlo en las decisiones “consensuadas” con los comités sanitarios. Es un acto de cobardía. Es un desvarío intencionado para tapar sus propias vergüenzas. Para cubrir sus anchas espaldas llenas de irresponsabilidad. Para no asumir su más que posible desgaste político.
Mientras, el ciudadano se desangra en su pobreza, tristeza, desamparo, desesperanza, angustia. Se desangra en sus pocas ganas de vivir, tragando su propio vómito. En la puerta ya están las consecuencias psicológicas de esas duras medidas restrictivas de derechos, trastornos de todo tipo no sólo en mayores, también en niños. Como dicen muchos científicos, los efectos de estas medidas dejarán en décadas más muertos y enfermos que la propia pandemia.
Decía un viejo proverbio que “El que espera, desespera”. Pero, para esta Navidad la auténtica solución no es difundir la esperanza. Es devolver la libertad secuestrada a los ciudadanos, devolverles su auténtica vida, no una supervivencia. El sistema inmunológico se refuerza al aire libre, con contacto social, con alegría, sin miedo, sin angustia, sin pánico. Así, se evitarán muchas muertes y enfermedades, especialmente mentales. Porque, ya decía Cicerón “La ciencia que se aparta de la justicia, más que ciencia debe llamarse astucia”. Y, los auténticos científicos tienen la obligación de buscar medidas eficaces, que puedan compatibilizarse con la ilusión por la vida. Nunca con la insistente supresión de sus libertades, pues serán erróneas y defectibles. Serán más pronto que tarde rechazadas por el pueblo.
Autor: Manuel Novás Caamaño | Abogado