Hace unas semanas descubrí, gracias al maravilloso mundo de Twitter, este fantástico“Periódico Digital Policial”, tal y como se definen en su perfil. Sin dudarlo ni un instante, en base a la breve biografía que exhiben en su cabecera (esos 160 caracteres que nos obligan, básicamente, a “ir al grano”), cliqué el botón de “seguir”. Y es que su carta de presentación invita a ello, ¿no os parece? A mí sí, faltaría más. Transcribo literalmente, por si no estáis en la onda: “Somos el primer periódico digital del sector policial creado para acercar esta profesión a la ciudadanía”. Toma ya. Yo, que en esto de acercar el trabajo policial a la sociedad estoy, digamos, implicado de lleno, pensé: “¡Qué maravillosa idea! Un medio de difusión en el que dar a conocer nuestro día a día. Me subo al carro.”
Todavía en fase de “empaparme” de sus contenidos, a los pocos días del descubrimiento, recibo un mensaje privado. “Ostras, ¡se me han adelantado!”; barrunto. Por un lado, desde su cuenta en Twitter me dan las gracias por haberme hecho follower (qué considerado por su parte, todo sea dicho). Por otro, me ofrecen la posibilidad de escribir sobre temas policiales a mi elección. Magnífico, ¿no? Una auténtica pasada, sí señor. Mi respuesta no se hizo esperar: “Sí, quiero”. A buen entendedor pocas palabras bastan…
Hasta aquí todo bien, pero ¿sobre qué escribo? Posibilidades no me faltaban, por desgracia (vivo a diario la violencia que sufren las mujeres, y aquella que cursa en el ámbito doméstico). Finalmente, después de consultarlo con la almohada, decidí empezar la casa por los cimientos: para este primer artículo, como habréis podido inferir del título, hablaré del primer contacto con las víctimas de la violencia de género. Ese acto de denuncia que supondrá, nos guste o no, un hito de una importancia capital en la búsqueda de la ansiada salida. Las primeras impresiones, en el ámbito que sea, suelen dejar huella, por lo que se hace necesario poner toda la carne en asador y no dejar nada para después. Por ellas. Por su supervivencia.
Soy de la opinión de que “lo bueno, si es breve, dos veces bueno”. Así que, en línea con esta política, desarrollaré un decálogo de buenas prácticas policiales (a sabiendas de que me dejo cosas en el tintero). Pautas y algún consejillo que, espero, os sean de gran utilidad. ¡Al lío!
PRIMERO.- Hay que contar con un espacio íntimo y privado para abordar esta difícil empresa. Pensad que la mujer que tenéis delante ha tomado una decisión muy valiente: aunque sólo venga a recibir información, se ha plantado en una Comisaría de Policía para contar su sufrimiento a un completo desconocido. Por tanto, para generar un ambiente óptimo de confianza, debemos contar con un despacho acondicionado en el que se pueda sentir cómoda.
SEGUNDO.- Información, información y después, por si queda alguna duda, más información. Alguien dijo alguna vez que la información es poder. Sinceramente, fuera quien fuere, dio en el clavo. En el ámbito de la violencia de género, se trata de explicar a la mujer que tenemos delante el abanico de recursos a su disposición: asistenciales-psicológicos, habitacionales (por ejemplo, el recurso de emergencia o las casas de acogida), económicos y, por supuesto, policiales. Le hablaremos de lo que supone iniciar el proceso penal a través de la denuncia, de los mecanismos de protección policial, del importantísimo estatuto de la víctima (la Orden de Protección), de cada uno de los pasos que deberá dar a partir de su inicial declaración… Porque, lo creamos o no, la denuncia es solo el principio.
TERCERO.- Siempre insisto, aunque a veces cueste (e incluso, no se cumpla, si detectamos una fuente de riesgo real que hay que erradicar, aún de oficio), en que no debemos indicar a la víctima lo que debe hacer. La decisión sobre si denuncia o no; sobre si es el momento adecuado para ello, o más bien necesita empoderarse previamente; sobre si se quiere enfrentar de cara a su maltratador; ha de ser, no os quepa duda, de ella y solamente de ella. Y para que pueda decidir con garantías, os remito de nuevo al punto segundo.
CUARTO.- Nuestras “armas” más efectivas, en la intervención con mujeres víctimas de violencia de género, no son las de dotación. Nada más alejado de la realidad. La pistola puede quedarse guardadita en la taquilla, que aquí lo que vamos a necesitar es una buena dosis de empatía. Así es: ponerse en los zapatos de las víctimas para comprender – en la medida de nuestras posibilidades – su dolor.
QUINTO.- En la misma línea que el punto anterior, también vamos a tener que poner en práctica la escucha activa. De hecho, durante la primera fase de la denuncia, ha de ser ella quien relate, a su ritmo y sin interrupciones, sus vivencias. Os aviso que necesitaréis, además, de una pizca de paciencia: dará saltos temporales en su relato, hará pausas si su estado emocional lo requiere y hasta, como yo digo, “se irá por las ramas”. Debemos mantenernos firmes, acompañarla con la mirada y en los gestos, tomar notas de las agresiones puntuales, etc; para que, cuando finalice, tengamos la información de interés en una suerte de borrador, sobre el que desarrollaremos el cuerpo de su declaración.
La cláusula “lleva 15 años maltratándome” no es válida. Así que, en base a su inicial relato libre, iremos cronológicamente intentando individualizar hechos que puedan tener acomodo en tipos penales vigentes.
SEXTO.- No culpabilizar. Dicho así, puede parecer una cuestión peregrina. Creedme que para nada lo es: a veces, inconscientemente, hacemos comentarios o preguntas que implican cargar la responsabilidad sobre la mujer que tenemos enfrente. “¿Por qué no denunció los hechos antes?; el día de aquella agresión, me dice que no llamó a la Policía; a las primeras de cambio, usted debería haberlo dejado…” Tenemos que evitar estos comentarios a toda costa.
SÉPTIMO.- No cuestionar. Ojo, esto no significa dar credibilidad automáticamente. De esta manera, lo ideal es recabar indicios periféricos que refuercen sus manifestaciones, de cara al buen devenir del proceso penal. Cuestionar es, más bien, poner en tela de juicio, dudar de lo que nos cuentan. Esto es algo que no tiene cabida en el tratamiento de estas víctimas.
OCTAVO.- No hablar de las consecuencias que para el agresor puede acarrear la denuncia. Me refiero a abordar el asunto sin ser requeridos previamente por ella. Es habitual, por cierto, que se preocupen por lo que a él le puede pasar a raíz de la denuncia. Tampoco podemos mentirle, obviamente. Sin embargo, no estaría mal cambiar el foco: indicarle que es momento de pensar en ella y en sus hijos, en su bienestar, en su seguridad… Evitar, en definitiva, comentar futuras medidas cautelares y, en caso de ulterior condena, castigos posibles.
NOVENO.- Reconocerle constantemente su acción y esfuerzo. “Eres una valiente, María; sigue así, lo estás haciendo de maravilla; ni te imaginas el ejemplo de lucha que nos estás dando; etc, etc”.
DÉCIMO.- Acompañarla. No solo en el proceso penal que se inicia, sino en la asistencia psicológica que ha de ir de la mano. Aquí entra en juego el papel del policía protector: ofrecerles los recursos asistenciales, llamar para pedirle una primera cita si es necesario. El objetivo que debemos perseguir es claro: que en este primer contacto se lleve todo lo que necesita y no tenga que andar “peregrinando” por otras instituciones. La temida victimización secundaria. El trato que les brindemos, en definitiva, ha de tender a alcanzar el calificativo de “integral”.
Álvaro Botias Benedit
Autor del libro “La lucha contra la violencia de género”