Ladrones de villa

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Los ladrones de villa se dividían en dos clases: los espadistas y los rateros o tomadores del dos, porque siempre solían ponerse de acuerdo más de uno para cometer sus delitos.

1.- Los espadistas

Los espadistas, a su vez, se subdividían en tres clases y varias subclases: los topistas, los chinistas y los tronistas o tragalistas.

Los topistas utilizaban siempre ganzúas o llaves falses o palanquetas pero nunca santero que les avisara. Se les llamaba así porque iban a ciegas a lo que saliera. No utilizaban santero. Los tipos de ganzúas podían ser de varios tipos, pero predominaban dos: las que llamaban carreras de espadas, dientes de llaves, a los que llamaban piños, que se colocaban con un tornillo en un agarradero. Si no podían abrir las puertas, cambiaban los piños, hasta que acertaban, pero en caso de que no pudieran, a pesar de todos los intentos, echaban mano de la valerosa, es decir, de la palanqueta. El que la tenía, se quedaba en la calle, y a la mínima bronca, se largaba. El agarradero era fácilmente identificable por lo cual evolucionó de forma, convirtiéndose en una navaja: los piños se pueden perder fácilmente, por lo cual la navaja aleja las sospechas en caso de ser cogidos in fraganti.

Su modus operandi, que era el más común entre ellos y los chinistas, era recorrer las los cuartos llamando con las campanillas, y si a la tercera o cuarta vez no respondía nadie, entonces intentaban robar.

2.- Chinistas. La principal diferencia con los topistas era la utilización de un santero. Nunca actuaban sin la intervención de este cómplice, que era fundamental para acometer el negocio.

Funciones del santero: proporcionar objetivos donde robar, vigilar a las víctimas del robo, para conocer sus costumbres y movimientos (cuando salían a pasear o al teatro) y saber perfectamente la distribución de la casa y donde encontrar los objetos que se pretendían robar y qué tipo de obstáculos –lo más común eran tipos de cerraduras- que se podrían encontrar. 

Cómplices necesarios: tiendas de cerrajeros, que son conocidos como espaderos, y les fabrican las carreras de espadas que necesitan a grandes precios, que cobran al contado, y suelen descontarse del botín.

3.- Tronistas o tragalistas[1]. Solían utilizar la violencia tan grande que no se detenía ante el asesinato o lesiones graves a las víctimas y testigos (en su argot, rastros) de sus robos. Escogían siempre dar los golpes de grandes botines. Utilizaban siempre santero para lo cual utilizan a las criadas de las casas más ricas (“urracas” en el argot), a las que cortejaban y daban palabra de casamiento. Para que no hablasen, solían asesinarlas después del golpe, aunque, a veces, seguían utilizándolas, especialmente si les detenían y encarcelaban.

El modus operandi consistía en llamar a la puerta del domicilio con el pretexto de entregar un regalo o cualquier otra cosa, para que abran la puerta. Se abalanzaban sobre la persona que abriera, la amordazaban con una esponja seca, y los demás del grupo entraban para sujetar y “trincar” a los que se encontraran en la casa. “Se acostumbra a vendar los ojos a los robados con un pañuelo y echarles un pañuelo con dos o tres nudos metidos en la boca fuertemente sujetado por el pescuezo con las puntas, atarles codo con codo y cubrirlos con colchones. A esto llaman ponerlos en franquía. A los amos de casa suelen dejarles libres y con los ojos sin vendar para poderles amenazar con puñales y otras armas; pero cuando hacen esto ya están asegurados todos los demás de la casa y ellos con los rostros cubiertos de un velo negro, con barbas postizas o con un pañuelo tapándose un ojo y casi la mitad de la cara. A esta clase de robos se distinguen con el nombre de braca o de dar un atraque”[2].

El botín obtenido se reparte de forma convenida tanto el dinero, como las alhajas, para lo cual se vendían a un perista. Los plateros peristas solían tener siempre un crisol preparado para fundir los objetos de oro y plata que compraban a los ladrones.

La aparición del cloroformo hizo que variara mucho la forma de actuar de los tragalistas, que se hizo menos violenta, pero no menos peligrosa. Por una parte el cloroformo libró a muchos del “palo”, es decir, del garrote vil, porque al no haber muertes la condena se reducía a 20 años de cárcel, y por otra, se creó otra categoría entre los ladrones, la más elevada, que era la de los “planistas”, que eran quienes planificaban los robos en domicilios y rechazaban los métodos violentos de los tragalistas, por lo cual estos se dividieron en dos grupos: los partidarios de mantener la antigua escuela, y los partidarios del uso del cloroformo. A los primeros se los llamó “balseiristas”, por Balseiro, y a los segundos, “candelistas”, por considerarlos discípulos de Luis Candelas. Estos diversos tipos de actuación no impidieron que ambos grupos formasen parte de las mismas bandas.

Estaba gestándose otro subgrupo dentro de los tronistas o tragalistas a los que se les dio el nombre de “Vándalos”, porque su intención era secuestrar niños y pedir un importante rescate. Pero los fracasos de este grupo fueron muy reiterados y no había tomado mucha consistencia en 1852.

Los cómplices –auxiliadores- de los delincuentes, además de los santeros, eran “las queridas” o “urracas”, que servían en las casas objetivo del robo, y y después de cometido el robo, las utilizaban como correos entre ellos y  los “pantallas” y “tapiñas”, que tenían oficio conocido y casa abierta, que declaraban en falso en los juicios proporcionando coartadas a los ladrones, afirmando que en el momento de ser cometido el delito el acusado había estado trabajando en su casa.

2.- Los no violentos: tomadores del dos

Los delincuentes no violentos se agrupaban bajo la denominación genérica de rateros o tomadores del dos, porque siempre solían ponerse de acuerdo más de uno para cometer los delitos.  Tenían una gran habilidad para sustraer los objetos de los bolsillos de sus víctimas. Actuaban sobre todo en aglomeraciones, lugares muy concurridos. Iban siempre provistos de tijeras, cortaplumas o navajas de afeitar. Había varios subgrupos

Mecheros o mecheras, que robaban en bajos o comercios. Su botín consistía en corbatas, cortes de chaleco, pañuelería, sortijas, etc. Iban provistos de grandes bolsillos, el “buitrón”, donde escondían lo robado. Actuaban en grupos de tres o cuatro, entre los que había siempre una “señora” pues mientras unos distraían a las víctimas, otro y otra los despojaban. En ocasiones, las mecheras llevaban a sus víctimas a lugares donde estaban esperando sus compinches para desvalijarlos (el registro de la teta). Una variante de este sistema, el utilizado por las gateras, no llegó a España hasta finales del siglo XIX, importada de los puertos de mar, creo que, de Nueva York.

También se puso en circulación este método: “Se ha descubierto (dice el Español del 23 de abril de 1836) un nuevo modo de robar, que, sin duda, sorprenderá a nuestros lectores por su habilidad y sutileza. Al ir, hace algunas noches, un caballero a su casa, se llegó a él un hombre que, dándose por su conocido, le abrazo estrechamente y con la mayor ternura. Le dijo y aseguró que le conocía, y le dio tantas señas y tan apretados abrazos, que le convenció y sofocó al mismo tiempo. Cuando el caballero llego a su casa se encontró sin reloj, y echo de menos un bolsillo de seda donde llevaba algunas monedas, que su repentino y tierno amigo se le llevó en prueba de tan fina amistad como le profesaba. Nada hay que extrañar en el siglo XIX,  en el cual todo progresa”[3].

Un modus operandi que comenzó a utilizarse desde tiempo inmemoriales fue este otro que también se relata en el arte de robar: “Si de noche encuentran VV a una señora sola, que afecta haberse perdido, o que teme ir sin compañero a tales horas, no la acompañen VV. , ni la ofrezcan el brazo, ni quieran hacerse el galante con ella. ¡No es ella mala zorra! De fijo que al primer callejón encontrarían VV. a un titulado marido, que sería un ladrón, o que les sucedería a VV. algún lance pesado”[4].  

Regla general: desconfíen VV. altamente de toda persona que, en las iglesias, en los teatros, en los bailes, etc., entra precisamente cuando todas las demás salen en masa[5].

Los del gancho. Utilizaban un palo largo con un gancho en la punta, para “pescar lo que pudieran en los pisos”. Lo más robado por este modus operandi era ropa puesta a secar.

Descuideros, con el pretexto de vender fruto u otros géneros, robaban en las lonjas y en las estaciones finales de las diligencias. Llevaban así lo que buenamente podían.

Del ful o del esparrujo, expendían moneda falsa. El ministro de la Gobernación relató en el Congreso el 14 de julio de 1841 un importante servicio de la policía de Madrid, que descubrió una importante fábrica de moneda de moneda falsa.

Los del tirón por el descuido, robaban objetos expuestos en el comercio

La racha y partida volante escalaban los balcones de noche y robaban las ropas, las cortinas, jaulas y efectos que encontraban.

Estafadores:

  • Los del timo o timadores y pasteleros. Siempre actuaban dos o tres, puestos de acuerdo, nunca individualmente, vendían objetos de valor falsos por buenos (relojes, sortijas…).
  • Los pasteleros: juegos de cartas, de dados o bolitas –trileros-
  • Jefe, “el burlón” burla a los que entran en el juego, los tapias a veces provocaban peleas fingidas para poder robar.

Al parecer había varias escuelas que tenían modalidades en todas clases de delitos y que de dedicaban a ellas con preferencia a todas las demás. Estas escuelas eran la castellana, Valladolid; la andaluza, Sevilla; la barcelonesa, Barcelona y la valenciana, en Valencia. Lo único que ha llegado a saber, hasta ahora, de esta última, era que la componían unos ochenta y cuatro rateros.

[1] Tragalistas tiene un curioso origen. Durante el Trienio Constitucional un grupo de liberales exaltados muy violentos le gritaba en las apariciones públicas de Fernando VII “Trágala, perro” (la Constitución de 1812). Al parecer el cura Martín Merino, el que atentó contra Isabel II en 1852, protagonizó uno de estos actos, abriendo la puerta de la carroza en que viajaba el rey. Les comenzaron a llamar tragalistas, y, durante los tiempos del Estatuto Real, este nombre se le aplicó a los delincuentes urbanos más violentos.

[2] Los ladrones, pág. 20

[3] El arte de robar, pag. 13.

[4] Arte robar, pág. 41

[5] Arte de robar pág 31

Martín Turrado Vidal historiador

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