El teatro cuaresmal toca a su fin. Recuerdo, no me quedan más cojones que recordarlo, es una mierda tener buena memoria, cuando mi madre iba al cura de mi pueblo a pagar la bula para poder comer carne en cuaresma. ¡Mamá! – le decía yo- nosotros, comemos arroz con pollo – si hay suerte- algún domingo que otro, de tarde en tarde. Esto lo han debido organizar para sacar dinero y que paguen los que pueden comer carne todos los días, que no es nuestro caso. ¡Cállate niño, que esto son cosas de personas mayores! Y ella, sumisa, iba y soltaba los cinco duros que costaba la bula, el impuesto del cura a una familia numerosa como nosotros: un padre vago, una madre esclava y seis niños con más hambre que el perro de un afilador, que por comer algo caliente se comió las chispas de la piedra. El papel de la santa bula la hacía feliz. Se sentía dentro de la Iglesia. Salvada.
Hoy, al borde de la semana santa – un misterio de tres pares de cojones, casi de la misma magnitud que encontrar una comunidad de vecinos sin un trastornado que viva en ella-, he sido invitado a comer por mi amigo Antonio y su mujer esplendorosa, Amparo. Después de una fabada, de las que ya no se hacen y saltándonos lo de “abstenerse de comer carne cuando lo manda la santa madre iglesia”, porque la fabada iba con su compango completo, nos hemos ido al sofá y el tío me ha puesto una película antropológica a tope. Soy absolutamente subnormal, no me acuerdo ni de un solo nombre de artistas y directores americanos, lo mismo que me acuerdo de la filiación completa de la familia y de todos los etarras y grapos con los que traté. Dicen los psicólogos que eso se debe a la motivación. Una verdad de Perogrullo que a la mano cerrada la llamaba puño.
Me pone Antonio, tras la comida del tipo párroco barrigón con dos o tres parroquias de las buenas, una peli que se llama “Si la cosa funciona”. Genial. Un vejestorio inteligente, hipocondriaco, maniático, anarcoide y solo – me pongo en modo Umbral porque en mi libro “357 Magnum. Por ti me juego la salvación”- coloco como primer problema del ser humano la soledad, equiparable a la conciencia de la muerte y su inevitabilidad. Ya lo dijo claramente Cioran: Vago a través de los días como una puta en un mundo sin aceras. Me pone Antonio, repito, una película para tomar nota.
Nada más comenzar – he quedado para verla otro día con bolígrafo y libreta,imprescindibles, tomando notas- el abuelo anarquista suelta una perla para enmarcar: “Hay mucha pasta en ese negocio de Dios”. ¡Cuanta sabiduría y que bien dicho con cuatro palabras! Mucha. Pasta. Negocio. Dios. Hasta a nosotros, mi padre vago y mi madre esclava, nos sacaba, aquel cura cabrón, dinero para poder comer la carne que rara vez vi en la mesa, sin cometer pecados que nos enviarían al infierno. Ya saben el refrán: cuando un pobre come jamón, o está malo el jamón o está malo el pobre.
Es un misterio esto de la salvación – que toco, aprovecho para hacerme propaganda, en el “357 Magnum. Por ti me juego la salvación”-.
El misterio de la salvación eclesial, se carga el principio de legalidad lo mismo que se lo carga Sánchez con esa ley esperpéntica que miente hasta en el enunciado: Ley Orgánica de Amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña. Solo hay dos verdades en ese párrafo: Amnistía y Cataluña. Lo de normalización institucional, política y social es falso y no me voy a poner a polemizar porque, hoy mismo, Puigdemont lo ha dejado claro: La amnistía no es punto final de nada. O sea, que van a dar el golpe otra vez. Más pronto que tarde. Tiempo al tiempo.
Vuelvo al misterio de la semana santa e intento hacerlo desde la razón. Intentando ser Voltaire u otro autor razonable del siglo de las luces. Nuestros primeros padres – no nosotros, que ni estábamos ni se nos esperaba- cometen un pecado grandísimo que enoja a Dios de manera inconmensurable – entendamos lo de la manzana y la serpiente como un mito, un cuento para analfabetos-. Dios se rebota y requiere una reparación a esa ofensa grandiosa. Como es bueno, en el fondo, aunque el Dios del Antiguo Testamento sea agresivo, guerrero y vengador, decide darnos otra oportunidad redimiéndonos. ¿Cómo nos redime? Nos salva de ese pecado horrible que cometimos – nosotros no, nuestros primeros padres, lo cual se carga, como Sánchez, cualquier elemental principio de legalidad porque uno no puede pagar por lo que ha hecho otro, por muy padre que sea-, entregando a su hijo a una muerte terrible.
No se me pongan así: obispos, curas, sacristanes, limpiadores de catedrales, monaguillos, canónigos y predicadores de toda laya. No se me encabriten los que vocean desde los púlpitos de las concatedrales, con sacristanes blanditos meneando incensarios y llevando y trayendo pañitos y vinajeras. Mil millones de veces lo he oído: “Jesucristo, el hijo de Dios murió por nosotros. Nos redimió con su muerte y muerte de cruz ”.
Si lo que digo es mentira, queréllense, condénenme y métanme en el talego donde, con toda seguridad estaré mejor que en la calle, vagando como una puta en un mundo sin aceras. En la cárcel, sin guisar, sin limpiar ( los ancianos como en la mili estamos rebajados de trabajos físicos), sin aguardar colas en los centros de salud y sin tener que pagar el treinta por ciento de las medicinas. Sin preocuparnos por la comida porque el rancho está a sus horas. Incluso con vis a vis cada quince días, cosa impensable en la vida libre y con clases de inglés gratis en el sociocultural. No me toquen los cojones, que conozco el rollo porque he estado cuarenta años en esos sitios.
Jesús de Nazaret era un hombre grandioso. Pero era un hombre de su tiempo a pesar de su genialidad y su “vis atractiva”. Los judíos se han trabajado muy bien eso de que “son el pueblo elegido”. O sea, que Dios los elige a ellos porque sí, porque le da la gana que para eso es el que manda. Lo más parecido a Sánchez y sus leyes que aniquiilan el principio de igualdad. Jesús de Nazaret no estaba contento con los montajes religiosos que soportaba. Hablaba de amor al prójimo, de sentarse a comer con prostitutas y gentes de poca relevancia social y llamaba a los gerifaltes sepulcros blanqueados. Ya lo ven, un antisistema. Por eso lo mataron. Con un juicio farsa en el que las acusaciones dependían de a que mandamás se enfrentaban. Si eran religiosos, lo acusaban de blasfemar diciendo que había dicho que era hijo de Dios. Si eran políticos lo acusaban de ser golpista e ir contra el imperio. Murió.
Lo que vino después es un puro aprovechamiento de aquella imagen inmensa. Pablo de Tarso fue el secretario de organización, como Ábalos y como Cerdán. Montó un ingenio de poder en el que todos vieron la posibilidad de vivir como Dios usando a Dios, que no sé si se entiende el rompecabezas. Después empezaron a venir papas y obispos ambiciosos, usureros y expansionistas. Vinieron las guerras de religión y la Inquisición para controlar y quitarse de en medio a los díscolos. Vinieron los enfrentamientos con quienes se inventaban otras creencias tan falsas como estas, afirmando que toda salvación pasaba por el aro de Roma. Llegaron las reliquias y los sacramentos como márchamos de autenticidad. Y las imágenes y las procesiones – el arte ha sido posibilitado en gran parte por la religión- y los retablos y los trabajos de los grandes pintores, y las ceremonias que la Iglesia y los militares planean y ejecutan como nadie. Y todos hemos surcado la historia embarcados en una gran farsa porque, como bien dijo Ludwig Feuerbach, no es Dios quien ha creado al hombre, sino al revés. El hombre creó a Dios. Y – habla Freud- la religión no es sino una neurosis de inseguridad porque el hombre necesita estar “religado”, colgado de alguien superior que le da aquello de lo que carece, la inmortalidad. Una superchería. Después quienes dicen ser los portavoces de ese Ser inimaginable y los depositarios de su palabra y su voluntad, ponen las reglas y nos hacen someternos a ellas, casi como Sánchez y Puigdemont.
La semana próxima…más.