Autor: Javier Rodrigo Ordóñez
¿Alguien se puede imaginar un país sin policía? ¿Sería posible una sociedad en la que no existiera el Ejército?, ¿acaso se podría plantear un día cualquiera en un hospital, en el que no hubiera vigilantes de seguridad a su entrada?, ¿un emprendedor con un mínimo de coherencia sería capaz de plantear la viabilidad económica de un proyecto empresarial a un banco sin presentar un apartado específico, y amplio, en el que se incluya la ciberseguridad y la prevención de posibles ataques que sus equipos informáticos pudieran sufrir?
¿Qué tienen en común todas estas cuestiones aparentemente inconexas entre sí?: la SEGURIDAD.
Si algo nos debiera de haber dejado claro, a todos, los devastadores efectos de la reciente pandemia, es que debemos de priorizar lo verdaderamente sustancial e importante para la sociedad; aparcar lo que dábamos por trascendente y se demostró innecesario, y que obviamente deben de desaparecer lo más rápido posible del gasto público lo que coloquialmente conocemos por chiringuitos y mamandurrias; que cuestan mucho al erario público, y a la hora de la verdad, en los momentos críticos, no aportan nada.
En lo que sí estaremos la mayoría de acuerdo, entre los ciudadanos de bien, es que todo lo relacionado con la sanidad, la seguridad y el abastecimiento de elementos de primera necesidad ha resultado de vital importancia y totalmente prioritarios; estos sectores han copado el top ten de prelaciones; sin ninguna de estas tres áreas funcionando como lo han hecho, hoy serían millones de muertos más, en todo el mundo los que habría que añadir a las cifras, ya de por si trágicas, de la pandemia.
La seguridad se ha destacado como un sector imprescindible y fundamental, por muchos ahora descubierta, es por ello que hay que invertir mucho más de cara al futuro; no sólo hay que estar preparados para una hipotética próxima pandemia mundial haciendo acopio de más personal y material médico y sanitario, -que lo hay que hacer-; sino que también hay que estar sobre aviso para tener una seguridad más y mejor preparada, con más efectivos y mejores incentivos entre sus integrantes, porque la seguridad, además, se infiere como imprescindible para sostener y afianzar la Democracia.
Fueron los militares de la UME quienes crearon hospitales de campaña en tiempo récord, que salvaron muchas vidas, que no se olvide; y ellos también pertenecen a la seguridad.
Este sector, hasta ahora, quizás no era prioritario para la gran mayoría, y no tenía el caché ni el prestigio de otras profesiones que le corresponde verdaderamente por si, entre otras circunstancias porque los términos policía y ejército -máximos exponentes de la seguridad- en el mundo occidental desde finales del siglo XIX están demagógicamente utilizados por espurios intereses ideológicos: se les asocia a órganos represivos a las órdenes del poder político; y se tiende a pensar en algunos ámbitos que el delincuente es víctima del sistema, y no al revés: como en realidad ocurre.
Se tiende a justificar el delito por alguna “deficiencia” del sistema, y no se quiere reconocer una realidad evidente; que la maldad es innata en ocasiones al ser humano, y que los violadores, asesinos y psicópatas que matan y cometen barbaridades a otros semejantes: existen de verdad y tienen un único culpable: ellos mismos, porque algunos delincuentes son malos por naturaleza; les viene de serie, son sus genes, y no necesitan tan sólo de psicólogos ni asistentes sociales, sino políticos con coraje y sentido común que en ocasiones propugnen y dicten leyes de 50 años de cárcel por ejemplo en según qué graves delitos, y que impidan que otros semejantes puedan ser nuevas víctimas de estas “pobres víctimas”, que de pobres no tienen nada, y que son ellos los que generan las verdaderas víctimas: las suyas.
Ellos son los malos de verdad, nosotros no les hemos hecho nada malo, y no tenemos ninguna culpa de su maldad; Brian L. Weiss señalaba que “te vuelves vulnerable y puedes ser fácilmente herido cuando tus sentimientos de seguridad y felicidad dependen del comportamiento y las acciones de otras personas.”
Si a esto le unimos el cliché de fuerzas represoras y brazos armados de los regímenes totalitarios o dictatoriales; ya tenemos el pack completo, creado artificialmente, socavando su credibilidad, sirva como ejemplo, que en cualquier documental de televisión que se precie sobre estas épocas pasadas, salen siempre -interesadamente- imágenes de las policías o ejércitos reprimiendo manifestaciones o recreando torturas con el mensaje subliminal consiguiente negativo para la imagen de estos colectivos.
Hay ejemplos contrarios, como el de la semana pasada de uno de los presidentes más mediático del mundo, que en medio de una recepción al aire libre en un aeropuerto, rompió el protocolo y los cordones de seguridad para ir corriendo, tal cual, a saludar uno a uno a un grupo de policías uniformados, que a 35 metros le saludaban; no había nada más que observar la cara del jefe de seguridad de cápsula, a punto de infartar, para darse cuenta que fue espontáneo y un gesto sincero de afecto y reconocimiento hacia quienes velan por la seguridad de un país por su máximo dirigente.
Por tanto, se debe de comenzar a trabajar para cambiar estos estereotipos; y en España surge ahora una oportunidad que no se debe dejar pasar y hay que aprovechar.
Próximamente se incrementará el sueldo, salvo sorpresa, a la Guardia Civil y Policía Nacional; así ha sido anunciado por el ministro.
Y mal harían los interlocutores, una vez conseguido este objetivo, de quedarse de brazos cruzados creyendo que han conseguido un fin; craso error, debieran de plantearlo como el inicio de una lucha por la dignificación y reconocimiento de la seguridad como una de las profesiones más valoradas y deseadas de las futuras generaciones de jóvenes, y porque tengan un prestigio y reconocimiento social intachable, que sean de las mejores profesiones pagadas siempre, y las que mejores oportunidades de promoción personal y profesional conlleven.
Hasta ahora había un hándicap, que siempre ha utilizado la Administración como disculpa para negar unas retribuciones más elevadas y justas a estos colectivos; las titulaciones para poder ingresar en los diversos puestos de trabajo de la Administración Pública y el que estos se clasifican de acuerdo a la titulación exigida para el acceso a los mismos, en los grupos A, B, C y E con sus respectivos subgrupos, pues es verdad que durante muchos años prácticamente no había que tener ningún estudio para poder llegar incluso a lo más alto del escalafón en estas instituciones; pero eso se ha acabado; en la Policía Nacional con la Ley Orgánica 9/2015 de Régimen de Personal, -y según parece, pronto en la Guardia Civil-, ya se exigen titulaciones, incluso universitarias, para poder acceder y promocionarse; tan es así, que a partir del próximo mes de agosto, quienes no tengan un grado universitario, prácticamente se quedan fuera de cualquier proceso selectivo de ascenso en la Policía, y para ingresar, ya se exige obligatoriamente el bachiller.
Igualmente, parece ser, y a tenor del borrador que anda circulando, que, en la seguridad privada, para poder optar a ser director o jefe de seguridad se va a solicitar también como requisito imprescindible un grado universitario.
Ya no habrá entonces disculpa alguna que poner por parte de la Administración, para las distintas dotaciones económicas en los presupuestos generales futuros, ni la CECIR podrá elevar informes negativos por deficiencias técnicas de falta de titulaciones académicas; ya se dispone y dispondrá de ellas, -la formación y preparación ya demostraron tenerlas estas profesiones-, ejemplares por demás, así que todo lo relacionado con la seguridad pública, privada y militar, tiene y debe de conformar un sector mucho mejor remunerado y valorado en todos los ámbitos.
El notable incremento de las nóminas de estos 140.000 profesionales de la seguridad pública debe suponer el pistoletazo de salida, y nunca una línea de meta. Así que bien harían los interlocutores: sindicatos, asociaciones y representantes de la seguridad privada, de ponerse las pilas y manos a la obra. Pues tienen trabajo, y mucho, por delante.
Se requieren pues guiños urgentes; sería una mueca, que no se permitiese que miles de policías nacionales vieran frustrada su proyección personal y profesional, por quedar sin titulación; ampliando el plazo de consecución del mismo, o facilitando acuerdos “ex profeso” con el Ministerio de Educación para un bachiller específico, como ocurre con los deportistas de elite, por ejemplo.
Este gesto sería bien mirado por los integrantes afectados de este colectivo, sin duda, y además trasladaría nuevas y sinceras intenciones de regeneración y cambio, necesario y cuasi obligatorio moralmente. “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” señalaría George Santayana.
Urge por tanto planteamientos nuevos y radicalmente distintos, que permitan que las nuevas promociones de miles y miles de nuevos guardias civiles, policías, militares y seguridad privada -con mucha preparación académica- se encuentren con interlocutores políticos que sepan trasladar al Parlamento esas nuevas sensibilidades y demandas, pues como diría Voltaire “no es suficiente conquistar, hay que aprender a seducir”; y que poco a poco modulen y gradúen el cambio necesario para este sector, el de la seguridad, que va a suponer un porcentaje importante de incremento en el PIB en los próximos años, pues la demanda de seguridad privada y sobre todo en la ciberseguridad, son unos de los negocios del futuro, y supondrán mucha inversión económica -tanto pública como privada-; decía Jerry Smith que “la seguridad no es cara, es inestimable.”
Hay un largo camino por delante; y se necesita mucha literatura para elaborar este relato: LA SEGURIDAD SE MERECE OCUPAR UN NUEVO ESPACIO MAS VALORADO EN LA SOCIEDAD, se invita pues, a todos, a sumarse a escribir este libro. Que no pare la pluma.
Javier Rodrigo Ordóñez | Inspector de Policía Nacional
Diplomado Universitario, profesor de primaria, especialidad Ciencias Humanas, Universidad de Oviedo. Master, Universidad de Salamanca
Twitter: @JaviRodrigo11