A lo largo de la historia española siempre ha habido un lugar para los duelos y las venganzas. Los hemos tenido desde elegantes lanzadas de estoque en pleno siglo de oro, pasando por barriobajeros cruces de navaja “Quinquis” a finales de los años setenta, hasta ahora, que toca elegir la versión latina a machetazos o la narcocolombiana a tiro limpio.
Para colmo, si aquí ya tenemos inventiva propia para hacer el mal, no queremos quedarnos atrás en la carrera de lo absurdo y también decidimos importar las tradiciones delincuenciales de otros países, no vaya a ser que piensen que no somos capaces de asimilar sus costumbres. Nos hemos vuelto tan globales que hay momentos en los que ya no sabemos si estamos en Medellín o en la parte más negra de Marsella.
Se lleva bastante tiempo avisando de cómo la delincuencia en nuestro país ha ido tomando unos derroteros bastante preocupantes. Es increíble la habitualidad con la que bandas de jóvenes se hacen las calles con navajas, machetes e incluso armas de fuego. No es la amenaza ni el amedrentamiento, es el puro gusto por la vendetta y matar al otro.
Los policías que patrullan a pie de calle saben muy bien de lo que hablo, pues son muchas las ocasiones en las que sus intervenciones están motivadas por peleas y agresiones de una violencia desmedida. Son puñaladas como las de la reyerta entre clanes de narcos marroquíes a las puertas de una discoteca en Barcelona o son tiroteos como el último acaecido ésta misma semana donde han asesinado en el barrio de Vallecas a la familiar de un conocido alunicero.
Ya no sólo es el fin de semana cuando se producen estos hechos delictivos de extremada gravedad, sino que los tiempos y las zonas de actuación han ido cambiando y los autores de éstas agresiones no tienen el más mínimo temor porque se sienten plenamente impunes. Existe alarma social y a la vez una inactividad pasmosa para ponerle freno. Desde luego que así mal vamos. Después tantos avisos, de nada servirá luego rasgarse las vestiduras.
Lo que antes era ocasional ya no lo es tanto. Cada vez es más frecuente observar como las noticias abren con grandes titulares sobre el tiroteo en el centro de una ciudad o varios apuñalamientos a lo largo de la semana. Ni son hechos puntuales, ni casuales, ni tampoco son actos cometidos por delincuentes con motivaciones individuales, sino que se corresponden con la actividad habitual que utilizan las bandas criminales para saldar sus cuentas pendientes.
Los ajustes de cuentas, los escarmientos y las ejecuciones están impregnando el día a día de una sociedad que avanza no queriendo ser consciente de lo que sucede a su inmediato alrededor. Lo peor de todo es que lo estamos asimilando de una manera torpe y al final se está normalizando algo que es anómalo. No estamos en niveles de Bélgica o Suecia pero vamos camino de ello
Las alarmas están saltando y no se está haciendo nada al respecto, cada vez que hay un hecho delictivo se responde con una intervención, se judicializa y fin de la historia. Se pone un parche y a otra cosa.
La delincuencia evoluciona y la policía siempre debe actualizarse. La intervención directa y prevención son fundamentales y complementarias. Es muy necesaria la implantación de planes judiciales y operativos específicos para actuar con contundencia contra este tipo de criminalidad o nos veremos abocados a sufrir los azotes de una delincuencia violenta desbordada.
Con el paso del tiempo la inseguridad permanente será extremadamente difícil de gestionar.
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