La felicidad, antropología del pueblo y el sexo

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La felicidad no existe. Para mi desgracia. ¿Se acuerdan de aquella serie de televisión, que chorreaba miel por todas sus entretelas? Una familia maravillosa, los niños guapos y obedientes, dulces y cuidadosos, trabajadores y respetuosos. El matrimonio ejemplar, amoroso y dedicado, en cuerpo y alma, al otro todas las horas de cada día, todos los días del año. Ni una bronca, ni una mala cara, ni la menor señal de cuernos – lean más adelante y verán- ni siquiera de infidelidad de pensamiento. Todos nadando en las almibaradas aguas de un paraíso rural en el oeste americano. ¡Qué bonito!

La casa de la pradera era y es ficción. En cuarenta años de cárcel he conocido desgracias de todos los colores: yonkis, fracasados, trastornados de todo tipo, pobres, analfabetos, psicópatas, un altísimo porcentaje con patologías psíquicas severas, serios problemas de educación y de formación. Casas de la pradera no he visto ninguna. Ni la mía siquiera. ¿Cómo no van a ser delincuentes, si la sociedad solo acepta lo bello, lo sabio, lo útil, y psiquiatriza, encarcela u hospitaliza lo que huele a inútil, molesta o resulta peligroso? ¿Hasta dónde ese paria ha sido libre para elegir ser desgraciado y chorizo? El Koldo salió de portero del puticlub pensando en prosperar si se pegaba a Ábalos, a Santos Cerdán y al presidente del Zamora. ¿Dónde empieza la reflexión libre, la decisión sin ataduras o la gilipollez que ha mamado – con perdón- en la caja tonta? He conocido muchos presos, atracadores, sirleros, aprendices de macarras inspirados en los anuncios de televisión. ¿Si ese tiene un coche, una moto y una rubia de bote, siliconada y apretada, a la que lleva a cenar a un sitio de postín, por qué yo no? La teoría de la anomia de Merton. Hablaremos de eso.

¿Tienen razón los criminólogos franceses que decían que todo el mundo es culpable menos el delincuente? Predican que el último segundo de libertad siempre es personal e intransferible. Es posible. Si eso no fuese así yo tendría que ser un asesino en serie. ¿Cómo entraron en ETA los sanguinarios hermanos Troitiños – comando Madrid, Hipercor…_ si solo eran unos maquetos palentinos hijos de un ferroviario gallego? Ahhhhhh querían integrarse en una sociedad que acogía difícilmente. Lo mismo que Kubati, un maketo manchego que salvó al País Vasco asesinando a una vasca que no quería seguir matando. ¿Y Juan Paredes Manotas? Le quitó media silaba a su apellido. Manotas es grosero. Manot parece hasta aristocrático. Fue uno de los últimos fusilados de Franco, los que inspiraron la canción “ Al alba” de Aute. A aquel etarra de Cáceres. Lo fusilaron en Barcelona y los pujolistas se quedaron su expediente, pese a repudiar la historia de España.

Todos los etarras querían ser felices y entraron en una deriva que los llevó a comerse años de cárcel para que ahora otros vividores vivan de su sufrimiento – noten la cacofonía- llamándose libertadores de la patria vasca. Ellos – una “contradictio in terminis”, completaron su proceso de socialización, buscaron su felicidad en el grupo, integrándose en una banda terrorista. Exactamente como los Puigdemones liberadores de Cataluña del yugo castellano, una banda que agita banderas, corta carreteras y quema neumáticos para que uno, aprovechando sus siete votos, los amnistíe por el sillón.

Cada uno hace lo que puede y se defiende como puede en esta jungla. Lo dice claramente Cioran, ese genio de la tristeza humana: “Estamos todos en el fondo de un infierno, donde cada instante es un milagro”. El ser humano está lleno de contradicciones, que nos han vendido como razonables y que nos creemos, asumiéndolas sin el menor espíritu crítico. Ahora, en esta semana de vacaciones primaverales, miren a San José – que no tuvo ningún hijo- y lo hacen patrono de los padres. Al género humano al completo, en pecado desde el nacimiento por algo que hicieron otros, lo redimen, lo limpian, matando a uno cuya sangre vale para salvar a miles de millones. Esa muerte, es una expiación que exigía un Dios terriblemente enfadado por no sabemos bien qué pecado cometido por unos primeros padres imposibles, porque ya está archidemostrado que no hubo unos primeros padres sino que las parejas humanas fueron muchas y evolucionaron a la vez. Si de unos mismos padres descendiéramos todos, conforme a las leyes de Mendel seríamos todos gilipollas, como les pasó a los Austrias con tanto casarse primos con primos y tíos con sobrinos. Los obispos y los sacristanes nos comen el coco infamemente. Los argumentos parecen de Sánchez hablando de la constitucionalidad de la amnistía.

Nos alimentamos de mitos y nos los comemos tan fácilmente como un niño cree en los reyes magos, que no eran reyes de nada y tampoco eran capaces de hacer trucos de magia como Juan Tamarit.

Por hacerme estas preguntas en voz alta, un cura fascista, me declaró persona non grata en la misa mayor de mi pueblo. Él, un pesetero disconforme con lo que recogía en la bandeja los domingos, se hizo capellán castrense para jubilarse como coronel. Magnífica paga. Muy evangélico. Su tarea más arriesgada – a mí los etarras me intentaron limpiar el forro varias veces- en la guerra de los Balcanes, era organizar bingos para distraer a los soldados, que sí se la jugaban en Bosnia, en Serbia y en aquellas montañas que el mariscal Tito intentó unificar sin éxito. Ahí tienen al cura, cobrando la pensión máxima mientras a mí me niegan el complemento por paternidad. Yo creo, hoy más que nunca, que los tres hijos son míos incluso sin hacerles el análisis genético.

Hablemos de cuernos, ya que ha salido el tema. Aburrido y solitario como una ostra perlera, salgo a andar para hacer los quince mil pasos imprescindibles para mantener a raya a la próstata, al colesterol, al azúcar y a la madre que pario al crematorio que acecha.

Me encuentro a Eugenia, mujer excelsa, inteligente y con la mala leche suficiente como para mantener a cualquier tío a distancia. ¿Nos tomamos un vino? – dice raramente simpática-. Comienza la charla, como quien no quiere la cosa, sobre cornamentas y otras cosas del querer. Yo, que me considero un hombre de vida tumultuosa y agitada – atracadores, chorizos, terroristas, estafadores…nada de mujeres, no se asusten- me he sorprendido con la visión de Eugenia.

Afirma que el hecho de poner cuernos lo practican más las mujeres que los hombres – yo, inocente, creía lo contrario-. Solemnemente insiste: “No lo afirmo solo yo, que soy una mujer liberada desde los tiempos de la neoginona, y he estudiado el bachiller nocturno. Lo afirman prestigiosos estudios sociales de varias universidades americanas”. No te extrañe, que una ex que se jacta de ver a los hombres como diablos intratables, vaya a un concierto y acabe, en no se sabe dónde con un gordo que le pagó el último gin tonic.

Esto no lo puedo poner en mi artículo – replico soliviantado- se me tiran encima todas las feministas, los curas, las monjas, los moralistas, los de la ultraderecha y los defensores de la reserva ética de occidente – digo, temeroso y cabreado-.

Lo que yo te diga, hijo – me encanta su sentido maternal -. Las mujeres son más propensas a cometer infidelidades que el hombre, porque en la variedad está el gusto, nunca mejor dicho. La mujer en su instinto más remoto – ¡qué clase me está dando Eugenia!- busca el mejor de los machos para activar su libido – pura antropología de Marvin Harris, que esto lo leía yo de joven y no me lo creía porque follaba menos que la gata del Vaticano. Ahora follo el doble: antes nada y ahora nada de nada-.

Las mujeres – por Dios bendito, Eugenia, que me estás pervirtiendo- pelean más que los hombres en contra de la monogamia. Basta que tengan una bronca con un novio para que lo quieran enterrar a polvos. ¿Por qué? Porque se aburren aunque permanentemente haya paseado por encima de nosotras la imagen de vírgenes y puras. Hemos aprendido esa ordinariez que tú me dijiste un día, que oíste en la vieja cárcel de Benalúa: Eso se lava y se estrena. – La leche, Eugenia, no me imputes esas teorías que hundes mi carrera política-.

No para. ¿Recuerdas al amor de tu vida? Pues el otro día la vi a punto de aparearse con un barbudo que bebía chupitos de orujo y liaba porros en la puerta de un garito del barrio. Si, sí, aquella que iba de santa, estrecha y exquisita.

Lo de la conexión emocional – Eugenia se ha embalado- no es razón para ser infieles. Las mujeres lo somos buscando la variedad en el placer. A los hombres se os nota antes porque vosotros tenéis un deseo más espontáneo y no precisáis de maniobras especiales para realizaros sexualmente. – Por favor, Eugenia, que es semana santa, un poco de respeto-.

La sociedad – se pone seria… doctoral- va por delante de las leyes y las políticas. Se ha normalizado una cuestión que sucede de facto y parece que hemos descubierto un planeta nuevo cuando oímos expresiones como “soy poliamorosa” o “tengo una relación abierta”, algo que se practica hace siglos, lo mismo que usar los encantos para conseguir propósitos y no digo cuales para no levantar liebres. ¿Has oído a Fitipaldi con lo de “una que tenía un negocio entre las piernas”? Pues eso. Los hombres – ¡Eugenia por Dios, que me estás dando el día!- habéis perdido comba. Os habéis quedado estancados con vuestro deseo espontáneo y salvaje, pensando muchas veces con la bragueta y con cierto susto hacia la mujer con multisexualidad normalizada.

Eugenia, hija, me has dado la tarde. Me voy a casa con el rabo – perdón- entre las piernas.

La inminente salida a escena del “357 Magnum. Por ti me juego la salvación” me libra de tirarme por el hueco del ascensor. ¡Ayyyy señor, llévame pronto!

Manuel Avilés

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