Imposible no comentar lo que está ocurriendo en Francia. Antes de entrar en materia hay que recalcar la evidencia de que existe un grave problema estructural social y de convivencia. Durante décadas se ha estado cocinando a fuego lento lo que hoy se sirve como plato diario en una mesa donde no sólo come Francia, sino toda Europa. Una vez más estamos contemplando la laxitud de los mandatarios franceses a la hora de poner una solución inmediata ante tanto caos y violencia. La tardanza en tomar medidas contundentes solamente ayuda a que los delincuentes y agitadores se crezcan y sigan campando impunes desatando a su paso la ira contra todo lo que le rodea. El buenísmo es un mal endémico de los estados europeos, los viejos complejos están haciendo mella en la base de los cimientos de nuestra sociedad.
Estamos dirigidos por gobernantes más preocupados por meternos con calzador las energías renovables y ciertos usos y costumbres que ellos dicen ser más propicios para la sociedad, que por dirigentes con gran sentido de estado y valentía suficiente para ser duros con los delincuentes que atacan las democracias.
Un foco inquisidor
El foco se pone siempre en los mismos. Se criminaliza a la policía por una actuación concreta, subrayando que ésta ha sido el motivo principal para que se desate una guerra por todo el territorio francés. Parece que quienes piensan así y responsabilizan a las fuerzas policiales de tanta violencia y destrucción, no están queriendo ver que el problema es viejo y viene de mucho antes.
No es justo que quienes defienden la democracia y protegen a la sociedad sean demonizados y mientras se coloque en un pedestal a quienes transgreden la ley. De nuevo se comete el error recurrente de vestir de malos a los buenos y de incomprendidos marginados a peligrosos delincuentes.
A los hechos me remito…
Caos y violencia.
Las secuencias que vemos en televisión son tan terroríficas que parecen sacadas de alguna película de terror. Llevamos cerca de una semana observando atónitos como turbas de delincuentes, en muchos casos guiados por mafias saquean comercios, queman comisarías de policía, roban vehículos policiales y armamento. No es nuevo, ya lo vimos en Saint Denis en plena final de la Copa de Europa, cuando grupos de bandas criminales organizadas arrasaban con violencia autobuses y agredían a turistas para robarles.
Es notorio que Francia tiene un gran problema social. Existe una enorme carencia de integración social, no ya de inmigrantes recién llegados, sino de franceses de tercera generación. Es clara la diferenciación entre clases sociales según tú origen o en función de la zona en la que residas. Ciertos colectivos que viven en las zonas periféricas de las grandes ciudades se han ido automarginando de manera voluntaria. Ya no hay excusa para denunciar falta de recursos o de igualdad de oportunidades ante el empleo o la educación. Pues hay bastantes ejemplos en los que personas que se han criado y han vivido en ese extrarradio marginal han aprovechado las oportunidades que se le han presentado y no sólo han terminado exitosos sus estudios universitarios sino que también han conseguido puestos de trabajo de calidad.
Se ha instalado en esa sociedad automarginada una idea equivocada de cómo funciona la sociedad occidental. Aborrecen el estado para integrarse social y culturalmente, detestan las normas y evitan su cumplimiento, pero cuando se trata de recibir ayudas y subvenciones gubernamentales son los primeros en poner la mano con demasiada exigencia.
Tenemos una sociedad enferma que no se escandaliza ni se moviliza cuando un individuo cuchillo en mano irrumpe en un parque infantil y se dedica a agredir con saña y violencia a bebés recién nacidos, a niños de muy corta edad y a las madres que allí se encontraban. Hay que recapacitar y hacernos mirar a dónde queremos llegar como sociedad. Preocupa más que de una agresión se pueda sacar rédito político en nuevas elecciones, a denunciar y censurar este tipo de agresiones.
La doble vara de medir a la hora de pronunciarse sobre unos hechos delictivos u otros deja en evidencia la hipocresía de las élites europeas. Se tiende siempre a tapar y a quitarle importancia a delitos cometidos por ciertos colectivos por miedo siempre a que se tachen de racista o xenófobo.
Esos mismos que presiden el G8 y las cumbres de la OTAN, los que se desplazan a Ucrania revestidos de grandes estadistas para dar apoyo a Zelenski e instarle por donde tiene que marcar el camino, son los mismos que se pierden en agendas globalistas a la vez que evaden sus responsabilidades domésticas.
En Francia hay una situación crítica en cuanto a la seguridad nacional, y se está tardando mucho en actuar con contundencia y firmeza para revertir esa situación. Se está dejando abandonados a los policías y a los ciudadanos ante unos nuevos contrarevolucionarios que no vienen cantando La Marsellesa, ni abogan por un estado de igualdad fraternidad y libertad.
Lo mismo que en su momento la aristocracia y la monarquía francesa no supo ver lo que se les venía encima, hoy sus dirigentes cometen el mismo error de mirar hacia otro lado. Se esconden como niños pequeños debajo de la sábana asustados por el fiero monstruo que ellos mismos han creado.