Hay momentos en el que la tristeza te inunda, y no sabes el motivo. El dolor en el alma se convierte en una cadena perpetua. Estas encerrada en una cárcel. Tus guardianes son los propios miedos a los que te enfrentas. Conducir, hablar, expresar tus sentimientos. Todo ello se vuelve un desafío entre la soledad y el destierro de vivir en un cuerpo enfermo. Si, enfermo. Tus heridas no las ve nadie, ni siquiera tú. Te miras en el espejo de la habitación, esa en la que pasaste los mejores años de tu vida y ni siquiera te reconoces. Tu cuerpo ha cambiado tanto, las arrugas del desaliento, la piel caída de las penas que acarreas. La curvatura de la espalda por el dolor de haber amado al vacío.
De un día para otro ya no sabes cuando sucedió, la sentencia te la han impuesto, es mortífera. Hubieran acabado antes clavándote un puñal en el corazón. El juez dispuso un veredicto nefasto para tu persona.
Tu corazón lo tienes roto sin conocer la causa. El que te late tan deprisa en momentos inapropiados y solo una pastilla debajo de la lengua lo soluciona.
Te desgarras por dentro. No puedes más.
Vuelves al principio de y otra pastilla más. Ya no sabes cuantas tomas, las que ingeriste o las que te prescribirán. Así es tu vida con esta enfermedad de la que nadie quiere hablar. La que esconde una sociedad. La que las estadísticas escasean.
Sigues en tu celda, sola como siempre, hoy ni siquiera una ducha te ha valido para poder arreglarte y salir a comprar el pan. No puedes más. El mundo se derrumba a tu alrededor y el alma la tienes agrietada de tanto llorar. Ni siquiera las gafas de sol pueden ocultar el llanto de una noche en penumbra. De vueltas en la cama, de levantarse para ir al lavabo, de ideas terroríficas que descartas. Tu celda, la maldita celda, cada día más pequeña.
Sé que son momentos difíciles y dicen que la esperanza es lo último que se pierde y yo pregunto ¿dónde está? La desperdiciamos. Eso es lo que sucede cuando el camino se interrumpe, cuando la celda se vuelve más oscura, ya no hay luz, ni siquiera una claraboya por donde tomar el último hálito de una vida. Esa que te interrumpe a cada momento y desea que termines con ella.
Te agarras a los barrotes fuertemente para no irte. Nunca has luchado como hoy, es una sin control. La más tediosa. No puedes más. Las manos se entumecen y los dedos se deslizan. Maldita celda donde me encuentro. Sigo queriendo aferrarme, pero no puedo, me es imposible. Hasta que las fuerzas desaparecen y todo acaba. La oscuridad se vuelve eterna, la celda empequeñece y la decisión está tomada.
Así es como termino.
La celda queda vacía para el próximo sentenciado.