Escribir sobre cibercrimen hace apenas década y media era una suerte ensayística que pasaba por hacer cábalas acerca de una materia ambigua que habría, en todo caso, de dirimirse por futuras generaciones en una especie de éter territorial.
Pero las TIC, acrónimo de uso común de “Tecnologías de la información y las comunicaciones”, han evidenciado que el tiempo es un concepto en el que una hora ha dejado de tener necesariamente sesenta minutos. Quiero decir que el meteórico desarrollo de las nuevas tecnologías ha supuesto transformaciones drásticas en las sociedades de todo el mundo. Ya existe lo que podemos calificar como “quinto dominio”, más allá de las nociones clásicas que se han venido manejando: tierra, mar, aire, espacio y… ciberespacio. Un avance gigantesco que también posibilita espacios en los que surgen nuevas conductas delictivas que afectan a los ciudadanos individualmente y a los Estados de forma global.
Vulnerabilidades
En este caldo de cultivo vertiginoso se ha desarrollado el cibercrimen, entendido como sinónimo de los ilícitos penales y ataques a través de medios telemáticos: fraudes, pornografía infantil, contra la libertad sexual, contra el honor y la intimidad, propiedad intelectual e industrial y una interminable lista de infracciones tecnocriminales.
Es por ello que el peligro real del uso de las TIC, tanto por particulares como por el crimen organizado, ya sea nacional o transnacional, obliga a profesionales y autoridades a ocuparse de los puntos vulnerables en las infraestructuras relacionadas con la tecnología de la información y las redes informáticas de las administraciones públicas y de las empresas.
Los Estados se enfrentan a nuevos desafíos, caso del terrorismo, que confiere a la seguridad nacional un carácter cada vez más complejo. Esto, unido a la mayor dependencia que la sociedad tiene del sistema de infraestructuras que aseguran el mantenimiento de los servicios esenciales, hace que su protección se convierta en una prioridad para las naciones.
Interpol
Por otro lado, delitos hasta ahora tradicionales como el tráfico de drogas han encontrado en la Red una dimensión de aldea global. La producción y el tráfico de sustancias de síntesis está convirtiéndose en un fenómeno de alcance mundial en constante evolución, aprovechando las potencialidades que ofrece el internet profundo o Deep Web.
Interpol viene advirtiendo en sus estudios que, a diferencia de lo que ocurre con otras drogas como la heroína o la cocaína, la manufactura no se limita a una región concreta. Se pueden conseguir a través de la Red múltiples productos químicos para su rápida fabricación. De tal modo, ninguna organización criminal o territorio domina el tráfico de drogas de síntesis debido a ese carácter multidimensional en la disponibilidad de precursores químicos, el escaso material necesario para la elaboración, la difusión de conocimientos especializados y la oferta del producto ya acabado.
El trasiego y contratación de sicarios o el tráfico de materiales de doble uso son, entre otros, algunos modus operandi adaptados a las posibilidades de la Red por la crimininalidad.
Asesinos en masa
El atentado de Oslo con un coche bomba que estalló en julio de 2011 frente al edificio de oficinas del primer ministro fue montado a partir de materiales de doble uso agrícolas conseguidos a través de internet por el asesino en masa Anders Breivik, que posteriormente mató a tiros a más de 80 personas en la cercana isla de Utoya. Apenas un año después, un joven sociópata español fue detenido por la policía en la operación “Columbainero” en Palma de Mallorca cuando, intentando emular la masacre del instituto de Columbine (EE.UU.), pretendía sembrar de bombas la Universidad de las Islas Baleares, cuyas materias primas para fabricar 140 kilos de explosivos había logrado vía internet.
No quisiera concluir esta columna dejando la idea de que las TIC son un territorio sin ley donde todo es posible. Existen capacidades legales ante este panorama de cierta alarma social. Por señalar las más conocidas y eficaces de naturaleza operativa, citaremos a la Brigada Central de Investigación Tecnológica del Cuerpo Nacional de Policía, al Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil, al Centro Nacional de Protección de las Infraestructuras y Ciberseguridad del Ministerio del Interior, al Centro Criptológico Nacional del CNI, al Centro de Operaciones de Seguridad de la Información del Ministerio de Defensa, al European Cybercrime Centre EC3 de la Unión Europea, y por supuesto al Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe), todo un referente español en materia de seguridad, y buenos amigos.