Jesús de Nazaret era un judío, un hombre bueno, inteligente… genial. Un hombre religioso y honesto. Creyente y disconforme con la política religiosa de los mandamases de la época, los escribas, los saduceos, los fariseos…todos situados en torno al poder religioso establecido que luchaba, de manera soterrada, contra los invasores romanos. Los judíos siempre peleando por su idea tan permanentemente instalada como ilusa: somos el pueblo elegido por Dios, contra todos los demás pueblos, para llevar a cabo su plan sobre la humanidad.
Jesús de Nazaret, hombre profundamente religioso, tuvo formación, como su primo el Bautista, probablemente con el movimiento de los esenios, intelectuales, reformistas – como tantos movimientos en todas las religiones a lo largo de los siglos- y con un punto de integrismo, también como todos. Protagonizó serios enfrentamientos con los jerarcas religiosos judíos – los escribas, fariseos y saduceos- a los que criticaba su formalismo religioso y su hipocresía fundamentalmente. Como tantos otros aun hoy día, eran vividores de la religión y la política.
Jesús, que se relacionaba con pobres, con pecadores y publicanos – cobradores de impuestos para los invasores romanos, como Mateo el evangelista-, con prostitutas y gente de baja escala social – ¿os suenan los jerarcas bajo palio, en lugares preferentes en desfiles y ceremonias de alto copete?- Jesús, que denunciaba el postureo y llamaba sepulcros blanqueados a los que decían conducir al pueblo por el camino del bien, que expulsaba a latigazos a los mercaderes del templo, que predicaba un mensaje integrador de amor al prójimo como único precepto, fue señalado, perseguido y finalmente crucificado tras manipular un proceso populista – eso sigue vigente hoy, solo hay que mirar alrededor – en el que las acusaciones cambiaban dependiendo de ante qué jerarca estuviera. Lo acusaban de llamarse a sí mismo hijo de Dios, si la acusación era ante el jerarca religioso judío, y de erigirse en rey si la acusación era ante el gobernador romano, el cobarde Pilatos, el que enseñó a lavarse las manos a políticos y Papas y obispos de toda calaña, para desentenderse y mirar a otro lado ante cualquier problema al que no quieren enfrentarse.
Jesús de Nazaret, fruto de su actividad, de su predicación y de su vida ejemplar terminó ajusticiado de forma vil y dolorosa – la crucifixión era el método de ejecución para los que no eran ciudadanos romanos- , asesinado por unos y por otros. Por todos los que se sentían molestos con su actividad y su mensaje.
Dice Strauss – conozco a algún teólogo fulminado por Wojtyla, que negaba que Jesús quisiera fundar ninguna Iglesia- insisto, David Friedrich Strauss afirma que los apóstoles montaron una nueva religión – el Cristianismo- porque no querían volver a trabajar en el lago de Tiberiades, porque no querían volver a pescar. Saulo de Tarso, el que cayó del caballo camino de Damasco cuando andaba persiguiendo a aquella nueva secta de seguidores de Jesús, tuvo mucho que ver. Es el verdadero Secretario de Organización del Cristianismo, tras convertirse en gran predicador después de ser gran perseguidor. Tras muchas vicisitudes y persecuciones, a trancas y barrancas, tuvieron éxito y con el emperador Constantino, allá por el siglo IV, adquirieron el estatus de Religión del Imperio. La hecatombe tras aliarse con el poder.
A partir de ahí comenzaron las grandes construcciones, las grandes creaciones artísticas porque el hombre es un animal racional y por eso mismo amante de los símbolos. El arte bizantino, el visigótico, el prerrománico, el románico, el gótico, el renacentista….
Aquí entran en juego – son actos religiosos, comerciales, salvíficos, intelectuales y de brillo social- todas las artes que conocemos y que el Cristianismo ha colaborado a engrandecer: la música, la literatura, la escultura, la ingeniería…
Creo – dicen- que fue Juan de Anchieta, un guipuzcoano del siglo XVI, no sé si discípulo o venerado incluso por Juan de Juni, el que hace ya cinco siglos se puso manos a la obra y dejó para la eternidad una de las más bellas esculturas que conozco: Jesús de la Redención.
Su historia reciente – de los últimos treinta y tantos años- la sabéis igual o mejor que yo.
Jesús de la Redención, acordaos de la desamortización de Mendizábal, aquel movimiento político-económico que iniciado, creo recordar, con Carlos III y hasta con Godoy, el choricero, el pacense que llegó a Presidente del Gobierno por ser guapo y amante permanente de la reina María Luisa de Parma – leed, si queréis más información, mis dos novelas históricas, escritas a muchas manos en el Taller Literario que imparto den la Universidad de Alicante, “El barbero de Godoy” y “La hija del barbero”-, en la desamortización de Mendizábal, muchos bienes de la Iglesia fueron subastados para hacer frente a la millonaria deuda pública del Estado, que no tenía nada que ver con la de ahora infinitamente superior.
La Iglesia recibía dinero a espuertas, bienes inmuebles, joyas, cualquier cosa de valor – hasta había muchas órdenes religiosas con curas especializados en viudas ricas a las que convencían de la oportunidad de legar sus bienes a la Iglesia para asegurar misas perpetuas por su salvación – leed mi próxima novela “357 magnum. Por ti me juego la salvación”- creando la convicción, débilmente pervive hoy, de que la salvación eterna se compra con bulas, con misas y responsos perpetuos y poniendo a trabajar como asalariados en favor del muerto, con preces y gorigoris, a quienes se dicen depositarios de la palabra de Dios e intermediarios y participes en todas sus decisiones.
Fruto de la desamortización dicha, enajenada una iglesia, Jesús de la Redención acabó en una cárcel. Pobre.
Yo llegué un día a esa cárcel, cuando mandaba algo, y me di cuenta de que en una pared permanecía la huella de un crucificado que había estado allí colgado durante años. Me di cuenta porque, afortunadamente, la pared no había sido pintada.
Unos funcionarios de allí – no digamos nombres aunque persiste mi convicción de que ese Cristo y otro del que ya hablaremos- han sido salvados por la Cofradía de la Redención, a la que un servidor – eso es historia y lo digo desde la humildad y el desapego del que nada reclama ni espera- puso el nombre además de propiciar y redactar un convenio que dejó las cosas en su sitio e hizo que dos tallas grandiosas fueran salvadas de la ruina y la destrucción.
No hay que ser creyente para defender a dos obras de arte grandiosas como el crucificado y el ecce homo de los que hoy es depositaria la Cofradía de la Redención y que, de no ser por ella, serían ahora solamente un recuerdo. Algo que no sabéis: cuando vi el ecce homo en el sótano de otra cárcel, algún imbécil – iba a decir hijo de puta, pero me he cortado- le había roto la capa roja de un palo con una porra. Me contaron que lo hizo a modo de broma pues ese Cristo estaba enterrado entre libretas viejas de contabilidad y partes de recuento y el graciosillo gilipollas lo golpeó al grito de “un preso que se fuga”. Hay que ser zoquete.
El funcionario que “autorizó” sin capacidad para hacerlo y el cura que dio su visto bueno con menos capacidad que el funcionario – hablamos del crucificado- dijeron que era muy feo y que, seguramente, lo habría tallado algún preso manitas en la postguerra, que él lo iba a tirar pero no lo hizo por ser una imagen religiosa. Menos mal. Era analfabeto pero menos que el que dio el palo al ecce homo.
Lo demás lo pueden contar Nacho – abad entonces- Carbajo, Beni, Javier Nogal, otro Javier que era profesor en Valladolid y muchos otros que acudieron al Alfonso V con intención de lincharme cuando aparecí por León buscando al crucificado. Acordaos que yo tenía entonces escolta porque los amigos etarras, con De Juana Chaos, Kubati, Txiquierdi, Antza y algún otro a la cabeza afirmaban riéndose que yo era hombre muerto. Acordaos que había dos policías en el hall y dos en la puerta de mi habitación – eso me imposibilitaba para cualquier aventura- y que a punto estuvieron de sacar las defensas cuando todos los citados – seises y directivos de la Cofradía aun sin nombre- defendían agitados la posesión del Cristo. Los policías se tranquilizaron cuando les dje: tranquilos que estos son cabezotas como buenos leoneses, pero aquí no va a llegar la sangre al río. Nogal, jurista agresivo y empecinado, preguntaba con firmeza: Pero…¿tú quien eres? Solo hemos visto una tarjeta y de esas me puedo yo hacer cincuenta. Yo – que tenía lo de la “auctoritas romana” bien aprendido- dije, apoyado anímicamente en mi cargo: o veo el Cristo hoy, o pongo León patas arriba. ¿ Os acordáis? Recuerdo perfectamente cómo Belloch – extraordinaria persona y mejor ministro, a ver si los de hoy aprenden algo- me decía: ¡Déjate del Cristo y tú a los etarras que son lo tuyo! Y yo le respondía: los etarras están controlados y el Cristo lo voy a encontrar. El respondía riendo: No eres aragonés ni leonés pero si te has propuesto encontrar al Cristo, que se dé por capturado.
Y así fue. Ante mi aviso de poner León patas arriba a pesar de que Nogal no creyera en mi tarjeta de visita, alguien salió zumbando al almacén de colchones donde reposaba Jesus de Nazaret crucificado y lo llevo veloz al monasterio de las Madres Benedictinas, a cuya priora avisé de la necesidad de confesarse antes de la siguiente comunión, por mentir como un político cuando afirmaba que el Cristo llevaba varios meses en el monasterio de la plaza del grano y era cuidado y venerado allí.
Esta es la historia. Me pedisteis que investigara el nombre del Cristo y os prometí que lo haría. No hice nada. Mentí como la madre priora. Volvi un mes después y afirmé: Nuestro Señor Jesús de la Redención – él había pasado muchos años en la cárcel, allí existía aún la institución de la redención de penas y estaba a punto de ser redimido por el convenio que propició Juan Alberto Belloch y firmó a Secretaria de Estado Paz Fernández Felgueroso-. No se podía llamar de otra manera y ahí tuvo nombre la cofradía, elegido hace treinta años por este chupatintas, humilde funcionario que no ha llegado a nada en la vida excepto a salvar de la polilla y la basura – con el inestimable e imprescindible trabajo de la cofradía- a las dos mejores tallas de la Semana Santa española y leonesa.