(*) Por Rosa Mª García Durán
Saben, quienes me habrán leído alguna vez, de mi interés en reflexionar sobre el tratamiento de la información de sucesos en los medios de comunicación y, en concreto, para avanzar en la protección de los implicados, víctimas, autores, cómplices. También de los testigos propios y ocasionales, en este caso además, porque pueden llegar a pensar que hay que decir a una cámara todo lo que se sabe o se cree saber.
Preguntas, va a haber, no todas tienen que ser respondidas. No deberían. Como el papel lo soportaba todo, ahora que los hemos vuelto digitales por completo es la imagen la que está al acecho. La tele no está a falta de casuística de algunos, creo, excesos informativos o presuntos en formatos no informativos y aún por definir, en algún caso. Hoy parece que el plasma se lo traga todo. Qué peligro en tiempos de fake.
Lo último en mi rastreo ha sido la emisión en bucle de una discusión entre una pareja conocida, en la que, según parece, y se mencionó hasta el aburrimiento, ella, presumiblemente, tiene algún padecimiento mental. También digo, las imágenes no eran nada fuera de este siglo, pero, a veces, a falta de hechos, se cuentan las cosas como quiere el ojo verlas.
Según me dicen han emitido tres minutos de cinco grabados por, según explicación, que entiendo que no coartada del resistente programa de TV, masivo hasta por las horas que dura; respeto al derecho a la intimidad de esta persona; que habrá saltado de la silla, digo yo, cuando se haya visto en la telepantalla. Tres minutos, sí, dos minutos no, como un dedo divino, ha hecho esa diferencia el programa este para que la víctima de ese atracón televisivo no sea perjudicada. Iba a decir atraco, pero me quedo con el aumentativo, aunque también se puede atracar el alma. ¿Qué opinará la protagonista de las imágenes? no se sabe, no se contesta. Entonces, ¿no importa su parecer o cómo se sienta? No, parece que no. No consta que le preguntarán nada y fueron exhibidos momentos de su vida y sus problemas, en los que no había ni debía haber convocatoria pública para darle al rodillo de la imagen. Y según parece, contaron por ahí, que discutían por la hija de ambos.
Me propuse ver algo de lo que emitieron, y no pude aguantar el cebo de horas y horas avisando al público de que verían más si seguían los espectadores pegados a la pantalla.
El colaborador necesario de semejante “documento” era su exmarido que con los ojos, parecían contritos, decía sin decir que su ex estaba mal, que le preocupaba su hija, que su ex, otra vez, tenía posibilidades de trabajar en la tele, aunque tenía posibles porque tiene casas, pero que no quería ser televisada.
El programa, según parecía, conmovido, acongojado, estupefacto, como ocupando el formato del teatro, pido perdón, pero perfectamente resistente a las imágenes- intriga en bucle dejó ver el lamentable metraje completo, los cinco minutos enteritos, a los colaboradores o las personas que hablan y opinan en plató y a los espectadores y público les cabía la gracia de ver sus expresiones y comentarios. ¿Qué se trataba de ocultar, entonces, si se pudo escuchar todo, o lo que quisieron, por boca de los privilegiados testigos, al meter el hocico y empaparse de todo lo grabado? Se habló de la hija de la expareja ¿pero no sé había resuelto eso? Terrible. Otra pregunta¿Son más compasivos, más inteligentes, más como se debe ser los comentadores de ese programa que cualquier otra persona? Estoy segura de que no era por puro cotilleo. Por lo menos, eso quisiera.
El programa preavisó que los hechos eran muy duros, no para azuzar, creo, el morbo de la gente que está tranquilamente en su casa, sino, para hacer una labor humanitaria, debe de ser. Les preocupaba el estado de esta persona, a quien exhibieron, no sé las veces. Estaban “helados” por la grabación que nos dejaría a los espectadores más o menos igual porque tendríamos tiempo de verlas a cualesquiera hora.
Como era una pareja pública y lo sucedido fue en lugar público, razonó el programa, las emitieron en un gran pantallón para no perder detalle. Además, fueron los vecinos asustados, no un paparazzo, quienes grabaron la escena y el programa ponía en subtítulo lo que se decía uno y otra. Legal, no sé; moral, ético, de conciencia, no, de ninguna manera. Abyecto.
Unos días antes saltó a las noticias la decisión de un jurado de Los Ángeles, California, que conocía del caso de las fotografías tomadas al famoso jugador de baloncesto Kobe Bryan y si hija fallecidos en 2020 en un siniestro en helicóptero, y ello para ser exhibidas como “souvenirs”. La viuda del jugador y madre de la hija ya perdida denunció este hecho y el condado citado ha sido condenado al pago de una indemnización de 16 millones de dólares a esta víctima también, por vulnerar la intimidad de los fallecidos. Se da el caso de que las instantáneas fueron tomadas por algunos policías y bomberos que sacaron rato en su labor de rescate para obtener esas instantáneas y, por lo juzgado, no por exigencias de la investigación.
La violencia tiene más tipos que la agresión física o contra las cosas. Si los animales son seres sintientes, y lo son, por supuesto que sí; los seres humanos parece que también tienen derecho a sentir y a ser respetados sus sentimientos. La Ley y, muy importante, el espíritu que la anima, tiene que vigilar posibles resquicios que envíen al sumidero lo más importante que tiene una persona, además de su vida obviamente, su integridad, moral, dignidad, intimidad e imagen.
En síntesis, la impudicia y la codicia representan un retroalimento de gusto muy amargo.
(*) Por Rosa Mª García Durán para h50. García Durán es licenciada en Filosofía, intendente de la Policía Municipal de Madrid y jefa de su Unidad de Participación y Convivencia