Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial
En medio de las convulsiones, la ruina y el desasosiego que siembran unas elecciones de imposible gobierno, y usando como siempre la política en beneficio del propio partido – cada uno del suyo- en lugar de hacerlo en beneficio del país, observo con una mezcla de indignación y estupefacto cómo cada partido busca arrimar el ascua a su sardina y aún no he visto hablar de proyectos que aseguren el bienestar a los españoles. Ese bienestar se fundamenta en dos patas esenciales la creación de empleo – ahí está la riqueza necesaria para pagar las facturas- y el aseguramiento de la Sanidad y las pensiones – somos diez millones de pensionistas honrados, que han trabajado cuarenta años levantando el país, aunque haya algunos golfos que se han colado como inválidos y necesitados de protección y los veas rollizos y saludables viviendo del cuento-. Vaya por delante que Pedro Sánchez y sus socios catalanes y vascos me gustan cada día un poco menos que el día anterior, aunque en democracia no se puede practicar el tiro al contrario ni la estigmatización del desacuerdo. A ver si la derecha deja ya de dar la matraca con los “beneficios penitenciarios a los etarras” y el “pacto con los hijos de ETA”. Poco tienen que ver las leyes penitenciarias con eso. Eso es política pura y dura. Lo mismo con los esquerras y puigdemones. Pactos políticos para pagar deudas contraídas a base de sillones.
Los grados penitenciarios jamás han sido considerados por la doctrina, un beneficio sino un elemento, un camino en el tratamiento. Trasladar a un penado de Valencia a Burgos, no es un beneficio penitenciario y eso solo lo puede afirmar un analfabeto jurídico. Yo ya he manifestado aquí mismo mi postura sobre la dispersión: la hice en primera persona y jugándome el pescuezo, trabajé hombro con hombro con quien la diseñó. Era un arma de lucha contra ETA y hoy no tiene sentido porque ETA no existe por más que se empeñen en resucitarla para sacar beneficio político agitando muertos. Tampoco existe Franco ni la guerra civil y hay que pasar página de una puta vez.
Mantener a un penado de Urnieta en Algeciras, por ejemplo, no responde al espíritu de la Ley Penitenciaria ni de la Constitución y solo se puede interpretar como venganza. Una instalación en toda regla en “el derecho penal del enemigo”.
He visitado en las cárceles españolas a no sé cuántos centenares de etarras, transcribiendo y dejando en su lugar correspondiente todas las entrevistas, pero conservo una memoria impecable – todo lo demás un desastre-. Mil veces se les ha dicho a los etarras: dejad de pegar tiros y de poner bombas y entrad en las instituciones. Desde las instituciones podéis defender lo que queráis, pero sin asesinar. Ese era el mensaje claro de los socialistas de Felipe y ese era el mensaje que el obispo Uriarte, Zarzalejos, Martí Fluxá y Arriola – envíados por Aznar- transmitían a la cúpula de ETA en Zurich en el año 99. Lean, me permito insistir en la recomendación las Memorias de Juan Alberto Belloch en cuya presentación en Zaragoza tuve el honor de estar: Una vida a larga distancia. Ahí deja claro, ese gran biministro, nuestro trabajo y cita – muchos han intentado ignorar a ese genio- a Antonio Asunción. Yo no tengo síndrome de Estocolmo a pesar de ser una persona – antes funcionario- de las que más entrevistas directas ha mantenido con etarras. Sin rejas, sin cristales, sin barreras. Me acuerdo de todos y si recitara la lista no tendría espacio para nada más en el artículo. Nosotros no éramos amigos, no nos compinchábamos con los etarras, trabajamos para liquidar a la banda. Y lo conseguimos. Siempre he defendido que los etarras capotaron por la acción de las Fuerzas de Seguridad, por la acción de la Justicia, por las iniciativas políticas y por el trabajo de las prisiones, que no hay que olvidar nunca. Varios funcionarios asesinados – mis amigos Máximo Casado, Elósegui, Angel Mota…- dan fe de ello. Les emplazo a la lectura de mi próxima novela “357 Magnum. Por ti me juego la salvación”, donde cuento algunas cosas sobre este asunto.
A mí, los de Bildu me caen como una patada en salva sea la parte, casi lo mismo que Puigdemont y que Torra, que Rufián y que Laura Borrás y sus congéneres y casi lo mismo que Abascal, pero si decimos que en las instituciones se puede hablar, no podemos demonizarlos ni marginarlos ahora que están en ellas. Exactamente lo mismo que a los franquistas redivivos que también campan en ellas. No me ha parecido bien, la dejación que Sánchez – el precio de su pacto con los votos vascos- ha hecho del control etarra. No estoy por la dispersión ahora, evidentemente, pero no puedes dejar la ejecución penal – los vascos la pedían ya en el 91, si quieren les doy nombres porque yo era el interlocutor y a Felipe y a Belloch ni se les ocurrió dárselas cuando los catalanes ya tenían las competencias carcelarias- en manos de quien está atado, encadenado a Bildu y decide sobre los 100.2, los terceros grados, los regímenes de vida, los CIS, las pulseras y demás artilugios. Y me callo y no digo más porque me cabreo cuando Otegui es el señor de la Paz y Etxabe y Urrutia, que fueron los primeros en abogar por la paz, siguen estigmatizados como traidores. ¡Una mierda!
No sé si hoy podré escribir algo de historia penitenciaria, que es el tema que nos ocupa a lo largo y ancho de trece capítulos, cuando pensaba zanjar mi compromiso con diez tirando largo. No sé si podré escribir con la que hay liada y con las ganas que tengo de pronunciarme en este medio porque estoy seguro de que está abierto a otras realidades también importantes. El mundo no se termina en las cárceles como piensan muchos miopes que he conocido en mi vida penitenciaria, que no veían un palmo más allá del muro de la cárcel.
Se ha preparado un buen lío con el cese del coronel de la guardia civil, jefe de la comandancia de Madrid, Pérez de los Cobos. Insisto en que no tengo nada que ver con este gobierno ni con ningún otro y que, este, establece algunas políticas que me ponen los pelos como escarpias. Hay muchas cosas del Gobierno Sanchez que no me gustan, las mire por donde las mire. Sentado esto y dejando a un lado algún artículo que he leído con teorías conspiranoicas que no se las cree nadie, me parece poco presentable que la derecha se tire al cuello por el cese de una persona de un puesto de libre designación, sea coronel, comisario o lo que sea. Ellos lo han hecho centenares de veces cuando gobernaban. En las comandancias, en las comisarías, en las cárceles y en muchos otros sitios. Pregúntenle a Ángel Yuste, dicho sea con todos los respetos que tampoco tengo nada en su contra y ambos nos conocemos sobradamente. Pregúntenle a cuantos directores, buenos directores – que serían los equiparables a los coroneles, comisarios, etc…-, ha cesado en sus muchos años mandando en la institución para poner a personas de su cuerda – léase de su confianza, que es el argumento que han utilizado ahora para cesar a este coronel: pérdida de confianza-. Y lo mismo que Angel Yuste – la derecha-, han hecho todos los demás que han ocupado el cargo, de director o secretario general, con personas procedentes de la izquierda o etiquetadas como de izquierda aunque no militaran en ningún sitio. No me digan que no miran la deriva política porque saben que la memoria es lo único que me funciona a la perfección y les doy una lista cuando quieran.
Si tú quieres durar mil años como director y jubilarte calentando el sillón, procura no hacer nada, que no se note que estás ahí, métete en el despacho y pon en marcha el “laissez faire, laissez passer” y serás eterno, porque si haces cosas, tarde o temprano te fulminarán que para presionar en ese terreno ya están los sindicalistas diciendo que “este tal y tal molesta a los funcionarios” ¿Quieren datos? Pregúntenle al yeclano De los Cobos. No conozco a ese señor porque los guardias civiles que trabajaban conmigo en los asuntos etarras, ya están jubilados, muchos de ellos como generales. No lo conozco pero me merece todo el respeto del mundo. He estado cuarenta años en esta historia y toda la vida, los cargos de libre designación, o sea de confianza, han sido cesados cuando al director general, secretario de estado o ministro de turno le ha dado la real gana. Si el Supremo se hubiera metido a revisar esos ceses aún estaríamos reponiendo a gente injustamente defenestrada. Bueno…injustamente no, defenestrada por el político de turno que tiene en su mano la libre designación. Pérez de los Cobos debe de ser el único que se ha negado a dar la información que le pide un ministro porque yo en cuarenta años no he conocido a nadie que lo hiciera.
Yo dimití como director de Palma de Mallorca el mismo día que el PP ganó las elecciones. Si no hubiera dimitido me habrían cesado porque ya me habían llegado los ecos de las maniobras del delegado del gobierno, que luego ha entrado en prisión por corrupción y ha sido uno de los terceros grados más exprés que conozco. Tan exprés como el de Carromero, el amigo de Esperanza Aguirre al que trajeron a cumplir – por homicidio imprudente en accidente de tráfico, creo recordar- desde Cuba.
Es común, entre los políticos – que persiguen esencialmente el poder antes que cualquier otra cosa- el afear conductas en los contrarios que ellos mismos llevan o han llevado a cabo repetidamente. Yo culpo por un cese cuando yo mismo me he hartado de cesar, por ejemplo. Yo culpo por ocultar o manipular una información cuando soy experto en romper discos duros a martillazos…y así sucesivamente. No hay nada nuevo bajo el sol. Lean El Príncipe de Maquiavelo porque ahí está todo escrito.
Volvamos a Martínez Zato – recuerden que estamos con la historia de las cárceles- y a su gran metedura de pata: la traída de los psicópatas de Huesca al módulo uno del Psiquiátrico Penitenciario de Alicante. Parto de la base de que a los malos, los revoleras, los motineros… – decidme si es mentira- todo el mundo quiere que los soporten otros. En prisiones es común “pedir traslado” para que, al que es un auténtico bicho, lo aguanten en otro sitio. Recuerdo a una señora, que iba de estupenda por la vida – una inútil integral, pero no diré el nombre- que solo quería proyectos con pres@s de veinte a treinta años, que no se drogaran, que quisieran ir a la formación permanente, que les gustara el teatro, limpios, que no fuesen conflictivos… Hombre, le dije para ganarme su enemistad eterna, a esos los queremos todos. ¿Quién aguanta entonces a los yonkis, los pendencieros, los que trafican, los vagos, los sucios y los liantes? ¿Te los ponemos también guapos y perfumados o esa exigencia no la contemplas?
Lo que quería ser un Sanatorio, lo que quería funcionar como una comunidad terapéutica – reconozco que Daniel Ramírez, además de psicoanalista enamorado de Lacan, era un idealista que creía en la bondad universal- quedó convertido en una cárcel corriente y moliente en la que dos módulos estaban ocupados por gentes extrañas, con delitos gravísimos muchos de ellos, pero a los que el psicoanálisis y la comunidad terapéutica no conseguían recuperarlos y a la que pedían destino gente que sabía que en el patio del manicomio había locos muy palizas pero menos peligrosos que los que pululaban en muchos patios de muchas cárceles – siento hablar así pero es lo que he visto-. Volvemos al artículo de la semana pasada: Daría cualquier cosa por ver un diagnóstico de cualquier psiquiatra en el que dejara claro que el paciente XXX, psicótico, esquizofrénico, trastorno límite de la personalidad… Se ha curado. No existe ese informe. Estos enfermos, medicados y tratados, pueden andar compensados. Mil causas pueden hacer que se descompensen y la preparen de nuevo. El apellido Penitenciario repugna al sustantivo de Hospital o de Sanatorio y eso ni Zato ni los posteriores lo han contemplado.
Todas las sociedades tienen que afrontar la atención y el cuidado de toda “la desviación” que generan porque lo contrario es nazismo. La Escuela Crítica de Criminología lo deja bien claro: la sociedad de la producción y del éxito, margina lo feo, lo enfermo, lo desviado y lo loco. Un loco, un delincuente, un trastornado molesta en todos los sitios y nadie quiere tenerlo a su lado. Tuve una gran bronca con un consejero de una comunidad autónoma al que acabé mandando a la mierda. Le decía que dos enfermos que cumplían la medida de seguridad tenían que volver a su pueblo porque yo, a mi casa, no me los pensaba llevar. Esos hombres – decía el alto cargo- no pueden venir aquí. Es cierto que nacieron aquí, pero ya hace veinte años que no viven en este pueblo. Evidentemente – respondí cabreado, más que Bono o Revilla si no los llaman un sábado a la noche de la Sexta- hace veinte años que no van por ese pueblo porque han estado en este psiquiátrico por haber cometido la barbaridad que usted sabe porque son locos y alguien tiene que aguantarlos. ¿O decretamos la pena de muerte para los Arropieros, los Escaleros, los que degüellan a sus madres o violan a sus hijas porque están locos de remate? ¿No claman las comunidades por tener las competencias en sanidad? Pues la enfermedad mental está de lleno en ese territorio sanitario y no en el carcelario. Así de claro.
No me voy a meter en más honduras porque no creo que sea el momento ni el lugar y me daría para varios artículos más largos que este, pero si una persona es un enfermo mental grave – ¡ojo con los peritajes interesados que he visto cosas bastante sorprendentes! Sorprendentes hasta el punto de que ante cualquier informe de lo que sea mi primera pregunta ha sido siempre ¿Esto quien lo ha pagado?-. Si una persona es un psicótico o un esquizofrénico grave y comete un delito acorde a su patología, su sitio no debe ser penitenciario. Miren los vascos, por ejemplo. ¿Cuántos enfermos mentales de Euskadi hay en los dos psiquiátricos de Sevilla y Alicante? Me gustaría saberlo. También me gustaría saber cuál es el porcentaje de enfermos mentales en las prisiones, aunque alguna idea tengo tras haber firmado durante años, en distintas cárceles, cuentas en las que iban muchas facturas de medicamentos. No estaría mal hablar, desde la estadística, de las recetas y el consumo de psicotrópicos medicamente prescritos en las prisiones. Dejémoslo ahí.
Los psicópatas, al poco tiempo de aterrizar en Alicante, la prepararon bien como correspondía a su cartel. Era el día de nochebuena de 1984. Yo era jefe de la oficina de régimen y ese día se trabajaba hasta mediodía. Daniel Ramírez – idealista y buena persona- entra y dice. Vente que vamos a llevar los regalos de nochebuena al módulo uno. Que recuerde íbamos el propio Daniel, Angeles López – magnífica médico psiquiatra y mejor persona también- un educador llamado Becedas y alguien más. Entramos al módulo cargados de espíritu navideño y de pronto, mientras volaban las sonrisas y los villancicos, vemos que dos individuos – Jaime Domenech y Martínez Lazo, he dicho que la memoria es lo único que me funciona bien- tienen cogidos por el cuello a Daniel y a la doctora Ángeles. Los amenazaban con un pincho carcelario hecho con una tubería o un grifo aplastados que sin filo, pero con rebabas, era bastante más peligroso que un cuchillo.
Nos mandan a todos quedar quietos y salen con el director y la psiquiatra hacia afuera, dejándonos encerrados en el módulo. No son profesionales y no se llevan los teléfonos – fijos, que los móviles aun ni siquiera se soñaban-. Avisamos y ¿Quién los esperaba en el control para solventar el secuestro? Dos presos que trabajaban allí como enfermeros con redención día por día. Pozuelo y Cárdenas -porteros de discoteca con dimensiones de armario ropero- , con un par de guantazos cada uno, resolvieron en un segundo lo que no supimos resolver los funcionarios. A los secuestradores – las cárceles son como una gran familia en la que uno se encuentra una y otra vez, en distintos sitios, a la misma persona- me los encontré siendo director de Nanclares. Allí no secuestraron a nadie. Nos conocíamos.
No fue esa la única que prepararon los psicópatas: vimos, a lo largo de varios días, que había algunos – psicópatas más indefensos y menos bravos- a los que les faltaba una o dos falanges del dedo meñique. ¿Habéis oído hablar de “El cajonero”? Nadie levantaba, no ya la voz, ni siquiera la vista en su presencia. Uno de los tipos más peligrosos que he conocido – y he conocido unos cuantos-. A él le achacaban las mutilaciones que, dicen, llevaba a cabo colocando el dedo pequeño en el marco de la puerta y dando un portazo – puertas metálicas de centro penitenciario-. Bonita y definitiva manera de zanjat deudas y ganarse el respeto y el pánico de los que le rodeaban.
Hoy creo que me he pasado. Baste decir, abreviando, que se fue Martínez Zato, de vuelta a su oficio de fiscal y llegaron Márquez Aranda y otro llamado Blanque Avilés. De ninguno de los dos se ha vuelto a saber nada. Su paso no significó ninguna revolución y ningún avance en las cárceles como quien vino después. Ese sí marcó un antes y un después.