“Crónicas desde la cárcel de Ocaña”. Columna de Manuel Avilés*, director de prisiones jubilado y escritor, para h50 Digital Policial
La literatura me tiene bastante apartado de la realidad. Bueno…no. A ver si me explico. Leo prensa, leo todo lo que cae en mis manos. Entrevisto a autores en mi programa de Onda Cero con la gran Luz Sigüenza, pero… paso cada día más de la farándula, de los encuentros sociales vacíos y de la tontería reinante. No puedo afirmar que no me esté volviendo an abuelo cascarrabias y antipático como esos que, en los artículos de H50digital, son estafados por señoras o señoritas que buscan la pasta fácil unida a las declaraciones de amor falsas como los efectos especiales que abrían el Mar Rojo a los israelitas en la película de Los diez mandamientos. Hoy, pásmense, no sé cómo no me había enterado, he conocido la muerte de un antiguo conocido, gran periodista y gran conocedor del País Vasco en el que tanto he vivido y trabajado.
No puedo decir que este hombre, muy buen periodista, fuese un gran amigo mío, pero sí que lo conocía y siempre se comportó como un caballero. Sabía muchísimo del País Vasco, muchísimo de ETA y de todos sus entornos. Cuando yo era de Director de Nanclares contactó conmigo varias veces, él buscaba una buena historia y sabía que en el Nanclares de los noventa había muchas. Los buenos periodistas siempre buscan buenas historias, sin mentiras ni exageraciones, sin invenciones ni enredos. También contactaron otras periodistas intrépidas – luego publicaron un libro sobre árboles y nueces- y yo me excusé ante sus preguntas diciéndoles: Cuando ese libro se pueda escribir, lo escribiré yo. Unos años más tarde, con Calleja, en una conferencia que vino a dar a Alicante, tuvimos ocasión de hablar largo y tendido sobre ETA, su devenir y su desguace. Él, como Antonio Asunción, me dijo que tendría que escribir algo sobre ese entramado porque “el conocimiento que de él se tiene en las cárceles, es distinto del que se tiene en otros ámbitos y eso es Historia de España”. Sabía – lo publicó Alvarez Cascos en una pregunta parlamentaria que hizo al Gobierno en el Congreso- que yo había visitado, por orden de Antonio Asunción y de Juan Alberto Belloch, a centenares de etarras en todas las prisiones españolas y en algún otro sitio y había elaborado informes pormenorizados de todas y cada una de las conversaciones mantenidas con ellos. Evidentemente mis viajes como funcionario – así se contestó la pregunta parlamentaria Cascos- eran pare informar de manera pormenorizada al ministro, sobre qué decían, qué pensaban, de qué se quejaban y qué esperaban de la vida y de la evolución política los etarras que se entrevistaban conmigo, que yo no iba a las cárceles, pagado con dinero público, a hablar del tiempo ni a cotillear sobre bobadas. Antonio Asunción, cuando su muerte era inminente – se murió ese mismo día- insistió: no es bueno que se pierdan en el olvido, o en algún desván de interior – yo deje allí más de dos mil folios de informes- , asuntos que tanto han importado al devenir trabajoso, doloroso y muchas veces atropellado de este país. Menos mal que la memoria le tengo impecable, aunque todo lo demás esté hecho una piltrafa. Se publicó hace dos años “De prisiones, putas y pistolas.El desmantelamiento de ETA en la cárcel” y, aunque el libro ha tenido mucho éxito, ha sido deliberada y políticamente silenciado en el País Vasco con el entente cómplice de peneuvistas, bildus y socialistas – estoy irremediablemente convencido-. No entiendo, aunque me alegre de su éxito, el impulso a “Maixabel” – la señora de mi amigo Jauregui, asesinado en Tolosa en el 2000- con los diálogos de etarras y víctimas. Todo eso fue propiciado por las primeras criticas de etarras a la banda que han sido calladas a conciencia y sus autores, Etxabe y Urrutia, siguen siendo estigmatizados como traidores mientras los demás, que han seguido su estela y sus calvarios difíciles, son considerados hombres de paz y andan metidos en los chollos nacionalistas, Otegui el primero. No me voy a cabrear que no es bueno eso para un anciano que, a lo único que aspira ya, es a entra en una cárcel pacífica, con un módulo de respeto y un vis a vis cada quince días, ya que el acceso a una residencia se está poniendo cada día más crudo.
En el capítulo anterior – no hablaremos más de Herrera de la Mancha- creo que dejé constancia de la situación convulsa y de serio enfrentamiento social y político que vivíamos a finales de los años setenta y principios de los ochenta. Había muerto Franco, pero el franquismo seguía rampante. Posiblemente hayamos ido demasiado deprisa y tengamos que dar un repaso a la historia de aquellos días.
El grupo andaluz Jarcha cantaba una creación que fue número uno de todas las listas de éxitos: “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra/ y hay muchas gentes que guardan aun el rencor de viejas deudas/ Dicen los viejos que esté país necesita palo largo y mano dura/ para evitar lo peor… Libertad, libertad, sin ira, libertad. Guárdate tu miedo y tu ira porque hay libertad”.
Adolfo Suárez – sin duda el mejor presidente del siglo XX y lo que llevamos de XXI, un presidente lleno de sospechas al inicio de su mandato porque venía del Movimiento, patrocinado por su Secretario General, el ministro Fernando Herrero Tejedor de quien siempre fue su mano derecha-, Suárez fue nombrado contra la opinión del bunker más fascista que prefería a Arias Navarro o a un militar, e intentó, durante todo su mandato, romper ataduras con el pasado y engancharse a la modernidad poniendo en marcha un país libre y europeo.
Las tramas más negras del fascismo seguían campando a sus anchas y, según algunas fuentes de la época, con cierta mano ancha del poder o de una parte importante de él. Suárez no podía controlarlo todo.
ETA, que había comenzado su actividad unos años antes, llegó a su punto álgido asesinando al Presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973. La Operación Ogro – la llamaron así por las pobladas cejas del militar- la aplaudió mucha gente porque veían en ella – veíamos- la eliminación del que parecía llamado a ser el continuador de Franco. Este, en el entierro de Carrero pronunció una frase oscura que nunca ha sido aclarada: “No hay mal que por bien no venga”. Los etarras Kiskur, Argala y Atxulo llevaron a cabo una obra de ingeniería admirable desde el punto de vista de la planificación y la ejecución: alquilaron un bajo, excavaron un túnel hasta el centro de la calle Claudio Coello, haciéndose pasar por escultores para no levantar sospechas por los ruidos – los porteros de las fincas lo saben todo- y obligaron al Dodge de Carrero a pasar por encima de la carga explosiva situando un coche en doble fila. Nadie se podía explicar este atentado, con tanta y tan difícil preparación, a escasos metros de la embajada de Estados Unidos. Nunca fueron juzgados por este asesinato al serles aplicada la amnistía de 1977. Argala fue asesinado por el Batallón Vasco Español en 1978, en Anglet – donde todos los vascos van a los supermercados a comprar quesos franceses- en respuesta al atentado contra Carrero. Más de una vez he oído que habría que escuchar a los americanos, con su embajada a pocos metros de la explosión, y que nos contaran todo lo que sabían de aquel atentado.
Años más tarde, con Franco muerto y con ETA matando casi a diario – cosa que no entendíamos si ya había democracia- un etarra llamado Juan José Echave nos sacó del engaño: Nosotros no somos antifranquistas, somos antiespañoles. Y a mucha gente se le cayeron los palos del sombrajo porque pensaba que ETA era realmente una organización que buscaba la liberación de la dictadura. En respuesta a ETA surgió en el año 75 otra banda terrorista de ultraderecha llamada Batallón Vasco Español que, “actuaban con cierto nivel de condescendencia” – decían y dicen- y respondía a las acciones violentas etarras con otras en el País Vasco y en el Sur de Francia, como el asesinato de Argala ya dicho. El Batallón se disolvió en el año 85 y, al parecer, alguno de sus integrantes se ubicó en el famoso GAL. A estos grupos se unían otros, que se llamaban de ultra izquierda e independentistas, como los Grapo, Terra Lliure, Exercito Guerrilleiro do Povo Galego Ceibe e incluso el MPAIAC canario de Antonio Cubillo. Un batiburrillo de luchadores, que se decían por la libertad, y que tenían al país de cabeza, dificultando hasta límites impensables el avance del Estado en pos de la democracia y la modernidad.
En enero de 1977, marcó profundamente la pretendida transición democrática, la matanza de abogados laboralistas que tuvo lugar en el despacho de la calle Atocha en Madrid. Unos pistoleros de ultraderecha, vinculados a Fuerza Nueva, Fernández Cerrá, García Juliá, Lerdo de Tejada y Francisco Albadalejo, buscaban a un dirigente sindical del transporte. No lo encontraron y asesinaron a cinco personas en el despacho de abogados laboralistas. Manuela Carmena se libró porque le habían pedido usar el despacho para una reunión y se trasladó a otro. Les recomiendo la lectura del libro sobre esa matanza de Atocha, de Alejandro Gallo, policía sabio e ilustrado y actual Jefe de la Policía Local de Gijón.
Conocí a estos terroristas en la prisión de Cartagena. Salvo a Fernando Lerdo de Tejada al que inexplicablemente, estando en prisión preventiva y en espera de juicio por estos cinco asesinatos, el juez Gómez Chaparro dio un permiso en la semana santa de 1979 del que, evidentemente, no volvió. A este juez, del Juzgado Central número 1, lo apartaron de la instrucción de este sumario tras la fuga dicha. Estos penados, en Cartagena – dirigida por uno de los directores más incompetentes que he conocido y he conocido muchos y lo digo como crítica política porque no tengo nada personal contra este señor ni sé si vive siquiera- vivían en una especie de “resort”, un modulo pequeñito para ellos solos, casi autogestionados y observando una conducta impecable. Lo dicho un “resort” pacífico para unos asesinos declarados. Lerdo nunca fue juzgado ni lo será, tras aquella fuga, porque creo que ya ha prescrito su causa. García Juliá, sin embargo, saltó hace algún tiempo de nuevo a la actualidad pues se fugó también a principios de los noventa – estando ya penado- y fue extraditado desde Brasil para cumplir el resto de la condena.
Una actuación similar fue la protagonizada por Emilio Hellín Moro, otro ultraderechista, que asesinó el 1 de febrero de 1980, tras secuestrarla, a Yolanda González. Usando placas policiales falsas, Hellín e Ignacio Abad, secuestraron a la chica que vivía en un piso de estudiantes en Aluche por el hecho de ser vasca y de izquierdas – ninguna relación con ETA como ellos argumentaban-. Le descerrajaron un tiro en la cabeza, tras interrogarla, en la carretera de San Martín de Valdeiglesias, un paseíllo en toda regla al más viejo estilo de la guerra civil. Les ayudó un policía que luego los delató al saber del asesinato porque “pensaba que solo querían obtener información de Yolanda, no matarla”. Fue condenado, el policía, a la ridícula pena de tres meses.
Hellín también vivía como un rey en el resort de Cartagena. Yo cuando llegué lo confundí con el maestro porque usaba una bata gris, estaba en la escuela, donde hacía y deshacía, y tenía “su” ordenador, un commodore 64, el primero que he visto en poder y en uso de un penado en una prisión española. Emilio Hellín ha sido noticia reiterada en los últimos tiempos y la prensa ha dado buena cuenta de él y de sus movimientos. En el año 87, aprovechando nuevamente un permiso, se fugó a Sudamérica donde vivió acogido por el régimen militar de Alfredo Stroessner en Paraguay. Una vez descubierto fue extraditado a España. No paró la polémica tras su vuelta pues, una vez en libertad, como el experto informático que es, saltó a las primeras páginas de los periódicos de nuevo por haber cambiado su nombre, Luis Enrique Helling, por trabajar para el Ministerio del Interior en actividades formativas, en asesoramiento técnico para recuperar datos de móviles y en volcados de información. Asombrosos contrato por el que habría que preguntar a aquel ministro que tenía un ángel de la guarda llamado Marcelo que era el que le buscaba aparcamiento, según decía.
En esta época de que hablo ETA y Grapo por un lado y las tramas negras de la ultraderecha por otro, trabajaban con ahínco en el mismo sentido: conseguir un golpe de estado que devolviera al país a la dictadura. Es una postura clave en todo terrorista. Si tiene enfrente a un estado violento y dictatorial puede justificar lo que llama “violencia de respuesta”. Ya sabemos de sobra que todos estos engendros -politicoides-militaroides-terroritoides- acaban más pronto que tarde en la cárcel y ahí se quedan una larga temporada. Por eso nos interesa su estudio.
Tengo muchos más recuerdos de esta época que no escribiré porque tampoco es cuestión de andar con nombres después de tantos años.
Creo que ha quedado claro el ambiente convulso de la España de principios de los ochenta. Se hacían veraces y cargados de razón los versos de Antonio Machado – cuyo hermano Manuel, por cierto, estuvo preso en la cárcel de Alicante un par de días solamente al comenzar la guerra civil-: “Españolito que vienes/al mundo te guarde Dios/ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”.
Las dos Españas, las ultraderechas, el bunker franquista y otras tramas negras, hacían causa común con terroristas que deseaban desguazar al estado, se llamaban luchadores por la libertad y pretendían crear estados libres, socialistas e igualitarios, desmembrando el país. Unos y otros querían, y lo buscaban con ahínco, un golpe de Estado que sacara a los militares a la calle, terminara de manera abrupta con la incipiente democracia, volviera a la nación a las cavernas y justificara sus acciones como violencia de respuesta a una violencia previa que el Estado ejercía sobre ellos. Todos los terroristas hablan de Estado opresor que ejerce violencia a la que ellos no tienen mas remedio que responder.
ETA seguía matando tanto como podía, fijando sus objetivos con base en la facilidad de ejecución y en su vinculación – fundamentalmente- con militares y fuerzas de seguridad o con quienes consideraba colaboradores de los mismos o trapicheadores de droga. El Grapo contribuía a la inestabilidad con menor potencia y menor arraigo social, pero contribuía. Las tramas ultraderechistas – léase Batallón Vasco Español y militantes de extrema derecha, como los Guerrilleros de Cristo Rey, por ejemplo- hacían lo que podían para responder y caldear el ambiente como, por ejemplo, dar palizas a algún “rojo” despistado y solitario, algún asesinato – Jorge Caballero a la salida de un cine en Madrid por lucir en la chaqueta un emblema de la CNT- y quemar librerías etiquetadas como comunistas. Podría dar una larguísima lista de atentados y muertos, pero tampoco iba a aportar gran cosa a este trabajo, baste – entiendo- con saber que era así como “estaba el patio”. Conocí a dos miembros destacadísimos de la ultraderecha mencionada – Iturbide Alcaín y Zabala Solchaga- que compartían resort y veraneo, con los asesinos de los abogados de Atocha, en la cárcel de San Antón en Cartagena. Zabala, al que luego reencontré en Nanclares me resumió en una sola frase los varios asesinatos por los que fue condenada la pareja: “Hicimos lo mismo que estaban haciendo ellos. Yo no voy a volver a caer en eso”. Ambos, Ladislao Zabala e Ignacio Iturbide, han fallecido recientemente y al primero le hicieron el oportuno homenaje los miembros del Hogar Social Ramiro de Ledesma en Madrid en el restaurante Los Cien balcones con nutrida asistencia de franquistas, falangistas e incluso carlistas. Calcados a los homenajes etarras en las Herriko Tabernas pero de signo contrario.