Son las seis de la mañana, el café sigue intacto encima de la mesa, antes del primer sorbo, Iñaki (nombre ficticio), ha decidido volver a echar un vistazo al mapa urbano de Bilbao. Con una agenda repleta de reuniones en diferentes sitios de la capital vizcaína, el jefe de la escolta, tiene que prepararse incluso las rutas que puedan llegar a improvisarse, aquí no se puede dejar nada al azar.
Antes de terminarse ese café que ya se le ha quedado frío, recibe una llamada del jefe de las contravigilancias, todo está en orden y en principio sin novedad. Toca revisar el arma, ponerse el abrigo, y echar una ojeada discreta por la ventana antes de salir a la calle. Los dos vehículos han sido comprobados de manera exhaustiva, aunque duermen en garaje, nunca está de más realizar otra comprobación antes de subir, y así evitar sorpresas explosivamente desagradables.
La mañana gris y lluviosa, la hacen muy desapacible. Estos días tan oscuros, limpian las calles de gente, y en cierto modo eso genera intranquilidad. Hace escasamente una semana, ETA adosó una bomba lapa en los bajos del coche oficial de un teniente coronel de la Guardia Civil en las inmediaciones del Cuartel de la Salve en Bilbao. A pesar de que el coche había sido inspeccionado en varias ocasiones por sus escoltas, al ser un artefacto de pequeñas dimensiones, logró pasar desapercibido al quedar oculto entre el depósito de combustible y el chasis. Increíblemente, aunque la bomba no llegó a explotar, si provocó una pequeña deflagración, lo que permitió que tanto los escoltas como el teniente coronel, se apeasen rápidamente del vehículo, logrando sobrevivir por los pelos.
Con ese suceso todavía en la mente, no quedaba más remedio, que respirar hondo y ganar la batalla que se jugaba cada día.
Pues bien, ese podría ser el inicio del día a día de cualquiera de los policías de la U.C.P. (Unidad Central de Protección de la Policía Nacional) que prestaba servicio de escolta a personalidades que eran objetivo de la banda terrorista ETA. Sobreviviendo a duras penas, y desde la dirección que les caracteriza, han jugado un papel fundamental en la lucha contra el terrorismo. Tanto los métodos de protección de personas, como los tendentes a la autoprotección, habían sido escrupulosamente aprendidos y entrenados, para posteriormente ser puestos en práctica en cada servicio con la personalidad asignada. Dedicación y profesionalidad a niveles altamente estresantes, pero siempre estando a la altura de la situación.
Las circunstancias y las dudas.
Hubo muchos momentos en los que pensaban, ¿dónde me he metido?. Lejos de su familia, “maldurmiendo” entre hoteles, cuarteles y algún que otro piso prestado de vez en cuando. Conscientes del riesgo que asumían, debían ser muy precavidos en cada paso que daban, solo se salía a la calle por trabajo o cuando era imprescindible por cualquier otra cuestión.
El tiempo para el ocio, estaba limitado a escaparse a Castro Urdiales, a Laredo, o a cruzar la frontera francesa con destino final Biarritz. En aquellos tiempos, frecuentar las capitales vascas era arriesgado, y hacerlo en los municipios más pequeños, estaba completamente desaconsejado. Una cosa tan cotidiana como repostar en una gasolinera, ya suponía que alguien supiese que eras policía, automáticamente quedabas marcado.
En territorio comanche, todo el mundo te ve como un enemigo, eres tú y tus compañeros, los que cuidáis unos de los otros. Como pasa en tantas otras facetas de la vida, también se aprendía de los errores, si entrabas a un bar y notabas miradas desafiantes, no volvías, y más, si cuando salías por la puerta y mirabas hacia atrás, alguien levantaba la mano simulando tener una pistola, y apuntándote directamente a ti, hacia el gesto de apretar el gatillo.
Esto que cuento, no me lo han contado, lo he vivido en primera persona, y no hace tantos años. A toro pasado, uno tiende a quitarle importancia a ciertas experiencias, llegando a pensar que aquellas situaciones, solamente eran el daño colateral que debíamos asumir aquellos que en su día tuvimos el encomiable cometido de proteger a quien se sentía amenazado.
Una coincidencia descabellada.
Resultaba paradójico, chocante y descabellado que la imperiosa necesidad de evitar constantemente el peligro, fuese del todo imposible, cuando muchos de los escoltas que residían temporalmente o pernoctaban de manera ocasional en el Cuartel de la Policía de Basauri, se topaban frente a frente con muchos familiares de presos etarras que cumplían condena provisional en cárcel de internamiento temporal, situada a escasos metros de aquellas dependencias policiales.
Muchos eran los domingos, en los que esos familiares de terroristas, en lugar de esperar su turno de entrada en las inmediaciones de la prisión, lo hacían sentados frente a las puertas de acceso del cuartel policial, para apuntar matrículas y reconocer caras de quién sería muy probable que se convertirían en futuros objetivos a abatir por los asesinos de ETA.
Un territorio enemigo.
En territorio comanche, indios y vaqueros procuraban evitarse. En territorio abertzale, a pesar de que los buenos intentasen evitar a los malos, la insistencia de éstos últimos por coincidir, hacía que la existencia en aquel lugar resultase asfixiante.
Estos discretos policías, aguantaron con estoicidad lo que se les ponía por delante, cumpliendo su cometido con valor y coraje hasta el final. Con muy distintas suertes, unos fueron regresando a sus ciudades de origen, otros formaron familia allí, y se adaptaron a vivir como pudieron en una sociedad intoxicada, y algunos por desgracia, murieron con honor y suma discreción.
A día de hoy para muchos, parece que aquello nunca pasó, pero el territorio comanche sigue siendo muy hostil para todos los que no se doblegan a tragar con las ruedas de molino que supone vivir en torno a la teoría errónea y equivocada del todopoderoso y único sentimiento abertzale.
“Por eso mismo, nunca hay descanso en territorio comanche”
DESDE EL ROMPEOLAS BRAU LÓPEZ MATAMOROS VENUS INFINITA