Así estamos en la política española. Sin la menor duda. Esclavos de Puigdemont y ayunos de cualquier idea de Justicia, de Estado de Derecho, de País y de Nación igualitaria. Siendo, como es el Principio de Igualdad, la base de cualquier estado justo, eso aquí se ha perdido, se ha ido por el desagüe. Hasta los de Podemos, que en teoría surgieron para proteger a los de abajo – acuérdense de los lemas del 15 de mayo de hace muchos años, cuando la acampada en la Puerta del Sol y cuando empezó a oirse el soniquete de si se puede, sí se puede, cuando decían que eran los de abajo e iban por los de arriba-. Los podemitas, que surgieron para proteger a los más débiles, se han cargado, votando con la derecha, el subsidio de desempleo de no se sabe cuánta gente. ¡Viva la coherencia de la izquierda instalada en Galapagar y en el coche oficial! Y luego ya podéis llamarme facha – el De Manuel y otros abuelos cebolletas- porque no me arrodillo ante Sánchez ni comulgo con las ruedas de molino que bendice Puigdemont en Waterloo.
A ver si soy capaz de hacer una mínima historia y nos aclaramos. Sánchez se arrodilló ante Puigdemont con el gravísimo asunto de la amnistía para conseguir los siete votos que eran imprescindibles para ser Presidente del Gobierno. Eso lo argumentaron con una gran mentira y la frase mágica fue: en política hay que pactar. No hay que reñir, ni insultar ni estar todo el día abroncándose, sino pactar. Ese es el arte de la política desde mucho antes de Maquiavelo, desde Platón por lo menos. Y, en virtud de esos pactos imprescindibles, se cargan el Estado de Derecho accediendo a amnistiar a todo lo que Puigdemont exige, empezando por los golpistas, los organizadores de graves disturbios, los que produjeron daños y los que malversaron dinero público con el famoso golpe de Estado de Octubre de 2017. ¿Fue en ese mes y ese año, que a mi el alemán Alzheimer, ya no sé si me está respetando?
Sánchez fue investido y ya pensaba que entraba en un camino de rosas que iba a durar cuatro años: soy presidente, nombro mi nuevo gabinete uniendo todas las sensibilidades y los poderes – ojo que se le escaparon los de Podemos, que salieron cabreados como monos- y…a vivir cuatro años vendiendo la moto de lo bien que va todo. Subimos las pensiones un 3,8 y tenemos contentos a los diez millones de vejestorios que no se dan cuenta de que la vida ha subido un 12 y las medicinas, los dientes, los pinganillos para la sordera y la viagra hay que seguir pagándola si no quieres ser más casto que aquel arzobispo de Zaragoza – hijo bastardo de Fernando el Católico- o aquel de Valencia – hijo bastardo del Papa Borgia- que fue el que le dio el título de Católico a Fernando-. Estos arzobispos de castos no tenían nada que en toda mi relación con esa ideología mendigante de poder que es la Iglesia, solo he visto casta a mi tía la monja, a Sor Aurelia y a mi mismo, acojonado durante siete años avisándome cada noche de la condenación eterna que me esperaba a la vuelta de la esquina, cuando yo ligaba menos que el chofer de Benedicto XVI y ni siquiera me la pelaba por el pánico a la condenación, a quedarme ciego y a que se me secara la médula espinal. Tantos años acojonados guardando la castidad y ahora resulta que no era pecado. Mecagoentoloquesemenea.
Estos principios de la Iglesia han cambiado. Los curas a mi me avisaban del peligro de las amistades particulares – nunca supe, entonces, a qué se referían con eso, parece ser que era al peligro de homosexualidad si intimabas demasiado con algún compañero-. Como en las cárceles, que me acuerdo recién nombrado Jefe de Servicios cómo un bujarrón se justificaba – sin pedírselo porque me importaba un bledo con quien se refocilara- diciendo: Don Manuel yo soy muy hombre pero aquí, por la falta, me tengo que buscar la vida. Aquellos curas – quien tiene hambre sueña con bollos- veían el peligro de las amistades particulares en niños de diez años, que no nos habíamos enterado todavía de esa película, cuando eran ellos los que andaban como los palos de un churrero.
No estábamos entonces para esas películas, que nos preocupábamos de pillar algo de comer en las puertas traseras de las cocinas porque desayunábamos un café con leche y una tostadas a las 8 y a las doce nos subíamos por las paredes del hambre. La homosexualidad – tengo tres o cuatro amigos que
lo son pero jamás me han pedido siquiera que les coja la mano- ha estado proscrita y amenazada con la Ley de Vagos, la de Peligrosidad, el pecado contra todos los mandamientos y ahora…. La ideología cambiante para sobrevivir, va el Papa y los bendice cuando en el colegio, los echaban a patadas ante el menor síntoma mientras los Reverendos Padres C.C y el Mobutu – así llamado porque había vuelto de las misiones de África- andaban todo el día jugando con niños en el sillón de su despacho con el cuento de la dirección espiritual. En fin, estos son mis principios y hasta los mandamientos divinos flojean si es preciso. No serán tan divinos. A lo mejor los ha inventado el sacristán Barbateja, ese que sale en 357 Magnum. Por ti me juego la salvación.
Volvamos a Sánchez. Se las prometía felices con su investidura y sus cuatro años en Moncloa y en el primer momento ya ha visto cómo su reino se tambalea. Es Puigdemont el que manda. Necesita aprobar tres decretos de cuya aprobación depende que Europa suelte diez mil millones de Euros en ayudas. Los de Junts dicen que no y empieza la negociación. Ellos ponen a un experto, Turull, perro viejo, licenciado en leyes y procedente de un partido con solera, el de Pujol que sabe mucho de pasta. Sánchez manda a un electricista – con todos mis respetos que las leyes están en los códigos y la electricidad es mucho mas difícil y traidora, y solo se ve cuando da calambre.
Todos con el alma en vilo y el último día los siete votos no salen o salen para abstenerse y Sánchez exclama: bien está lo que bien termina. De los tres decretos se convalidan dos porque el que hace referencia a los subsidios para parados se ha ido a la mierda por el voto de los podemitas. Puro comunismo defensor del proletariado.
Sánchez ha mordido el polvo en el primer embate ante Puigdemont y me cabrea porque yo querría que el Presidente de mi Gobierno, de mi país, no estuviera sometido a un delincuente prófugo por siete votos de mierda. Hay que cambiar la nefasta ley electoral.
Sánchez ha tenido que entregar las competencias de inmigración, una competencia clave para el Estado y que supone echar a la Policía Nacional de Cataluña. ¿Que pintan allí si la seguridad ciudadana la llevan los Mossos y la inmigración – esas cabinas de los aeropuertos para vuelos internacionales de países de fuera del espacio Schengen se las dan a los Mossos también? Siempre cabe la posibilidad de que pongas a un par de policías de adorno en el sitio.
Ha tragado por reformar la Ley de Sociedades de Capital para presionar a quienes se fueron de Cataluña con el golpe de estado – de las empresas hablo- para que vuelvan otra vez ahí. Incluso aporta – una vez más con cargo a todos lo que solo es para Cataluña- el coste de los descuentos que hagan allí por el transporte público. Y una vez más pone a funcionar la “legislación para el amiguete”. Lo mismo que reforma el Código Penal al gusto de Puigdemont se compromete Sánchez a reformar el artículo 43 de la Ley de Enjuiciamiento Civil – puro derecho procesal- por si acaso, la exégesis minuciosa de ese artículo hace peligrar la amnistía, elevando el caso a la Justicia europea, que es la madre de todo el cordero que aquí se está cocinando.
Y así estamos. Ni PP, ni Vox ni leches. Estamos arrodillados y a merced de Puigdemont y esto, yo que sigo siendo de izquierdas porque me resulta imposible ser de derechas, me duele enormemente. Se van a hacer puñetas los principios en beneficio del utilitarismo, como la Iglesia con la castidad cuando yo estaba en el colegio claretiano y ahora. Si mis principios no os gustan, tengo otros.
No tengo ganas de seguir con estos líos. Iba a hablar algo del Taller Literario de Novela Histórica que comenzamos ayer en la Universidad de Alicante y la Recepción que nos ofreció Don Biblio en la Biblioteca de los Libros Felices. Lo haré la semana próxima. ¡Ayyyy señor…llévame pronto!