Justo anoche comencé el libro POLICÍAS MUERTE EN LA CALLE de Ernesto Pérez Vera, y bueno yo soy muy especial para leer un libro, tiene que ser el momento perfecto, puede tirarse cualquier libro meses sobre la mesa o la estantería y verlo ahí muerto de risa, hasta que… y anoche era ese momento, esa cita entre él y yo, a solas, en silencio.
Llevo 24 hojas y mi mente funciona a mil por hora, enganchada leo a toda velocidad cada frase, es tan cercano que tiene tanta información que necesito recogerla toda enseguida, la noche avanza y ya he tomado papel y bolígrafo para apuntar las mil preguntas que rondan por mi cabeza.
Soy curiosa, me puede la investigación y por ahora ha tocado dos puntos que me interesan mucho, ver desde su punto de vista cosas que yo me pregunto muchas veces, ver las mismas carencias y eso que ya saben todos ustedes que yo no soy policía me inquieta la falta de medios, vocación y otras muchas cosas más que aún rodea el mundo policial.
Sigo leyendo…
Si, seguí leyendo mi mano apunta en el papel todas las preguntas que se me pasan por la mente, pero les aseguro que he tenido dos veces a reducir y modificar y saber cómo preguntar para que no hubiera unas doscientas preguntas; después de todo lo que he leído sobre tiro en galería, el estrés de perseguir y correr tras el fugitivo, he sentido yo también decir ¡Alto Policía !, podría jurar que el Oso de peluche de metro y medio que está conmigo en el sofá giró la cabeza sorprendido y no es para menos y sí, me vi ahí siendo la protagonista y tener mis pulsaciones a mil, y hay mil historias que compartir, mil intervenciones de compañer@s que a veces se cuentan cuando termina la jornada, cuándo el estrés pasa, cuándo todo está en calma, cuándo ha tenido un feliz final o una intervención limpia, en otras ocasiones sé que ustedes prefieren no hablar y quedarse con lo que sucedió dentro de cada uno.
Practicar cada día y entender lo importante que es para uno mismo y para su compañero, formarse, aunque cueste el dinero propio, instruirse en sus propias armas de fuego y otros materiales siempre por ser mejor y para satisfacer sus propias metas para saber y poder decidir en pocos minutos que hacer y afrontar una intervención que parece sencilla y al final acaban pues desenfundando su arma.
He aprendido mucha teoría tanta que mi curiosidad abrió paso a saber qué hace un instructor de tiro y es que el libro Policías Muerte en la calle – Anatomía del Tiroteo no tiene desperdicio ninguno, créame puede que en algunos levanten ampollas, pero es mejor que ustedes lean y juzguen porque aquí sólo es mi opinión y mi punto de vista, pero hay frases que yo escuchado mil veces y seguro que muchos profesionales también como …
Con el permiso de usted Ernesto les dejo a los lectores que aprendan que a veces no todo lo que se cuenta por mil veces que se diga tiene que ser verdad: “El machaque con la misma cantinela que terminas por creértela. Se lo escuchas a tantos veteranos, instructores y jefes, que acabas sucumbiendo ante lo que hoy ya sé que es categóricamente mentira.
De todas las leyendas urbanas ésta es la que corona la reluciente cúspide del monte de los mitos, la engañifa de que está prohibido ejercer la defensa a tiros cuando las agresiones son perpetradas con armas de filo.”
Dejo en sus manos el descubrir todo lo que ustedes no sepan que investiguen dentro de este libro y aprendan cosas que seguro tengo que a más de uno sorprenderá.
Y tanto leí de tiro en galería que se despertó ese gusanillo de siempre saber más que me puse a investigar cuánto vale sacarse el curso de instructor de tiro, pues si supieran lo inquieta que soy cualquier desafío entra de golpe en mi vida y voy directa a saber mucho más, aún recuerdo de niña tener entre mis manos la escopeta de perdigones que tenían mis hermanos y sentir el mini golpecito al disparar, evidentemente seguro que no es el golpe que he visto en otros vídeos y lo que sucede si no estas preparado, y un perdigón no es una bala, pero sé por experiencia que hace daño y que hace sangrar, si practiqué se lo aseguro tengo buena puntería en perdigones y a dardos, pero sin estrés cualquiera da a un cuerpo inmóvil incluso yo.
Las preguntas que le he hecho a Ernesto sobre su libro variadas y profundas como ha dicho él, pasan desde saber qué hacen los de Asuntos Internos cuando es el policía el que dispara.
La sensación de apuntar a otra persona con un arma sabiendo que la munición es real.
El entrenamiento Académico quizás muchas veces insuficientes, la falta de interés de muchos a la hora de formarse tanto en sus propias armas cómo en saber defenderse ante una pelea, y es sabido que hay muchos vídeos que circulan por las redes sociales que nos dejan sin palabras a MUCHOS profesionales que se ven agredidos y que terminan heridos como ha pasado hace dos días.
Le he preguntado sobre que arma prefiere si arma de fuego, bastón extensible o el taser, deberían leer les aseguro que el libro y esta entrevista no tiene desperdicio ninguno, que no es de cobardes seguir aprendiendo a formarse mejor, quizás algún día pudieran comprobar que les sirvió para salvar su vida, la de su compañero o cualquier otro.
Les dejo sin más con las respuestas de Ernesto, y espero que les guste tanto o más que a mí.
Hola Ernesto soy Amara Martín ahí estado leyendo tu libro que es bastante interesante, he aprendido mucho y me encantan esas críticas que para mí son constructivas supongo que a muchos profesionales del mundo policial no tanto, pero creo que tienes razón en muchas cosas sobre todo en la formación de la que carecen muchos profesionales y lo peor de todo es que lo saben.
Según iba leyendo me iba apuntando las preguntas para que no se me olvidaran, tengo unas cuantas te aviso con tiempo, quizás porque yo carecía de esa información, pero estoy segura que muchos están como yo, el otro día una conversación con mi padre a la hora de la comida, quién me iba a decir a mí que acabaría hablando de balas de punta hueca con él, me parto, pero sé que mi padre ya retirado hace años se siente valorado por eso soy sin duda su hija favorita.
Aquí le dejo las preguntas creo que va a salir bastante amplía más de las que ninguna haya hecho, pero lo dejo en sus manos que sé de sobra que sabe un montón de cosas.
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Sólo la palabra Asuntos Internos ya incomoda o me lo parece a mí cómo mera espectadora, si en una intervención cómo se cuenta en el libro el policía dispara, ¿Qué debe hacer Asuntos Internos?
Hola, Amara. Sobre tu primera pregunta, te diría que está un poco alejada del fondo del asunto que nos ocupa. No solo existe la Unidad de Asuntos Internos, sino que también está la de Régimen Interno. Cada una se dedica a una cosa y no todos los cuerpos poseen esta clase de equipos de trabajo. Ejemplo: los dos cuerpos estatales y los cuatro autonómicos sí cuentan con estas unidades o con una sola que abarca las dos competencias. Pero a nivel de los cuerpos locales o municipales, los cuales podemos cifrar en cerca de dos mil institutos a nivel nacional (sobre setenta mil personas), y todos independientes entre sí, tan solo las plantillas con muchos cientos o miles de policías cuentan con unidades de asuntos internos y/o régimen interno. Es por lo que creo que esta pregunta, responda yo lo que responda, no la comprenderán bien miles de lectores.
Además, te digo otra cosa, cuando utilizamos el arma de fuego contra alguien importa poco lo que estimen los compañeros y jefes de las antedichas unidades de investigación deontológica, pues la autoridad judicial será quien decida si se obró o no conforme a la doctrina jurisprudencial, conforme a la ley, conforme a los pronunciamientos del Tribunal Supremo. Si a nivel judicial el policía no recibe reproche alguno, creo que nada podrán decir o hacer internamente las instituciones policiales.
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¿Cómo es la sensación de apuntar a otra persona con un arma sabiendo que la munición es real, apuntar y saber que no es un simple entrenamiento cuando te juegas tu propia vida o la de otro compañero?
A esta pregunta respondería, así a bocajarro, que cada persona y cada caso es un mundo. Unos estarán o estaremos más nerviosos o estresados que otros en virtud de infinidad de factores, como el nivel formativo que se posea, la experiencia previa en situaciones similares, el entorno ambiental donde se esté desarrollando la operación y, por supuesto, los rasgos de la personalidad de cada policía. Lo que sí me atrevo a sostener con rotundidad es que ningún policía desea meterle un tiro a nadie, aun cuando la situación pueda indicar que hay que hacerlo. Los policías somos personas, seres humanos que experimentamos los mismos sentimientos que cualquier otro congénere sano de mente. Las personas mentalmente sanas no deseamos causarles daño a otras, aunque a veces, por desgracia, tengamos que hacerlo en base a lo que el ordenamiento jurídico nos impone.
Muchísimos de mis entrevistados para escribir “En la línea de fuego” (2014) y “Anatomía del tiroteo” (2019), libros, ambos, editados por el Grupo Anaya a través del sello editorial Tecnos, me reconocieron, y así consta en los dos volúmenes, que justamente antes de apretar el gatillo para disparar contra atracadores, traficantes de drogas, maltratadores e incluso contra dementes violentos con intenciones homicidas, desearon que todo fuese un sueño, una mala pesadilla; o que ocurriera algo en el último momento que les hiciera abandonar la imperiosa necesidad de abrir fuego. Pero no suelen existir ni hadas madrinas ni varitas mágicas.
No solo no queremos lesionar a otras personas, lo cual forma parte de nuestro “adeene” de humanos modernos, sociales y civilizados, sino que tampoco es plato de buen gusto tener que darle cuanta a la autoridad judicial del por qué nos condujimos amparados por el ultimísimo recurso defensivo, que es la utilización de las armas de fuego. Aunque comparecer dándole cuenta a los jueces forma parte del procedimiento lógico y natural de cualquier estado de derecho moderno y democrático, suele rondarnos por la cabeza la idea de que “y si me he precipitado y en realidad todavía no cabía la respuesta armada”.
Es del todo normal pensarlo. Nos han metido mucho miedo. Nos continúan metiendo demasiado miedo al empleo de la pistola. Y normalmente lo hacen sin razonamientos serios. Aun así, disparar contra alguien es algo muy serio, por lo que nos bombardeen o no con mitos y leyendas, es muy natural estar preocupado por el devenir penal del asunto.
Por suerte, y pese a la nefasta formación que en este campo recibimos el grueso de los integrantes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, la infinita mayor parte de las veces que los funcionarios armados españoles hieren o matan a tiros “escapan” bien en los juzgados. A pesar de que nos inoculan con la idea contraria, no es verdad que siempre nos condenen. Sucede, precisamente, todo lo contrario. Digo siempre, para más inri, que en muchas ocasiones los agentes no tienen ni que acudir a un juicio porque en la fase de investigación judicial o policial todo queda ampliamente dilucidado a favor de la respuesta policial armada. Otras veces se va a juicio por mor de acusaciones particulares y no porque el Ministerio Fiscal observe indicios delictivos en el uso de la fuerza armada.
Es muy penoso que algunos profesionales del sector “se instruyan” intelectual y jurídicamente en este asunto en base a lo que pronuncian titulares de prensa, en encabezamientos periodísticos sensacionalistas. La verdad de las verdades, la verdadera verdad, no se publica en los periódicos y en las redes sociales, sino en las legítimas resoluciones judiciales del Consejo General del Poder Judicial. Pero claro, es más cómodo y sencillo leerse un titular o un mal artículo de quinientas palabras que no una resolución judicial (sentencia o no) compuesta por decenas de folios.
Amara, la gente no sabe que no sabe. Y lo que es peor, cuando la gente se da cuenta que no sabe, casi siempre quiere seguir viviendo abrazada a la cálida, cómoda y peligrosa ignorancia. Dicho esto, que se salve el que pueda.
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¿Creé que el entrenamiento académico es insuficiente y poco real para las actuaciones de la calle?
No es que crea que el entrenamiento con armas de fuego es insuficiente y poco realista, es que lo afirmo y acredito en “En la línea de fuego” y “Anatomía del tiroteo”.
Muy pocos policías convencionales están adiestrados jurídica, técnica y tácticamente para utilizar con solvencia sus armas en casos reales. Considero policías convencionales a todos los que no pertenecen a unidades especiales de asalto, como son, por ejemplo, el GEO y el GOES en la Policía Nacional; la UEI y el GAR en la benemérita; y sus homónimas en los cuerpos autonómicos.
El papel (los temarios) y los entrenamientos reglamentarios lo aguantan todo, principalmente delante de una cámara de televisión, en el curso de una campaña propagandística. Lo digo de modo general, porque hay honrosas excepciones que muchos ni imaginarían. La calle, la vida real, es otra cosa muy diferente, por peligrosa que es. Conozco infinidad de casos de funcionarios que estaban altamente cualificados administrativamente, por ser instructores de tiro o tiradores selectos, que el día de la verdad, cuando la silueta de papel ahora era de carne y hueso y avanzaba con fines homicidas, no fueron capaces de hacer lo que dentro de la galería consumaban a la perfección recibiendo aplausos, felicitaciones y medallas.
Delante de un cartón todos somos más valientes y eficaces que delante de un “Homo sapiens” que evidencia obvias tendencias criminales inminentes. De todo eso, y de mucho más, versan mis dos últimos libros. En ellos narro y analizo, con todo lujo de datos y detalles balísticos, científicos, formativos y jurídicos, sucesos reales acecidos en la España actual. Para poder ser riguroso en mis pronunciamientos y exposiciones, me entrevisté con una ingente cantidad de supervivientes españoles, todos ellos componentes de institutos armados policiales. Sigo en la brecha y todos los meses me siento a hablar con compañeros que superaron desagradables trances a tiro limpio. Más que entrevistarlos, realmente los interrogo para conocer hasta el más pequeño pormenor de lo acontecido “dentro” y fuera de ellos.
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¿Por qué parece que un policía que desenfunda su arma ante una intervención complicada tiene un juicio mediático en la sociedad y luego otro policial?
En España, quizás siempre, pero sobre todo durante los últimos diez o doce años, cualquiera se erige en perito en el uso de la fuerza, en juez, en abogado acusador y hasta en fiscal. En la televisión, en la radio y en las redes sociales hasta el que no sabe escribir la palabra “ley” osa pronunciarse sobre qué cosa debieron hacer los policías y cómo debieron obrar y emplear los medios materiales reglamentarios, trátese de una simple porra, de la pistola o de un artilugio de impulsos eléctricos. Parece que los “todólogos” florecen por doquier en los platós, en los gimnasios, etc. Ponle a un burro un micrófono en los labios y se creerá doctor en Derecho Penal e instructor del FBI.
Si tanto policías como mandos y sindicalistas del ramo se pronuncian continuamente dado palos de ciego, al socaire de galones, siglas sindicales, destinos, cursos corporativos, titulaciones universitarias y/o deportivas, etcétera, ¡cómo no vamos a estar preocupados por la opinión pública!
Yo, que he sido colaborador de programas de radio y televisión, he visto y oído hablar a personas (sentadas a mi lado), tratando de sentar cátedra, que no tenía ni idea de lo que estaban hablando. Pasaban de hablar sobre la economía centroeuropea, a cómo había que entrenar a la Selección Española de Fútbol, pasando, como es natural, por decir qué debieron hacer o no hacer aquellos policías que aparecían en el vídeo casero protagonista del momento mediático. Vivimos un momento ideal para repartir a gogo pegatinas de “¡zapatero, a tus zapatos!”. Los mitos y las leyendas urbanas de toda la vida se propagan más en el siglo XXI que antaño. Sin base científica ni empírica, hay quien da por sentando lo que lleva oyendo décadas en los vestuarios y en las tertulias de barra de bares baratos. Es lo fácil, ¡por qué hacer lo difícil (ilustrarse)!
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Si tienes armas será para poder utilizarlas para defensa propia o para intimidad al sospechoso, actualmente la figura del Policía está siendo desproporcionadamente criticada, entre utilizar el arma de fuego, el Bastón Extensible o la nueva incorporación como el Taser, ¿usted cual prefiere?
Me propones varias armas, todas ellas de diferente naturaleza. Y me preguntas que cuál prefiero. La respuesta es fácil: ¡todas! Las quiero tener todas a manos, para emplear en cada momento la que mejor se ajuste a mi necesidad. Ante quien está fuera de sí partiéndolo todo (mobiliario urbano, por ejemplo) pero sin poner en grave e inminente peligro vital la integridad de nadie, no cabría el empleo de un arma de fuego. Las moscas no se matan a cañonazos, dice nuestro rico saber popular. Por tanto, ante este supuesto tan sucintamente expuesto habría que emplear la fuerza física o un elemento paralizante mediante “calambrazos”. Aunque pueda parecer que no, la utilización de un arma de impulsos eléctricos suele evitarle lesiones al sujeto objeto de la intervención policial. Pero esto en ningún caso supone que los Taser, u otras armas similares, sean la panacea que solucionará todos los problemas violentos graves. En modo alguno estas armas de letalidad reducida deben ser sustitutivas de las armas de fuego, como demasiados iletrados vomitan desde el más profundo desconocimiento, incluso cuando integran cuerpos de seguridad. No sería proporcional, en contra de un policía, que éste tuviese que defenderse con una herramienta no letal de un individuo que está empleando un objeto clamorosa o potencialmente letal. Lo dice el Tribunal Supremo. Solo hay que querer saber e invertir tiempo en ello.
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¿Aconsejaría a los policías a seguir formándose en el manejo de sus armas de fuego, creé que ir dos veces a la galería de tiro es insuficiente?
Acudir dos veces al año a practicar con las armas de fuego a la galería de tiro es del todo ridículo, se disparen veinte o cincuenta cartuchos en cada sesión. Así y todo, y siendo esta la media de la mayor parte de las plantillas policiales españolas de todos los cuerpos, hay unidades o plantillas que van menos veces y que disparan menos cartuchos. Incluso existen sitios donde los funcionarios no pisan un campo de tiro a lo largo de lustros. Décadas, en muchos casos que conozco y que se ocultan a la luz pública. Esto se niega, a gritos desde las administraciones implicadas, a poco que se insinúe con animosidad publicitaria. Mil veces he sido testigo de cómo se maquillaban las estadísticas y los libros de registro de utilización de las galerías de tiro.
Lo verdaderamente importante no es cuántas veces se asista a clases de tiro y de manejo de armas, que también (cuántas más veces, mejor). Lo que prima es qué filosofía se aplica durante el aleccionamiento. Qué se inculca, esa es la cuestión. Y quién lo inculca, claro. Los docentes de esto, como los docentes en todos los órdenes, han de ser ejemplares para servir de ejemplo ―valga la redundancia― y para transmitir seguridad y confianza. Los instructores deben crear un ambiente atractivo que no provoque rechazo. El rechazo a aprender sobre estos menesteres flota en los ambientes policiales. Es casi palpable.
Amara, esta especialidad formativa no es baladí, como en muchos sitios está considerada. Las armas de fuego salvan y quitan vidas. Para ello están concebidas y por ello las portamos. Ninguno de nosotros quiere segar vidas, empero a veces esa es la única forma de salvar otra. Y no entro ya en la mala praxis, en el mal uso o en el uso negligente que tantos accidentes produce anualmente en el seno de la comunidad policial. De esto último también hay mucho, si bien a la luz pública solamente emergen aquellos incidentes en los que se derrama sangre.
Suelo decir que, si le damos a un mono una pistola y cinco mil cartuchos para que los gaste durante un año, se convertirá en un mono que tira cinco mil cartuchos anualmente.
Pero en absoluto se transformará en un primate debidamente aleccionado sobre cómo desenfundar, sobre cómo empuñar, sobre cómo disparar y sobre qué dice el ordenamiento jurídico respecto a cuándo desenfundar y emplear el plomo como último recurso amparado penalmente.
Coincido con algunos maestros españoles que para mí son referentes, los cuales a su vez dicen más o menos lo mismo que otros extranjeros, en que lo ideal sería que los integrantes de las unidades corrientes y molientes consumiesen sobre quinientos cartuchos anuales, estratégicamente repartidos en sesiones mensuales. Y, como ya he sostenido muchas veces, basando los programas de adiestramiento en la realidad callejera, en la fisiología humana, en los datos empíricos, etc.
7. ¿Qué es la Jindama?
Me preguntas que qué es la jindama. Y me agrada que me lo preguntes, puesto que es un vocablo que empleo mucho. Es este un asunto sobre el que me extendí bastante en “Anatomía del tiroteo”. La jindama es el cague, el miedo, el susto, la aprensión, el pavor, el espanto, el rile… En definitiva, ese compañero que todos llevamos dentro en formato emoción. Esta emoción tan natural y primaria no desaparece en los individuos investidos del carácter jurídico de agentes de la autoridad. Las academias de policías inoculan muchas cosas, unas buenas, otras malas y otras tantas totalmente inocuas, incoloras, insípidas e insaboras. Pero en ningún caso inyectan intravenosamente fórmulas secretas al estilo de la película “Soldado universal”, protagonizada por Jean-Claude Van Damme y Dolph Lundgren. Si un policía te dice que nunca jamás ha sentido miedo, miente como un bellaco o es que es uno de esos “pagas muertas” que pululan por ahí soportando el peso de su mugrienta gorra.
Estoy refiriéndome, evidentemente, al pavor a perder la vida, no a que nuestros jefes nos pillen fuera de juego admirando escotes en un bar.
Si nadie quiere perecer entre las llamas de un incendio o sumergido bajo el agua, peor preparados estamos emocionalmente para morir por la acción directa, voluntaria y descarnada de un semejante. “La gran fobia humana universal”, así es como el afamado psicólogo y teniente coronel del Ejército norteamericano Davis Grossman denomina al susto que tenemos los animales de nuestra especie, a percibir la muerte de la mano de otro “Homo sapiens”.
Se hace urgentemente necesario que en los centros de formación se nos hable del miedo a morir, del miedo a que nos maten, del miedo a tener que matar para sobrevivir y del miedo a tener que matar para salvarles la vida a otras personas. Por duro que parezca, y no cabe duda de que es muy duro y áspero decirlo y sobre todo hacerlo, los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley debemos ser adiestrados para, sino queda otra opción, acabar con vidas humanas. Sé de lo que hablo, pues una mala madrugada tuve que disparar a bocajarro contra un traficante de drogas. Por suerte para él y su familia, no murió por los dos balazos que le di. Sé que suena a barbarismo, a exceso y a poco humano, pero deben “domarnos” para estimular nuestra voluntad de matar. Da miedo decirlo, lo sé, soy consciente de ello. Pero más miedo da que te maten o que maten al que va patrullando contigo porque nadie te habló jamás de que este día podría llegar en cualquier momento, normalmente de sopetón y sin avisos previos.