El turbio y angustioso 23-F

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Hace una semana que se cumplió el 40 aniversario del golpe de estado del 23-F, eran tiempos turbios a nivel político, social económico y también militar. El terrorismo de ETA no dejaba de mostrar su vil masacre asesinando semana tras semana a policías y guardias civiles, pero también a militares y civiles. Aunque el Partido Comunista llevaba legalizado más de tres años seguían las airadas reacciones de sectores del ejército e insurrectos civiles, todavía muy vinculados con el régimen franquista. Suarez, el gran transformador democrático, estaba siendo vapuleado desde fuera y dentro, lo que motivó su dimisión, aunque en realidad fue un cese pactado. Meses antes había mucho movimiento, reuniones incluso con políticos de renombre que sugerían un cambio, barajando toda clase de soluciones.

Ese día, me encontraba en Madrid en mi despacho en la calle Fernanflor, 10, 1º planta, edificio oficial, sede de los dos únicos Sindicatos policiales legalizados del Cuerpo Superior de Policía (Comisarios e Inspectores), Sindicato Profesional de Policía (SPP), abrumadoramente mayoritario, y Unión Sindical de Policías (USP), con Modesto García al frente. Mucho más tarde, se legalizarían los sindicatos policiales en la Policía Nacional y, todavía, mucho después, en la Guardia Civil, incluso con reuniones clandestinas en mi propio domicilio en Madrid. Así eran esos tiempos. Era el Presidente del SPP. Desde cualquiera de los dos balcones de mi despacho veía todos los días nuestro Parlamento. Casi le tocaba con las manos a la tan ansiada democracia.

Ese día fatídico tuvieron lugar muchos acontecimientos mayores y menores, según se vea, aunque sólo voy a referirme a dos sucesos llamados menores y a un acontecimiento que sí califico de gran relevancia. El  resto, lo dejo para el “Libro de mi vida”, que ya estoy redactando. Pues bien, en esa tarde mi secretaria me pasó una llamada urgente, era del entonces periodista de la Cadena SER Javier González Ferrari, que me preguntó por los acontecimientos golpistas y con voz de evidente preocupación me solicitó una rápida declaración, dado que le habían avisado que la Guardia Civil ya estaba subiendo a la emisora en la Gran Vía para prohibir su emisión, como así ocurrió. Realicé mi declaración en directo enalteciendo el orden constitucional y la democracia, además de tratar de tranquilizar a los ciudadanos, dado que la Policía estaba en su inmensa mayoría con la libertad y la democracia. Algunos libros sobre el 23-F han recogido dicha declaración.

El segundo suceso que me tocó vivir ese día fue cuando recibimos la visita del Comisario de Policía, jefe del distrito, de cuyo nombre no quiero acordarme, que venía acompañado por dos policías armados y a la vez atemorizados, los entonces llamados grises, que nos dijo que abandonáramos el edificio por orden de la “superioridad”. Mi contestación como presidente fue rotunda. No tenía autoridad sobre nosotros. Me contestó que esa misma noche dormiríamos en la cárcel de Carabanchel. Le dije “todo es posible, con fascistas como tú, pero, en ese caso, lo estaremos por haber cumplido con nuestro deber”. Después, hubo un grave incidente, que de momento me reservo, ya que intervino el jefe de mi secretaría, un inspector jefe de policía, cuya lealtad hacia mi persona y, por ende, a la democracia, quedó en ese momento fuera de toda duda. Al final, el comisario se marchó con sus obligados policías, aunque dijo que pronto volvería. Afortunadamente, nunca le he vuelto a ver. En ese momento, me acordé que mi mujer y mi hijo estaban en la casa de una amiga, curiosamente, hija de un Teniente General, por lo que, dadas las circunstancias, llamé a un inspector de policía de mi plena confianza, compañero y amigo donde los haya, para que los recogiera y los llevara a nuestro domicilio. Dentro de la angustia, me encontraba aliviado. Al menos, mi mujer y mi hijo estaban por el momento protegidos.

El tercer episodio, este sí de gran calado, es mi percepción personal por vivida de quién fue la persona clave para impedir que el Golpe de Estado no triunfara. ¡No lo dudo! ha sido D. Francisco Laína García, Director General de la Seguridad del Estado, Presidente de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios, que asumió la Jefatura en funciones del Gobierno, secuestrado en el Congreso de los Diputados. Leyó una decisiva declaración la noche del 23-F, aunque no tanto como la del Rey en la que también intervino, pero tranquilizó a la población sobre el control militar de la situación. Habló con Tejero, Armada y otros muchos, aunque no fuera fructífero su resultado. Y, en esas horas decisivas para el devenir de nuestra democracia, nunca se separó del Rey. Fue más que un Consejero. Fue una pieza clave en el desarrollo de los acontecimientos para evitar la catástrofe del retorno a la Dictadura. Fue el héroe intencionadamente oculto, que por unas horas trascendentes dirigió y preservó nuestra democracia, nuestra libertad, siempre al lado del Rey. Un demócrata implacable e imprescindible, junto a Suarez, Mellado y su Gobierno, con Felipe, Fraga y Carrillo, entre otros. Todos juntos hicieron posible el regreso a la libertad, el retorno de la democracia a nuestro país, a nuestras instituciones, a nuestros cuarteles, a la Guardia Civil y a la Policía, que no dieron un paso atrás. El triunfo fue para el régimen del 78, con su Constitución democrática aprobada por la soberanía popular, de la que hoy algunos reniegan y han vuelto a ultrajarla con otro golpe de Estado, el del 1-O de 2017 en Cataluña, que le está saliendo de gratis.

Esta es nuestra España, pero, ante la pasividad, ignorancia o complicidad de muchos, todavía nos queda nuestro Rey Felipe VI, que en el 40 Aniversario del 23-F dijo “La erosión de la democracia pone en peligro las libertades”. Tomemos buena nota, especialmente en esta pandemia, que tantos reyezuelos autonómicos enquistados en el poder están aprovechando para sus recónditos intereses.

Autor: Manuel Novás Caamaño | Abogado

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