Los estadios de fútbol se han convertido en un nido de racismo, de insultos y violencia. La idea del eslabón perdido de Darwin se ve reflejada en ese aficionado que paga su entrada para insultar y dar voces.
Se trata de un espécimen homínido que no ha completado su evolución o adaptación social de forma correcta y, amparado en la masa, grita como si le fuese la vida o el pago de su hipoteca en ello.
Es un racismo de idiotas. Si en este caso Vinicius vistiera la camiseta del Valencia (o de cualquier otro club en cuyo estadio también haya sido insultado), sería adorado por quienes ayer le insultaban.
El objetivo del racismo históricamente ha sido la creación de un patrón ficticio para mantener la supremacía de un grupo sobre otro. Esta supremacía genera beneficios al sector social que impone. Las sociedades racistas obtenían beneficios de tipo económico, explotación sexual… o de otra índole. Convertían en verdaderos esclavos a los señalados como inferiores.
Hoy las cosas han cambiado tanto que se practica este racismo de idiotas, de aquellos que van a un campo de fútbol a gritar cánticos despectivos a una persona acomodada que trabaja en un sector que le aporta grandes beneficios económicos y que recibe parte de ese dinero de las entradas que pagan los nuevos racistas. Idiotas que, salvo machacar a su objetivo, no obtienen absolutamente ningún beneficio. Caso extraño.
Gedeón Pérez
A cada rodada fora de casa uma surpresa desagradável. E foram muitas nessa temporada. Desejos de morte, boneco enforcado, muitos gritos criminosos… Tudo registrado.
Mas o discurso sempre cai em “casos isolados”, “um torcedor”. Não, não são casos isolados. São episódios… pic.twitter.com/aSCMrt0CR8
— Vini Jr. (@vinijr) May 22, 2023