Estoy en Zaragoza, pasando más frío que el que se perdió en el ártico, aunque menos que estos días atrás en León, donde la temperatura máxima que he disfrutado ha sido 0 grados. Ya saben, ni frío ni calor.
Las viejas amistades son un tesoro y aunque yo, últimamente y con motivos, no creo casi nada en la Justicia – el Estado de Derecho está desguazado y el Principio de Igualdad también- solo hay que tener una pequeña muestra: tengo una noticia de primera mano. Una letrada, defendiendo a una señora e intentando usar todos los ardides posibles, afirmó en sede judicial: este señor es un enfermo mental genético porque su padre y su hermano son también enfermos mentales. Hay un truco – sucio e inadmisible, usado por algunos abogados- que es afirmar que todo lo que dicen lo es en términos de defensa. Eso es como una vacuna contra no se sabe qué pero que surte efecto en ocasiones en que el juzgador no está por la labor de hacer que impere la justicia. Hay que pedir permiso al magistrado que oye la injuria, conforme a la Lecrim que lo prescribe en su artículo ochocientos y pico. Ya verán como a mí me empapelan por esto, ya verán porque como no soy mujer, ni trans, ni me he afiliado a la lgtbi, ni soy no binario y además he hecho la mili entera, pues estoy en situación de inferioridad. A Esta letrada dice esa frase injuriosa sin parte médico ni peritación psiquiátrica – saben que las injurias y calumnias quedan sin efecto si se demuestra la verdad de lo afirmado- y no pasa nada, porque lo dice una mujer defendiendo a otra mujer. Feminazismo a tope. El señor injuriado usa ese artículo de la Constitución tan prostituido como otros tantos, el que consagra que tenemos derecho a la tutela judicial – y pone una querella porque él no ha ido jamás al psiquiatra, no hay un solo informe pericial en el que la letrada – de enorme prestigio- base su afirmación injuriosa, porque que ha sido un trabajador ejemplar y ahora es un anciano igualmente modélico. Pide condenar a esas dos elementas por injurias graves. Como afirma con claridad el articulo 208 del código penal. ¿Qué contesta su señoría? Que no hay caso, que eso y nada es lo mismo. O sea que si yo – humilde ciudadano, nada de abogado de prestigio ni pollas en vinagre – digo que esa señora ejerce la prostitución en locales de alterne de Atalaya del Cañavate – siendo mentira- no pasa nada, se puede decir y no pasa nada. ¿Dónde esta el Estado de Derecho?
La Audiencia, en el recurso, dice que el perjudicado, el ofendido, el injuriado, el que exige la tutela judicial de que habla la inservible constitución – revisemos los actos públicos de los últimos tres meses para estar de acuerdo con este calificativo- si quiere rascar algo en ese asunto, tiene que salir echando leches hacia la vía civil y no condena en costas. Por algo será. Nos cargamos de un plumazo y sin intervención del legislador el articulo 208 del Código Penal que dice que es injuria la expresión que lesiona la dignidad de otra persona menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación y lo mandamos al Código Civil que, cuando yo estudiaba derecho – algo que no sirve para nada- es el que regula las relaciones más diarias de los hombres. Injuriarse, partir de ahora, es una relación diaria, ordinaria, común y corriente.
A pesar de esto – me despacharé a gusto en fin de año y que me expolien, me encarcelen y me quiten la pensión después de cuarenta años jugándome el pescuezo, lean las Memorias de Juan Alberto Belloch que da fe de ello-, a pesar de esto digo, tengo muchos amigos jueces y fiscales honestos, sensatos, razonables y justos. He quedado, invitado por él, en una placeta cercana a la Virgen del Pilar. Inevitablemente, dos abuelos cebolletas no pueden sino contar historias propias de su condición.
¿Te acuerdas – pregunta él- la noche de perros que pasamos en Nanclares en el verano del 92? Como la memoria es lo único que me funciona bien – lo demás todo fatal, métanme en la cárcel y me ahorraré lo que gasto en pastillas para la tensión, para los glóbulos rojos, los pinganillos para la sordera y los arreglos dentales, la Viagra para la impotencia y las resonancias magnéticas para los achaques que aquejan a los abuelos en esta edad. Ni en la cárcel nos quieren ya porque hasta ahí somos un estorbo, un gasto que no se amortiza.
Claro que me acuerdo de aquella y de otra noche. Te lo cuento punto por punto – los vapores del tinto de Cariñena aun no han empezado a surtir efecto-.
En aquellos años estaban a punto de celebrarse las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla. ETA, que ya no actúa como quiere revivir continuamente la ultraderecha, tenía puesta su mirada en esas fechas para alcanzar con su “ekintzas” – léase fechorías o atentados graves- un eco universal porque el mundo entero se fijaba en España por esos eventos universales. Todos – policía, guardia civil, prisiones, etc…- estábamos en alerta ante posibles trastadas de la banda terrorista. Entonces cayó un comando difícil de identificar porque pocos imaginaban a franceses metidos en ese berenjenal. Cayeron cuando iban a Sevilla los miembros del Comando Argala – nombre debido al etarra que mató a Carrero- y cuyo integrante más famoso era el psicópata desalmado Henri Parot.
Entonces crecían también los Fies, grupo de presos peligrosísimos que pusieron a la institución contra las cuerdas, organizando motines salvajes, secuestros, y asesinatos dentro de las cárceles. En un traslado, cuando andaba el autocar de la Guardia Civil por las calles de Valladolid, un preso ultra peligroso, que luego ha sido santificado porque esta sociedad es así de idiota, rompió el suelo del autocar y hubo una fuga masiva. El líder, un tal Garfia, estuvo varios días escondido en los juncales del río Pisuerga y consiguió huir casi definitivamente y seguir con su carrera delictiva, con algún asesinato añadido. Algunos de esos FIES, acabaron en Nanclares de la Oca que no tenía la infraestructura necesaria para albergar a gente de tal calaña. Un día infausto – fiesta de la Virgen del Carmen, que esa tarde no me protegía- iba yo con mi novia, el amor de mi vida, la que juraba amarme más que al resto del universo y hasta el último suspiro – mentira- . Iba a comprarme una camiseta de Adidas que me había gustado, huyendo de la escolta policial que De Juana Chaos y sus compinches habían obligado a ponerme porque estaban empeñados en darme un tiro en la nuca conforme a su estilo. Iba romántico y enamorado – lo más cercano a la enfermedad mental de que hablaba la ilustre letrada que no ejerce la prostitución en Atalaya del Cañavate porque yo no quiero injuriarla-, ajeno a lo que se estaba cociendo. Suena el busca porque no había móviles, bendito sea el señor.
Mensaje escueto: Urgente, director. Llame al centro. No había móviles – bendito sea el señor- y llamé desde la tienda, donde la camiseta quedó sin comprar. Un grupo de Fies, habían secuestrado y subido al tejado para asesinarlo en público al joyero Federico Venero, un santanderino chivato y delincuente, integrado en la que se llamó la “Mafia Policial de El Nani”. Ahora nadie lo recuerda pero nos tocó bailar con las más fea del baile, del pueblo, de la provincia y del continente.
Los gritos de Antonio Asunción se oían sin necesidad de teléfono. Arregla eso como quieras, pero arréglalo ¡Hostias! . Un lumbrera sugirió que se rodeara la prisión de colchones – habrían hecho falta varios millones- para evitar lo que parecía la muerte cierta del joyero chivato.
Se reunió un gabinete de crisis del gobierno porque temían que, si el joyero era finalmente asesinado precipitándolo desde el tejado, culparían al gobierno de eliminar un testigo fundamental para tapar la mafia policial, que fue condenada por beneficiarse de los atracos que perpetraban otros chorizos y cargarse al tal Nani que les dio nombre – ver, si queréis mi libro “De prisiones, putas y pìstolas” donde hay algo de eso, una novela mucho más que negra-.
Noche toledana. El gobernador civil acojonado, yo también. Aquella novia enamorada huyó sin que nunca más supiera de ella – una mujer inteligente, además de guapísima, si es que eso se puede decir sin ser procesado por acoso-. Los presos campando a sus anchas con el joyero arrastrado por el tejado de la cárcel y yo con la guillotina en mi pescuezo a punto de caramelo como en tiempos de Robespierre.
Toda la noche pelando la pava con los secuestradores a ver si se aburrían y soltaban al chivato- les ofrecí llamar a la Juez de Vigilancia, al Juez de Guardia y al Fiscal Jefe de la Audiencia.
A la Juez de Vigilancia – Ruth Alonso, magnifica juez, extraordinaria persona- no – dijo el líder, un sinvergüenza llamado Pedro Vázquez- no que esa es su novia. Pobre, que se había casado ese mismo verano. Vino el Juez de Guardia, Francisco Picazo, actual Magistrado Presidente de la Sección Sexta de Zaragoza que es el que me ha invitado a comer a cambio de repasar las historia del abuelo cebolleta, y Alfonso Aya, fiscal jefe de la audiencia de Vitoria, hoy en el Supremo. Nunca agradeceré bastante a ambos su ayuda porque yo buscaba blindarme con su presencia. Sabía que no podrían hacer nada porque conocía a aquellos cabrones, pero sabía también que ellos serían testigos porque luego, en el juicio, los delincuentes mentirían como bellacos.
Recordaba la frase lapidaria del profesor de penal, gran magistrado llamado Rafael Bañón, que decía: Cuando me pongo la toga para entrar en sala siempre voy cantando para mis adentros, vamos a contar mentiras, tralará.
Dos años más tarde, en el juicio, el presidente del tribunal, Juan Saavedra, hoy también en el Supremo, me preguntó: ¿Quiere usted un biombo para ocultarse y que los acusados no lo vean? Por favor, señoría, respondí con el acojono que me caracteriza, me conocen de sobra y yo a ellos y a muchos más en todas las cárceles de la geografía española. No voy a esconderme a estas alturas.
Sigue la comida y sale a escena la fuga de “El Pastilla” de Meco (foto en portada, así ayudamos a buscar). Los periodistas se han lanzado a ver pagos a funcionarios. Dejémoslo – sin conocer el caso más que por los medios- en simple dejadez o vagancia. Hubo una parecida en el psiquiátrico de Alicante hace años. Un interno se pegó a las puertas y fue saliendo hasta Murcia. Uno de los vigilantes, preparaba no sé qué estudio histórico y ni miraba cuando, para no levantarse a apretar el botón, pulsaba los de apertura con el palo de un cepillo. ¡Qué laboriosidad!