El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, continua con su plan de lucha sin tregua contra los pandilleros. Continuando con su protocolo antiviolencia y avalado por la opinión pública de un país asolado por el crimen, el Gobierno ha ordenado destruir las tumbas de pandilleros muertos para que no haya ni rastro de ellos en todo el país.
Esta medida, ha causado polémica a nivel internacional difícil de entender por poblaciones de terceros países que no han sufrido directamente la extrema violencia de estos clanes. Esta vez, Bukele ha reclutado a un grupo de presidiarios que ayudados por funcionarios de prisiones tienen la misión de destruir las tumbas de pandilleros.
Los equipos humanos armados con mazas han irrumpido en los camposantos donde reposan los restos de muchos pandilleros fallecidos y han destrozado lápidas evitando así que se conviertan en un ‘templo’ al que acudan otros pandilleros en activo para venerar a aquellos que ya no están. En las imágenes difundidas por el Gobierno salvadoreño se observan varias personas destrozando las tumbas con martillos, casi como si estuvieran demoliendo un edificio, y buscando que no quede ni rastro de las lápidas que conmemoran a los pandilleros muertos.
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El objetivo de Bukele desde que entró a dirigir el país ha sido erradicar de raíz y sin contemplación la oleada de violencia callejera sembrada por las pandillas que se ha convertido en uno de los principales problemas de la población de El Salvador. Su viceministro de Justicia, Osiris Luna, ha lanzado un nuevo aviso a los violentos: “En este país, las pandillas ya no tienen cabida”.