Es evidente la violación y la parafilia y la perversión están en íntima conexión. Es un impulso irrefrenable y repetitivo y que no es una conducta aislada. Es evidente que conlleva salidas y hechos, al principio justifica, de abandonos del hogar o dedicación a su familia.
Sus mentiras y fabulaciones son continuas de cara a una coartada. Su familia es ese escudo protector en el que se siente amparado después de sus conductas aberrantes . Por ello y, como sucedió, sólo confesó cuando creía su mujer le había delatado o abandonado. De todos modos, si no existiese una nueva víctima, que si consiguió gritar y salvarse, no se sabría del hallazgo de Diana Quer .
Sus acciones van siempre caracterizadas por una ritualización, a veces fetichismo como excitación con el olor de prendas íntimas. Es totalmente creíble la agresión sexual y posterior agresividad.
Acaso durante la violación a sus víctimas también haya un componente sádico de violencia. En casos he conocido por mi profesión, las parejas de afectados por este desorden sexual, hablan de apatía y nula existencia de relaciones sexuales en pareja porque desaparece el componente de amor y sentimiento. Se trata de cazar a la presa, una y otra vez, de someterla y humillarla.
Así supera por un instante ese exacerbado complejo de raíz, sus traumas infantiles. Conseguir a la fuerza lo que por su carencia de atributos personales jamás alcanzarían. Tienen un mismo perfil de víctimas y no me ha extrañado la afirmación de un amigo de El Chicle de su preferencia por chicas jóvenes, morenas y guapas.
Tampoco me extraño el uso habitual de estos depredadores de prostíbulos ya que es un rasgo habitual la apatía en pareja, excitándole sólo conductas perversas. Uso también de perfiles falsos en redes para captar la confianza de adolescentes, acaso con rebeldía y enfrentamientos familiares y que se confían a quien no deberían.
La actitud con Diana Quer es imperdonable de principio a fin con gravísimos hechos antes, durante y después. Por supuesto nada fruto del azar o el accidente sino de la MALDAD con mayúsculas.
Pilar Enjamio. Psicólogo