Hace ya algunos meses que me decidí. Al principio me llamaba la atención, me parecía un trabajo atractivo, un trabajo en el que se puede ayudar a los demás, que a fin de cuentas es lo que considero más importante, por eso comencé a estudiar.
Sabía de la dificultad de lograrlo, pero aún así terminé por iniciar la ruta. Es muy bonito lo que estoy viviendo, estoy conociendo a muchas personas, personas de las que merecen la pena. Aquellas, que pese a que trabajan con la misma intensidad que tú día a día para lograr su deseo, están para ti en lo que necesites, acuden a tu llamada de auxilio cada vez que ésta se produce y te tienden su temblorosa, pero resistente mano, llegado el caso de que la necesites.
Solo por esas personas ya merece la pena. Jamás imaginé la dureza de la que me habían informado. Jamás hubiera pensado la de repechos que tocaría subir, los pinchazos a los que tendría que hacer frente y que más de una vez pondrían mi paciencia al límite, ese límite entre el continuar o dar la vuelta y emprender otra ruta.
Nunca hubiera pensado que mi vida se iba a mover por las proximidades de la obsesión, esa obsesión por dar lo mejor de mí, por seguir esforzándome hasta sentir que casi no puedo más, por sacar fuerzas de donde a veces no quedan, por no parar de hacer tests hasta la extenuación, por no quitarme de la cabeza la barra, el circuito o la Constitución.
La obsesión por no entrar a tiempo en el 1000, el miedo a la entrevista, pero gracias a todos aquellos que en el fragor de la batalla me acompañan en pos de la victoria final, he podido aprender que quien nunca se rinde, nunca fracasa, que un verdadero compañero de azul, lo da todo por ti, incluso antes de lograr enfundarse el uniforme.
Esa es la magia de estos colores, que aún antes de conseguirlo ya logra unir a las personas. También he podido aprender, que un sueño no se rompe hasta que desaparece de la mente de su dueño, porque mientras esté ahí, porque mientras haya ilusión de hacerlo realidad y mientras sigamos peleando por él, éste seguirá vivo, por más que en algunos momentos parezca adolecer de salud.
Pero que no lo den por muerto, porque aún sigue en tu mente y no hay nada más poderosa que ella, capaz de hacer realidad tus ilusiones, capaz de convertir en posible lo que parecía improbable, capaz de mover montañas y capaz de trazar caminos que parecían intrazables.
Es ese poder de tu espíritu, esa chispa, esa llama de ilusión, la que siempre debes mantener viva y para ello, además de sólidos propósitos y de tu confianza ciega en ti, no te olvides de los que te acompañan, de esos que logran que el dolor se disipe, de aquellos que comparten contigo la rudeza del camino, de aquellos que entienden lo que sientes, de aquellos que te desvían en ocasiones de tu psicosis y te hacen recobrar la senda del equilibrio y de aquellos que con su empujón te darán el impulso necesario para lograrlo.
Da igual si son tu familia, da igual si son opositores como tú, si son futuros compañeros de azul, pero sigue junto a ellos, sigue contagiándote de lo que te aportan y sigue dándoles lo mejor que puedas aportar, porque solo así te convertirás en mejor persona, solo así, podrás contagiar lo bueno que llevas dentro y solo así, podrás contribuir a crear un mundo mejor, que en definitiva, es lo que todos deseamos.
José Reyes, autor de La batalla de tus sueños