Podrían estar patrullando, trasladando un detenido, colaborando con Policía Local, con una ambulancia psiquiátrica, explicando a un superior su salida de zona por aquella moto que, dicen, se les dio a la fuga… o buscando al chorizo que el juzgado puso ayer en búsqueda y que saben que a esta hora frecuenta tal zona…
Pero pongamos que están tomando un café, también tienen derecho, no?
Están en ese bar del polígono, un poco escondido pero desde donde llegan pronto a cualquier zona de la ciudad cuando sale una llamada de emergencia, una guarida discreta donde también pueden ver 45 minutos de un partido si, con un poco de suerte, nadie los requiere en una noche de Champions.
La camarera es latina, una curranta muy amable que juega al coqueteo con su clientela casi exclusivamente masculina. Todos se lo creen, o se lo quieren creer.. ese es el juego aceptado en el lugar. Y jamás pasará de ahí.
Cuando va a servir los cafés a nuestros policías, la Sala del 091 les regala la tercera llamada de la tarde.
- “Zeta 20 para H50”
- “Adelante H50”
A partir de ese momento todo puede pasar: esa alarma falsa que los gatos hacen saltar un día sí y otro también, una violación, un robo, un hombre drogado con un cuchillo, un accidente de tráfico, un caballo suelto por la carretera, un niño que ha pegado a su madre, un padre que se ha ahorcado o que está encaramado en un puente, un anciano desorientado, un incendio, un infarto…
Para lo que les venga no habrá medios apropiados ni tiempo. Eso ya lo saben, ni protocolo concreto ni otra intervención igual. Habrá que improvisar para resolver la situación… otra vez.
Y luego serán escrupulosamente juzgados por lo que sea que hagan… Llegarán sin información previa, ni formación de bombero, ni de médico, ni psiquiatra, ni juez, sin ser piloto de carreras, ni un profesional de las artes marciales, ni entreno suficiente en tiro, sin conocer todos los idiomas, sin ser socorristas… y sin tiempo para pensar y disertar sobre cual sería la intervención ideal en un despacho tranquilo o un plató de televisión. Poniendo, además, en riesgo su físico, su carrera y su libertad. Y con opinadores y videocámaras en su espalda.
Y lo peor de todo… ¡sin ese café! que ya les estaba sirviendo la camarera mientras dejaba caer su mirada tras unas pestañas eternas. Y la falta que les hacía. El café, digo. Que menuda tardecita llevan.
– “guárdanoslo, que ahora venimos” le dice optimista el Policía más veterano mientras abandonan el local escuchando el comunicado de la Sala 091.
Y sabedora la camarera que si volvieran, les haría otro café, les despide: “Tengan cuidado chicos!”