Cuando estaba repasando este artículo, no quería que faltara ningún dato, ninguna estadística, y me di cuenta de que no era lo realmente correcto. Soy de poner sentimientos y que el lector empatice con el artículo. Duro, sin embargo, muy real, los datos son desgarradores, y por eso he querido dar otro enfoque totalmente diferente. No solo quiero mostrar y expresar lo que es un abuso sexual intrafamiliar, eso todos los sabemos. Deseo compartir las experiencias de miles de niñas y niños víctimas de tan deleznable delito.
Según la RAE; se refiere a cualquier forma de actividad sexual no consensuada entre miembros de una familia, padres e hijos, entre hermanos o parientes cercanos.
Según Anita, la protagonista de la que os hablaré, sufrió a muy corta edad, tres o cuatro años, los primeros tocamientos y penetraciones por parte de su padre. Su madre era ajena a todo lo que la sucedía a su pequeña. Así se fueron sucediendo los días, meses y años, hasta que la niña se convirtió en mujer, pensaba que eso era lo normal. Que en todas las familias se realizaban los mismos actos. Sin embargo, algo en su interior le decía; no puede ser, me hace daño. Me obliga a callar y la vergüenza le invadía. Su madre dejaría de quererla, sus padres se separarían. ¿Era lo que deseaba? Tenía mucho miedo, se dejó manosear, penetrar y todo lo inherente al acto sexual, sin tener ni idea de sus actos. Solo era vejada y humillada por quién debía de quererla y protegerla.
Este tipo de abuso le acarreó consecuencias graves y duraderas impactando sobre su salud mental y física. Con el paso del tiempo se dio cuenta que no tenía hambre, se volvió introvertida, no quería hablar con nadie, odiaba estar a solas con papá, ese monstruo que aprovechaba cualquier situación. Asumió una culpa y la interiorizó, sin apenas dar muestras a los más allegados de las vejaciones a las que estaba siendo sometida.
Gracias a dar voz, gritar en público, después de interponer denuncia y fundar una asociación para víctimas como ella, logró que los pediatras de España, establecieran un protocolo con el objeto de visionar los genitales a los más pequeños y detectar de manera precoz un abuso.
Teniendo una entrevista con ella, me ofreció datos devastadores, yo los tenía, pero me parecieron todavía más abrumadores. El corazón se me encogía. ¿Cómo un padre puede violar a su hija? ¿Cómo un hermano viola a su hermana? Los datos eran horripilantes. El 49% por ciento son víctimas del propio padre. El 12% de su abuelo. El 15% padrastro y el resto otros familiares.
También estuve en contacto con Carlos, el mayor de tres hermanos, un día llegó a casa, y su hermano mediano estaba violando a la pequeña. Entró en la habitación como si de una tormenta se tratara, no podía creer de lo que estaba viendo. La vista se le nubló y el corazón latía más rápido que cuando entrenaba. Estaba en una película, y él era uno de los protagonistas. ¿Su hermano un violador? Su hermana, de apenas doce años, no dejó de llorar, no quería contárselo a sus padres. No separarán, le meterán en la cárcel. Soportaría lo que fuese, no le importaba. La familia era importante, siempre unida. Ella lo olvidaría. Qué equivocada estaba. Han pasado varios años, todos son mayores de edad, y no han podido borrar de los recuerdos aquel día, en el que todo cambió. Delitos, detención, declaraciones y una pelea entre hermanos. Carlos se volcó encima del que hasta ese momento amaba, ¿cómo podía haber forzado a su hermana pequeña? Todo se desbarató, Carlos no pudo soportar el dolor y el sufrimiento de su hermana, dejó la carrera de medicina, y los hermanos fueron separados en diferentes familias, abuelos, tíos y padres. Todo se rompía en un segundo.
En el seno de la familia, lo habitual es encontrar apoyo, amor y protección y, sin embargo, en estos dos casos no fue así. Vuelvo a recordar las cifras, casi el 50% lo cometen los padres y el 20% otros familiares, en este caso, su hermano.
Así podría describir uno y otro caso detrás del siguiente. Es imposible ponerse en la piel de cualquiera de ellos, las víctimas. Pero ¡me pregunto! ¿los verdugos? ¿se rehabilitan? Esa es la cuestión, de las entrevistas que tuve, la respuesta era, lo necesitaba, y ahí estaba ella, o él, también un niño masculino, es violado por su padre, nunca fue denunciado, nunca entró en prisión, y pasaba de un hijo a otro según iban haciéndose mayores, siete hijos, siete víctimas de los cuales cinco repiten patrones, sin embargo, hablando con la víctima de esta familia, el segundo hijo, ninguno de sus sobrinos ha denunciado. Les da vergüenza, no quieren que esta sociedad se entera de los abusos que están sufriendo. Se les estigmatizaría en el colegio, en el vecindario y en cualquier lugar que fueran. Mejor sufrir eso, que ir a un centro de acogida. Esa fue la contestación que Jorge me comentó. Él ha intentado influir en sus sobrinos. No es normal, está mal. A pesar de eso, se niegan en rotundidad.
Las Leyes y el sistema judicial juegan un papel importantísimo, pero ¿si no conocen lo que sucede? La sociedad calla, las víctimas soportan en silencio, los familiares realizan pactos de ocultación del daño.
Seguimos siendo unos hipócritas, el año pasado se denunciaron más de 13.000 abusos dentro del ámbito familiar. Pero ¿cuántas se han silenciado?
En conclusión, el abuso sexual intrafamiliar es una tragedia que afecta a demasiadas personas en todo el mundo. Es imperativo que la sociedad, instituciones y familias trabajen juntas para prevenir, abordar y erradicar este tipo de abuso.
Solo a través de un esfuerzo colectivo podemos crear un entorno en el que todas las personas e instituciones se unan para erradicar tales delitos y se pueda vivir libre de abusos y violencia.