Desbarantando al Estado. ¿La rubia del jaguar?

PUIGDEMON
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Ya verán cómo después de este artículo me incluyen inmediatamente en el colectivo de la caverna, no sé si la de Platón o la de los Neandertales, la de los Cromañones o, desde luego, no la del homo sapiens. Menos mal que quienes me incluyen en ella, van de rojos revenidos, que no dieron ni media carrera delante de los grises. No me considero incluible en la fachosfera y sí en la izquierda de González, de Guerra, de Belloch, de Rodríguez Ibarra y de Page, que conste, si es que esos rojos de salón saben leer y leen. No soy de derechas, no soy monárquico y no soy golpista. No me gustan los que se saltan las normas porque estas son imprescindibles para saber a qué atenerse en todo momento. Piense como piense, no voy cantando por las calles a grito pelado como en el diecinueve: “Al cura y al Borbón, trabucazo y perdigón”. Tampoco me refocilo con la vieja letra del Himno de Riego: “ Si los curas y frailes supieran  – véase a los de la concatedral, incluido el sacristán- la paliza que les vamos a dar, subirían al coro cantando libertad, libertad, libertad”, ni recito el Cantemos al amor de los amores, salvo a mi rubia del Jaguar. No es tiempo de mítines ni de revoluciones, pero sí de cultura, lectura, laicismo y  de prescindir de fábulas y cuentos morunos. Se me ha pasado mil veces por la cabeza fundar un partido nuevo, pero la experiencia me dice que hay que fundar el menor número de cosas posibles porque los organizas y luego te traicionan y te apuñalan por la espalda. El partido habría sido el PPLAP. Paseos. Playa. Libros. Arroces y Polvos. Todo el mundo, con dos dedos de frente, se apuntaría.

Pensaba tomarme unas vacaciones y no escribir ni media línea durante  el mes de agosto, pero es imposible. Fui al Castillo de Garcimuñoz. Presenté las putas y las pistolas, el gato y el 357 Magnum. Volví y me habían robado a Casilda – sigo con las investigaciones y daré la información completa cuando las concluya-. La recuperé afortunadamente y entendí lo que es una pérdida irreparable porque nada en el mundo puede sustituir a Casilda- vean el artículo anterior-. Fui a disfrutar de la literatura – con Casilda a mi lado- en Águilas, en Calabardina, un lugar paradisíaco con una gente excepcional cuyo nombre no doy porque tengo que pedirles permiso para hacerles publicidad y seguía, con mi decisión firme de guardar silencio, recluido en el balneario en el que vegeto, oigo misas y sermones idiotas  sobre el prepararse para bien morir y hago huir al cura cuando le pregunto por los obispos sicarios, por los papas asesinos y por la putrefacción de que han hecho objeto al mensaje del gran Jesús de Nazaret, torturado hasta la muerte por decir verdades contra el poder corrupto establecido. Péguense una vuelta por el sureste francés, vean las ciudades cátaras y las matanzas en nombre de dios – solo es un ejemplo-.   

Dejemos la revolución, por ahora, que estoy enamorado y eso casa muy mal con intentar revolcar al sistema. Mucho menos hoy, aniversario de la explosión de la primera bomba atómica en Hiroshima.

La rubia del Jaguar dice que me quiere, pero no estoy seguro del todo porque cuando una quiere a alguien  – como yo suspiro y me desvelo y paso por ella las noches en blanco y los días en turbio-   o sea, la rubia, tiene que hacer como el mercader del evangelio, que encontró un perla preciosa y vendió todo lo que tenía, se deshizo de todo para tener ese tesoro soñado.  Yo, evidentemente, anciano cochambre, no soy un tesoro. Pero es que la rubia no deja nada, cojones. Y el otro día me dio dos picos y un beso largo de esos que vuelven loco a cualquiera y yo creía que eso era señal de algo.  Y ahora dice que no, que nunca me ha engañado y lo suyo solo ha sido una obra de caridad. Como si me trajera un tapper de cocido, lo mismo que sentaban Buñuel o Berlanga los pobres a la mesa en sus películas.  Porca miseria.

Sufriendo por la rubia, soñándola despierto, odiando la escritura e ideando alguna idea que la haga reaccionar y volverse por mi, aunque sea la mitad de loca de como estoy yo por ella, me sale un mensaje en el móvil  – maldita tecnología que corta mi sueño-: Puigdemont, el fugado, dice que volverá desde el exilio para estar en la canonización de Salvador Illa, en la entronización del pacto con los esquerras y los comunes, comprado a tocateja con los impuestos de todos. Perdón no quiere estar, quiere reventarla. Quiere presentarse y decir “Ja soc aquí” como si fuera un Tarradellas del siglo XXI cuando solo es un golpista fugado. Se consumará mañana lo que Alfonso Guerra ha etiquetado como un latrocinio: una amnistía interesada, comprada a golpe de voto para seguir en el sillón, presentada como un movimiento por la reconciliación mientras los golpistas se reiteran en que van a hacer lo mismo.

¿Va a entrar Puigdemont por la puerta grande del Parlament? ¿Va a entrar en algún maletero de alguien? ¿ En el camión que suministra al restaurante? ¿En el de la basura o en el de la lavandería, como son las fugas de las películas malas? ¿Va a entrar con luz y taquígrafos para ser detenido en un espectáculo cutre?

Hace un año más o menos hicimos una “performance” en el Castillo de Santa Barbara. Los Recios, mala gente, delincuentes profesionales, moteros con corazón de oro, presentamos una trilogía de Gildo  Casamayor, Nani Congo y Rol, moteros chorizos, marginales y pasados de rosca .  En esa performance yo era detenido por dos policías cachas y un perro que me señalaba como narcotraficante. Era una broma, puro teatro. Lo de Puigdemont es más serio. Se desguaza el estado y, el heredero de la saga Pujol, se erige en el adalid de la libertad. Una mierda de adalid.

Desde Felipe a Pérez Reverte y desde un servidor y mil personas honestas que conozco, se hacen cruces  con el montaje interesado. Yo no soy ningún patriota decimonónico. Si hubiera vivido en el siglo XIX habría sido afrancesado, pero la milonga de los puigdemones, el escenificar la firma del acuerdo – lo acabo de ver en el telediario- solo con la bandera catalana y ocultando la española, el que unos pocos militantes de Esquerra sustituyan el mandato constitucional de que “la soberanía nacional reside en el pueblo español”, me parece una vergüenza intragable y ahora, si esto es delito, estado de derecho,  quítenme la pensión, métanme en Herrera de la Mancha o  fusílenme, mientras Puigdemont es paseado a hombros por cortar la orejas y el rabo,  lo que les parezca más conforme a derecho. Ahora que al derecho lo han tirado por los suelos.

Manuel Avilés y su esposa, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50 Digital

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