Leopoldo Bernabeu. Escribí hace ahora dos años sobre el resultado de las elecciones que cambiaron el poder omnipresente del PSOE en Andalucía durante 40 años. Transcurrido este tiempo y habiendo visitado esta comunidad autónoma en varias ocasiones, mi sensación es que sigue siendo igual de maravillosa y los vientos del apocalipsis no la han desintegrado, lo que demuestra una vez más, y van tantas como elecciones celebradas, la falacia del discurso del miedo. Tanto el proferido por los podemitas en la noche electoral, como el utilizado durante cuatro décadas por los socialistas. De imprescindibles está el cementerio lleno.
Aquellas elecciones nadie las ganó por mayoría, ni PP ni PSOE pudieron repetir su habitual hegemonía geográfica desde la lejana Transición. Irrumpió con fuerza VOX, último de los invitados al reparto del menguante pastel y sobre el que entonces opiné igual que lo sigo haciendo hoy. Nadie les votó, al igual que años antes había sucedido a nivel nacional con Podemos y Ciudadanos, eran votos prestados del castigo infringido a derecha e izquierda ante el hartazgo de una sociedad desmoralizada por el avatar de corrupción e incompetencia de los dos grandes partidos en los muchos últimos años.
Releído el texto, concluyo en la dificultad, no ya de acertar en predicción alguna cuando de política en España se habla, sino de predecir que podría pasar de ahora en adelante. Ni VOX termina de despegar a pesar de ser el único discurso que mantiene viva la llama de la defensa de la unidad nacional, ni C´s y Podemos se han consolidado, todo lo contrario. La perversión política nos acerca a callejones sin salida. Ciudadanos se ha deshecho como un azucarillo en un café y a Podemos le mantiene vivo la respiración artificial que le da el efímero poder del gobierno Frankenstein, aunque su estructura orgánica es nula en toda España, estando a tiros en Andalucía, mandando en Valencia Compromís, con Ada Colau enseñándoles la puerta de salida en Cataluña y con nula presencia en el País Vasco, Galicia o Madrid.
Complejo, difícil de explicar y mucho más de comprender. ¿Podríamos aplicar esa máxima de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” y pensar que vuelven los dos bloques de siempre?, no del todo. Ni PP ni PSOE, a pesar de la debacle de C´s y Podemos, vuelven a recuperar cuotas de simpatía que antaño les hacían rozar el 40%. El personal está harto de todos, y aunque tengan sobradas razones para ello, resulta muy peligroso. Si por cansancio nos terminamos desentendiendo del control y seguimiento de lo que esta casta hace con nuestros impuestos, habrán ganado entonces la definitiva batalla.
Nos encontramos ante un panorama digno de análisis. En el momento histórico en el que España más necesita mentes preclaras capaces de enderezar el rumbo, vemos que los tres proyectos políticos nacidos para hacer olvidar el bipartidismo rampante, están en coma inducido, y el principal partido de la oposición, con ataque de pánico. Conclusión, el peor Gobierno de España, en el peor momento de nuestra historia reciente, no tiene recambio. Resulta todo tan sui generis que ni siquiera son partidos los que ejercen el poder, son dos personajes los que directamente han hecho de su capa un sayo y han abducido a sus formaciones.
Nunca habíamos vivido una calamidad de gobierno como el actual, ni con tan poco apoyo social en la historia, 155 diputados. Pero tampoco nunca hemos padecido una clase política tan nefasta, incompetente, vaga, perpleja, acomodada, bien pagada, estéril y sobre todo, encantada de haberse conocido. Decisiones suicidas que jamás tantos diputados de tan dispar abanico de formaciones agradecidas habían apoyado en contra del sentido común. Un estado de alarma inconstitucional que durante seis meses otorga vía libre a dos descerebrados, y un presupuesto general del estado imposible de cumplir, son sólo las dos últimas.
Quizás sea esta reflexión la que sirva para entender el principal caladero de pérdida de confianza en los partidos nuevos y los nacidos al calor de las regiones. La política se sigue separando de la cordura general y, a diferencia del halo de esperanza surgido hace una década con nuevas formaciones, hoy no se vislumbra alternancia alguna en el contexto nacional. Si en algún momento los dos grandes partidos hubieran mostrado algo de tolerancia, teniendo un espejo en Alemania, no estaríamos en esta precaria situación. Nunca fue así. Líderes como Pedro Sánchez, con un toque de egocentrismo y aislamiento de la realidad que requiere de ayuda psiquiátrica urgente, o un Pablo Casado al que la situación se le queda inmensa, no son ni por asomo esos políticos a los que podríamos dar el testigo de la exitosa Transición española. Por lo tanto, sigamos disfrutando de lo votado.