¡Como está el patio!, ¿tragedia inimaginable?

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Manuel Aviles*

Los vejestorios del balneario nos hemos quedado de piedra ante las noticias y las imágenes impactantes de los telediarios. Sobrecogen, acojonan, te dejan planchado las gentes arrastradas por el agua, los coches que bajan por las calles como si fuesen de papel y se amontonan como si la calle hubiese sido bombardeada. Las casas anegadas de barro hasta mucho más arriba de cualquier estatura humana y los hombres rescatados con cuerdas de la corriente como si estuviésemos en el paleolítico. Cuando escribo esto se cuentan por más de doscientos los muertos, y se esperan más por la gran cantidad de desaparecidos, en la grandísima riada de Valencia. En pleno siglo XXI, con todas las tecnologías y los satélites y los ingenieros y los meteorólogos, con tanto arquitecto y tanto doctor en física y en astronomía, dicen los abuelos de este sitio tan cercano a la muerte, que es imposible pensar que un gobierno con tantos asesores, que nos cuestan un pastón, no tenga a nadie capaz de saber de tormentas feroces como la que ha sacudido Valencia, tan cerca de este balneario en el que no ha caído una gota.

Esta mañana he oído a un señor, catedrático de algo que no recuerdo, que dice que la culpa es, entre otros factores, del llamado Plan Sur, que se diseñó cuando Franco después de otra gran riada en el año 57 del siglo pasado. Para evitar lo que pasó allí se cambió el curso del Turia y se hizo un cauce nuevo rodeando la ciudad. Claro, dijo este hombre, libraron a Valencia y han mandado el agua a los pueblos del sur. No tengo ni idea de esto y no me puedo pronunciar sin pecar de imprudencia. En fin, contemos muertos, dolámonos por los muertos, la gente damnificada tendrá que luchar por salir de la ruina y cuando esto pase, habrá tiempo de pedir responsabilidades. ¿Se pudo prever? ¿Se pudo evitar? ¿Se avisó a tiempo? ¿Por qué no han acudido antes más militares con tantos como hay? ¿Los dejamos a todos para el Líbano, Afganistán y el Sahel mientras los valencianos se mueren del asco y los mandamos en tropel cuando la gente se queja y cuatro días después de las inundaciones? ¿No son previsibles y evitables los saqueos que vemos también en televisión? Hay que ser hijo de puta para dedicarse a robar – no comida ni agua, sino otros objetos, aprovechando la desgracia ocurrida. Precisamente una de las claves de las emergencias es adelantarse a lo que puede pasar y arreglarlo antes de que pase. A ver si aquí vamos a estar todos para ponernos el chaleco fosforito, para andar con el móvil y el walkie y para salir en la foto en el puesto de mando con la corbata negra, sin saber hacer nada ni prever nada ni solucionar nada.

Yo soy experto en riadas. Cuando era pequeño, mi pueblo se inundaba un año sí y otro también. Cuando llovía fuerte, sabíamos de sobra que no se podía uno acercar al río. La gente preparaba las artesas de las matanzas para salir de su casa usándolas como barcas y todos sabíamos que en el otoño había que estar sobre aviso porque las tormentas después del verano son mucho más que traidoras y el río no entendía de santos ni de novenas que era a lo que el cura obligaba so pena de no darte el certificado de buena conducta imprescindible para el pasaporte si querías ir a la vendimia de Francia para eludir el hambre en invierno. Eso y la ropa nueva, sin remiendos, para estar presentable y aplaudir a Franco cuando venía a ver la riada con prismáticos desde la carretera de Málaga.

Aquí hemos vivido dos riadas importantes en los últimos años. ¿Recuerdan la del 82? Reventó la presa de Tous y en la carretera de Madrid, el agua saltaba por encima del barranco de las ovejas con una violencia imparable. Jamás había visto llover así. Tuve que saltar ese puente buscando agua para el biberón de una hija recién nacida, que yo entonces no era un inútil como ahora y hasta podía tener hijos.

¿Recuerdan la del 97? En la avenida de Alcoy, a una señora se la tragó un desagüe y apareció dos días después en el mar. Me acuerdo – dirigiendo entonces el psiquiátrico de Fontcalent. En mala hora asumí la orden de los gerifaltes- cómo un grupo impresentable, ultras para todo menos para trabajar. La inmensa mayoría de los funcionarios maravillosos, pero esta banda no valía ni para tacos de escopeta- me exigían que se les sirviera una paella servida por cualquier restaurante, porque no podían irse a comer a sus casas. La guardia civil hizo el relevo vadeando una corriente peligrosísima, como en las películas, con el agua hasta los hombros y los fusiles levantados. Ellos pedían paella y rechazaban los bocadillos que ofrecimos con cargo al racionado de los internos. Los bocadillos desaparecieron tan pronto como me di la vuelta. En las situaciones difíciles se demuestra la categoría humana de las personas.

La cárcel de Valencia, que inauguré como Director en el 93, ha estado en la zona cero de la tragedia. Me cuentan – porque hay muchos funcionarios de muchos sitios que aun me llaman aun jubilado- que allí casi no ha llovido y que el agua “venía de arriba, de los barrancos”. Doctores tiene la Iglesia para saber qué ha pasado, dónde ha llovido y por dónde ha transcurrido la riada para causar los estropicios que ha ocasionado, que dicen que vamos a llegar a los cuatrocientos muertos. Todo eso y luego estudiar si se pueden pedir responsabilidades, como ya he leído en algún sitio, incluso criminales. Por cierto, el jefe de las emergencias, si no es cesado inmediatamente, espero que tenga una vergüenza mínima y se vaya sin protestar. Estaba hablando de festejos taurinos mientras el cielo caía sobre las cabezas de los valencianos como en los cuentos de Asterix y Obelix. Dice Mazón que va a crear unas comisiones de estudio para resolver problemas. ¡No por favor! Si quieres que algo no funcione, crea una comisión y si pides que venga el gobierno central y mandan a Oscar Puente, vamos arreglados, que esto va a ir peor que la Renfe.

Una tragedia sin paliativos, como dice mi amiga Mari Cruz Soriano, que abre un abismo entre la clase política y los ciudadanos por un Estado de Bienestar fracasado, que se ha dado de narices contra la realidad.

No sé cómo se las ha arreglado, pero la rubia del Jaguar ha aparecido otra vez por el balneario. Esta mujer me vuelve loco. Por un lado, me da unos besos como jamás me ha dado nadie. Lo juro y a mi edad anárquica no estoy para andar jurando en vano. Por un lado me da unos besos ultra galácticos y pone como un becerro, gemelo de los toros de Guisando, y por otro me habla del marido. #mecagoentoloquesemenea.

¿Pero qué pasa con tu marido, rubia? Y ahí me desmeleno porque no quiero a estas alturas andar poniendo cuernos, que a mi ya me los han puesto suficientemente. Yo estoy ya, el balneario y sus ocupantes saltamos a la vista por nuestra situación cochambrosa, para tener paz y relaciones relajadas, sin ponerle peso a nada que tenga que subir y sin sombra de problemas por ningún sitio, que los problemas bajan la libido y ya la tenemos baja de sobra. Rubia mía, modifica tu situación civil, por tu madre, que me tienes con el alma en un hilo.

La rubia no se corta e, interrumpiendo a una auxiliar de clínica que se empeña en maquillarme para celebrar el “jalogüen”, esa mariconada americana que se ha cargado lo que procede el día de los santos y los difuntos, o sea, la representación del Tenorio, pues la rubia puentea a la maquilladora y me hace dos preguntas que me dejan más cortado que ella, aquel día que se soltó los corchetes: Cariño, quiero que me des tu opinión sobre el lío que hay montado con Errejón. Por favor, mi amor, contesto acojonado. Hay aquí un fiscal, decrépito como yo, porque todos los cargos y los oropeles acaban en un asilo y en un carrillo empujado por una peruana, que dice que ese caso no tiene recorrido jurídico. Ya verás si recorren, ya. Yo me apunto al escepticismo y me pronunciaré, si vivo para contarlo, cuando me lea el sumario entero del caso en cuestión. Lo demás sería imprudencia temeraria.

La rubia no atranca y, entre arrumacos y promesas de amor sincero y eterno – esta mujer me quiere buscar la ruina- pregunta de nuevo: ¿Qué te parece la imputación del fiscal general del Estado? Querida mía, rubia de mi alma, contesto embelesado ante la visión de su escote en primer plano, menos mal que me da lo mismo estar en este “geronto hotel”, que en la cárcel de Campos del Río que me saldría más barata. Amor, aquí hay un absurdo jurídico como la copa de un pino. Causa secreta en la que el imputado – ahora se han inventado el término gilipollesco de investigado cuando a uno lo pueden estar investigando sin haberle dicho nada todavía, porque si los picoletos o los maderos, ante los que me quito el sombrero, te avisan de que te investigan, tomas precauciones-. Bueno pues el imputado es el jefe del fiscal que tendrá que hacerle preguntas incómodas. ¿Cómo se come eso, rubia de mi alma? Ya me estoy acelerando y si me dan el mando de la situación pongo a Mazón y a Sánchez de guardas jurados para evitar saqueos. #mecagoenlalechepuñetera.

Manuel Avilés, escritor y director de prisiones jubilado, columnista de h50 Digital

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